La personalidad del
general Augusto Pinochet contiene un elemento que
sobresale con poderosa fuerza y que ha estado
presente en toda su trayectoria política: el
engaño. Su capacidad de mentir quedó demostrada
hasta el último minuto de vida del régimen del
presidente Salvador Allende. Hasta que el engaño
quedó transformado en traición. El recuerdo de
tres episodios, podrían citarse muchos más,
ilustra el dominio de la deslealtad del hombre
que está a punto de soltar su última rienda de
poder en Chile. El 23 de agosto de 1973, el
general Carlos Prats abandona el puesto de
comandante en jefe del Ejército chileno ante la
presión insostenible de los sectores civiles y
militares más reaccionarios. Este mismo día, en
una conversación con el presidente Allende, el
general dimisionario propone a Pinochet para
sucederle. Hasta el momento en que
por mi sugerencia el presidente
Allende designó comandante en jefe del Ejército
al general Pinochet, cuando presenté mi
expediente de retiro, creía honestamente que
dicho general compartía con sinceridad mi
acendrada convicción de que la caótica
situación chilena debía resolverse
políticamente, sin golpe militar, ya que esto
sería su peor solución, escribió el
general Prats en sus Memorias.
En la mañana del 11 de septiembre de 1973,
cuando el golpe ya está en marcha, el embajador
de Estados Unidos, Nathaniel Davis, no tiene
claro en qué bando se encuentra Pinochet.
Escribe Davis, en su libro The last two years of
Salvador Allende, que, iniciada la sublevación,
Pinochet no realizó una acción militar a la
cual se había comprometido. Es decir, juega
hasta el último momento con su pretendida
lealtad constitucional.
Horas más tarde del mismo 11 de septiembre,
el almirante golpista Patricio Carvajal ha
ocupado el Ministerio de Defensa y desde allí
pide instrucciones a Pinochet, que se encuentra
en la guarnición de Peñalolen. ¿Qué hacer con
el presidente?, pregunta el almirante. ¿Un
avión para Allende y su familia? Eso es, y a
mitad de vuelo el aparato se cae, es la respuesta
de Pinochet, entre risas.
El general leal se quita la careta y se
dispone a encaramarse por la fuerza de las armas
al poder en Chile, rompiendo la larga tradición
constitucionalista de un país y un ejército sin
parangón en América Latina. A partir de ahí,
la obra de Pinochet durante 18 años de férrea
dictadura es sobradamente conocida. Los
familiares de sus víctimas son el mejor
testimonio.
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Un
año después del golpe, Pinochet confesó en
estos términos la deslealtad y traición a su
presidente y a su comandante en jefe (Prats):
El día 20 de marzo de 1973 firmé un
documento, que le mandé al general Benavides, en
el que estaban estudiadas las posibilidades
políticas por las que atravesaba el país y
llegamos a la conclusión en forma muy clara que
ya era imposible una solución de carácter
constitucional. El Ejército planificó en ese
momento la forma de actuar. Se mantuvo en secreto
y, a Dios gracias, fue muy bien guardado, porque
de otra forma hace rato que no estaríamos
mirando la luz del sol. Fuimos ocho oficiales los
que planificamos o que recibimos órdenes de
llevarlo a cabo. Así relató la
conspiración en un discurso pronunciado ante los
rotativos de Santiago el 7 de agosto de 1974. Salvador
Allende murió en el asalto de los golpistas al
palacio presidencial de La Moneda aquella mañana
del 11 de septiembre de 1973. El general Carlos
Prats fue asesinado un año después, cuando una
potente bomba hizo volar por los aires su
automóvil en el barrio de Palermo, en Buenos
Aires. La larga mano de la policía política
pinochetista (DINA) estuvo detrás de aquel
atentado, como de tantos otros cometidos en el
exterior contra opositores a la dictadura.
En la recta final de su vida, el todavía
general Augusto Pinochet, de 82 años de edad,
está a punto de despojarse del último blindaje
que le ha protegido durante 25 años. El 11 de
marzo expira su mandato como comandante en jefe
del Ejército, según establece la Constitución
que él mismo diseñó a su medida. Colgará su
uniforme para enfundarse, nada menos, que el de
senador por el resto de sus días. Aunque nadie
le votó para el cargo. Pudo haberse retirado
antes, en concreto el pasado 26 de enero. De
hecho, así lo había acordado con el ministro de
Defensa y el presidente de la República, Eduardo
Frei. Pero una vez más incumplió su palabra.
Ante la avalancha de acusaciones constitucionales
e iniciativas judiciales que llueven en su
contra, el general dio una nueva muestra de
arrogancia y lanzó una advertencia: me iré
cuando quiera. No puede hacerlo más allá del 11
de marzo, porque de lo contrario violaría su
propia Constitución.
Pero tratándose de Pinochet no puede
descartarse ninguna opción. Sin uniforme, el ex
dictador se sabe más vulnerable a las voces que
reclaman justicia.
Reportaje publicado el 8 de marzo de 1998 en El
País Semanal
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