No es casualidad que ahora aparezcan artículos sobre Fabulosos Cadillacs o Jaguares en revistas tipo Rolling Stone y Spin: el rock latino es una realidad comercial incluso en la tierra de Clinton. Pero esos textos también revelan un reconocimiento gringo del potencial de una música que nació marginada y ahora crece orgullosa. Cierto es que resulta muy audaz hablar de rock latino. Cada país es un mundo: Argentina posee la historia más rica, mientras que el rock mexicano es el más traumatizado por las peculiaridades de la sociedad azteca; en Cuba, los rockeros sobreviven entre la represión y la miseria. Pero si hubiera que trazar un retrato robot del rock latino se debería incidir en su fiereza: al no estar asimilado por medios e instituciones, mantiene en alto la bandera de la contestación. sólo en los países latinos es posible creer todavía en la leyenda del rock como música rebelde. Reprobado por la derecha, debido a su supuesta carga subversiva, y colocado bajo sospecha por la izquierda, que no ha sabido superar los tópicos del imperialismo cultural, este rock ha debido inventarse su ideología y sus señas de identidad. mucho del rock latino exhibe las marcas del subdesarrollo: está deslumbrado por los mitos anglosajones y no es capaz de articular sus frustraciones. Pero en sus casos más felices, redime su pecado empapándose de la cultura local. Si al principio fue una traducción, ahora asume la ranchera, el son, el tango, como parte de su código genético. Eso le da color, orgullo y personalidad. Y explica que las revistas norteamericanas miren al sur del río Grande, donde brota una música ajena al cinismo, a la apatía, a la trivialidad del rock que se hace en el Imperio. DIEGO A. MANRIQUE

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