Nº 27 /
Viernes 21 Noviembre 1997












Trance Nuance.











Todos Tus Muertos.










Los Redondos.










Fito Páez.











Raimundos.











Shank.











Pánico.











Carlos Varela.










Soda Stereo.

 

Texto: Claudia Larraguibel
Con información de Martín Pérez y Rubén
Scaramuzzino
(Zona de Obras).

CARRETERA DESDE EL aeropuerto de Ezeiza hacia Buenos Aires. En la radio del taxi no suena ni una tertulia política ni una balada romántica; el conductor tiene puesta a tope la emisora Rock & Pop. No hay música más popular en Argentina que el rock, y si hay una ciudad en el mundo que puede ser calificada como el paraíso para los amantes del género en español, ésta se encuentra allí, cercada por el Río de la Plata.

Los jueves se lee el No, y el viernes el Sí, los suplementos de rock de los rivales diarios Página/12 y Clarín, respectivamente. En ellos, una apabullante agenda demarca el mapa de un itinerario nocturno implacable. Es la populosa geografía rockera que se extiende por la ciudad en bares, salas y grandes estadios. Enfrentarse a la elección de 20 conciertos por día es duro, y aunque las distancias en esta megalópolis son descomunales, la consigna parece ser no perderse ninguno, irse de gira, como se le llama. En Buenos Aires, quedar abrumado por tantas bandas, tantas tendencias y tanta historia, es parte de una ineludible ceremonia de iniciación.

La ciudad porteña es el epicentro de un terremoto que está afectando a todo el subcontinente americano: la pasión por el rock. En los últimos años, cientos de grupos de las más variopintas tendencias han surgido en todos los países. A estos grupos se les ha clasificado bajo distintas denominaciones —rock latinoamericano, rock latino, rock en española pesar de que es difícil encontrar una identidad homogénea para todas esas bandas. Sin embargo, la etiqueta vende, y ha ayudado a avisar, fuera de esas amplias fronteras, que algo está pasando. Y que viene fuerte.

"Es una movida bastante rara, porque no se puede decir que las bandas sean muy parecidas", señala Sergio Rotman, de Cienfuegos y ex componente del grupo más popular de Latinoamérica, los argentinos Fabulosos Cadillacs. "Pero hay puntos en común: no vamos de estrellas, compartimos influencias punk y todos estamos mirando hacia dentro, hacia Latinoamérica. Creemos que el reggae, el ska, el son cubano son mucho mejores que la música anglosajona".

Herbert Vianna, de Paralamas, el grupo brasileño más internacional, incide en este último aspecto:"No me interesa el camino del rock anglosajón. Al elegir el camino del rock del Primer Mundo, uno se deja afuera el bolero, por ejemplo. Para nosotros, en cambio, todo es posible. Es fascinante el camino del Tercer Mundo:se puede hacer de todo".

30 años de rock argentino

El año pasado se conmemoró oficialmente el 30º aniversario del rock argentino, el más variado, influyente y rentable de Latinoamérica. Las celebraciones incluyeron la edición de nostálgicas antolo-gías en las que suenan en digital temas de grupos como Almendra o Pescado Rabioso, así como macrofestivales con presencia de tres generaciones de rockeros. Para el insustituible Charly García, hoy a punto de perder completamente la razón, fueron cuatro los que inventaron el rock en español: Lito Nebbia, Tanguito —mártir del under porteño—, Almendra —el primer grupo de Luis Alberto Spinetta— y él mismo. "Los demás, todos copiaron".

A pesar de los inevitables enfrentamientos generacionales, ninguna formación de los noventa se atrevería a desconocer sus raíces, esas que señala el guru García. Pero esta década viene marcada por la exportación de ritmos extranjeros —del hip hop al tecno— hasta el momento inéditos en una escena tan autárquica y nacionalista como la argentina. El éxito internacional del que comenzaron a gozar a finales de los ochenta bandas mestizas como Los Pericos o Fabulosos Cadillacs ha abierto el camino para el reggae de Todos Tus Muertos, el rap funky de Illya Kuryaki, o el comprometido movimiento de hip hop bonaerense (Actitud María Marta, Sindicato del Hip Hop).

"Los chicos y chicas de hoy en día son unos privilegiados", concluía Charly García en un programa televisivo. "Están viviendo en un lugar que es su lugar, un lugar rock and roll".

México, contra la represión

Junto a Buenos Aires, Ciudad de México es la segunda capital indiscutible del rock latinoamericano. Y si bien posee una cronología menos larga y legendaria que la argentina, esta música ha logrado arraigar allí con fuerza desde mediados de los ochenta. "El rock mexicano goza hoy de muy buena salud", explica el escritor Juan Villoro, autor de Dieciocho años mexicanos a través del rock. "Pero en los sesenta y setenta, estuvo muy reprimido. A partir de 1968 se prohibieron las congregaciones juveniles masivas, y el rock se refugió en zonas proletarias, los llamados hoyos fonquis. Ahora todo ha cambiado, entre otras cosas porque el rock es más inofensivo: nadie se asusta con una tocada [actuación]". "En sólo 10 años, el rock mexicano ha logrado una identidad propia", asegura Gustavo Santaolalla, productor asentado en Los Ángeles y responsable de las grabaciones de Maldita Vecindad, Café Tacuba o Divididos. "Los grupos escucharon lo que pasaba en el mundo y se pusieron a tono con la época, pero con una identidad muy fuerte". El rock mexicano se ha diversificado mucho en muy poco tiempo. No sólo hay bandas que apuestan por el mestizaje, sino que abundan las formaciones de rap, rock gótico, punk… "Aquí hay movida cada cinco años", asegura Pato, de la banda de hip hop Control Machete. "En 1992 surgió un conglomerado de bandas importante. Ahora, en 1997, de nuevo hay un movimiento, sobre todo de grupos del interior del país. Antes sólo el DF dictaba la pauta".

Despertar en el Caribe

En otros países de Latinoamérica, las cosas no suenan tan animadas. En la cuenca del Caribe, por ejemplo, la tradición rockera es reciente y minoritaria, siempre ahogada por la hegemonía de la salsa, primero; del merengue, después, y de la balada, siempre.

Desde Panamá han logrado resonancia internacional el ska-punk de Los Rabanes y el rock folclórico de Son Miserables, gracias a estar apadrinados por el mítico salsero Rubén Blades. El panorama guatemalteco se mueve entre el rock cristiano (con amplio público en la red de iglesias protestantes) y los mosheros o heavies.

Nicaragua gusta del heavy alternativo, etiqueta que se aplican a sí mismas bandas como Dr. Dolitlle y Diatribas, donde cantan los hijos del ex presidente Daniel Ortega. En Puerto Rico, por ejemplo, no hay prácticamente grupos locales, pero según los entendidos, el mercado está a punto de explotar. Se programa mucho rock en las radios, y ya se siente la influencia que están dejando las visitas de bandas argentinas. San Juan es sede de uno de los festivales más importantes: el Pop Rock Latino.

Aunque en su esplendor petrolero de los setenta y ochenta, Venezuela tuvo un despertar underground importante —con Sentimiento Muerto y Desorden Público a la cabeza—, la crisis económica ha dado al traste con el delicado equilibrio de los grupos. Los productores y las discográficas han dejado de arriesgarse. En los noventa, el rock venezolano se mueve al compás de la independencia; las bandas deben encargarse de todo, de sus conciertos y de sus discos.

Caracas, la violenta capital de Venezuela, ciudad-escaparate para ver desde la protección de un coche o de las enrejadas casas, no es para la noche. En los últimos cinco años, la movida musical ha despertado en sitios insólitos: bares de putas, tascas deshabitadas, olvidadas discotecas setenteras, cualquier local donde poder tocar, aunque las condiciones sean precarias.

Desde Colombia, Andrea Echeverri, vocalista de Aterciopelados y eterna voluntaria para dotar a Bogotá de una movida nocturna, asegura que en los inicios del grupo (hace cinco años) sólo había tres sitios donde tocar en la capital colombiana. "Tocabas tres veces y ya tenías que parar por un tiempo". Recientemente el panorama se ha expandido, pero no deja de ser escaso y marginal todavía.

De los andes al río de la plata

En el resto de los países suramericanos (Perú, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay), el rock se mueve también en circuitos muy marginales. No es el caso de Brasil —un mundo aparte, tanto por el idioma como por el gigantesco tamaño de su mercado y su infinita variedad musical—, ni el de Chile. Al recorrer por la noche la capital de este último país, Santiago, la boyante situación económica se deja sentir. Han aparecido múltiples salas, y la agenda de conciertos y festivales es apretada. Lejos quedaron las fiestas secretas de los ochenta, celebradas en tabernas populares que cerraban sus puertas al silbato del toque de queda y de donde la gente salía sigilosa al amanecer. Era el despuntar del rock chileno, en plena dictadura, y bandas entonces viscerales, como Pinochet Boys, Los Dadá o Los Prisioneros, protestaban entre líneas. En 1989, coincidiendo con la llegada de la transición democrática, un concierto masivo de Rod Stewart abrió la veda.

Hoy en día, desde el bohemio barrio de Bella Vista —donde conviven salsotecas y sofisticadas discotecas tecno— hasta la alternativa plaza de Ñuñoa —en la que resisten destartalados bares de los sesenta junto a modernas y bien equipadas salas de conciertos—, las bandas son muchas y siempre encuentran un espacio en la ciudad para darse a conocer. Con los ultraconsagrados Los Tres conviven novedades como Lucybell, Los Tetas o Chancho en Piedra, por nombrar sólo las más conocidas dentro de la explosión demográfica que vive el rock chileno.

Y llegó la MTV

El rock hecho en Latinoamérica se puede ver desde el sofá de casa en más de siete millones y medio de hogares de 21 países. Todo gracias a la MTV Latina, hija hispana de la famosa cadena musical estadounidense y nacida el 1 de octubre de 1993. El milagro de los noventa, para muchos. La culpable de la implacable comercialización del rock, para otros.

Cuando el canal no era más que un segmento en la programación de MTV USA (se llamaba MTV Internacional), se apostaba más por los baladistas, pero pronto cambió su rumbo y abrió espacio para el pujante rock. MTV Latina, con sede principal en Miami y sucursales en Buenos Aires y Ciudad de México, es uno de las muchos brazos de pulpo que esta cadena extiende por el mundo.

"El perfil del público de MTV son musiadictos entre 12 y 34 años", asegura el hispano-italiano Bruno del Granado, vicepresidente de Talento y Relaciones Artísticas. Cada semana se reciben de 50 a 60 video-clips en las oficinas, y en la reunión de adquisiciones se decide quién ingresará al parnaso de los consagrados y quién quedará fuera.

En la MTV se ve de todo. Conciertos acústicos unplugged que se editan después como discos (Soda Stereo, Los Tres, Illya Kuryaki, Charly García; o los más recientes de Aterciopelados y Santa Sabina). También conciertos eléctricos (Divididos y Babasónicos). Un documental de Chiapas. Una semana dedicada a Maldita Vecindad. Especiales en la playa desde Mar del Plata o Cartagena de Indias, presentados por rockeros locales. La gira Cheverecachaimachochidoche de Café Tacuba. El programa de cocina Gustock, en el que el teclista argentino Fabi Quintero guisa con un par de grupos chilenos. Partidos de fútbol en los que se enfrentan Bahiano, de

Los Pericos, y Bola, de La Lupita. Es la hermandad de los rockeros latinos.

Alberto Fuguet y Sergio Gómez, dos novelistas chilenos, declaraban con ironía que la MTV ha hecho realidad el sueño de Bolívar de una América Latina unida. "En cierto sentido, es verdad", contesta Del Granado. "Vas a México, hablas de cualquier grupo latino y todos lo conocen. Muchos jóvenes que no tenían ni idea de quién era el subcomandante Marcos se enteraron por esta cadena de lo de Chiapas".

Lo que dicen los números

A pesar del poder unificador de la MTV, la pujanza comercial del rock latino y sus posibilidades económicas varían según los países. "La instalación definitiva del rock argentino como género de grandes ventas fue en la guerra de las Malvinas [1982]. Se prohibió que las radios pusieran música en inglés, y creció la difusión de los grupos nacionales", explica Marcelo Fernández Bitar, corresponsal en Argentina de la revista norteamericana Billboard.

Después de esta "época dorada", en la que se vendían hasta medio millón de copias, y tras un renacer en 1993, en que se experimentó nuevamente un boom de expansión de mercado y ventas (el disco de Fito Páez, El amor después del amor, alcanzó las 600.000 copias), se volvió en 1996 a un panorama de recesión. Ahora los grupos argentinos saben que deben salir de su país y ampliar su público a los mercados vecinos.

"En Chile las grandes discográficas se van a dar contra la pared", profetiza Sergio Lagos, columnista de El Mercurio y presentador de un programa de música en el canal Rock & Pop. "Emi empezó a fichar bandas, y el resto de las discográficas no quiso quedarse atrás. Están produciendo a un montón de grupos nuevos, y el mercado no es tan grande".

Según las estadísticas, cada chileno compra medio disco al año. Para Lagos, el panorama del rock evolucionará por el trabajo de hormiga de los sellos independientes más que por este boom. "El surgimiento de nuevos artistas, lejos de significar un riesgo de saturación, es saludable. Hay que hacer crecer al mercado, sin que necesariamente todos vendan discos de oro o platino", replica Carlos Fonseca, director de mercadotecnia de Emi y artífice de la campaña de lanzamientos de 1995, año bautizado como el del "nuevo rock chileno".

Después de este despertar, el consumo de discos chilenos bajó en 1996. Los Tres y Los Prisioneros lograron ventas altas el año pasado, rebasando a los superventas melódicos tradicionales. Pero, aparte de ellos y La Ley, el resto superó con dificultad las 5.000 copias.

Decretos proteccionistas

En Venezuela, un decreto proteccionista parecido al argentino, el 1x1, dictó durante los ochenta que por cada canción extranjera se radiara una venezolana. Esta ley, unida a la medida todavía vigente de que cada banda internacional tenga un telonero local, no ha alcanzado los resultados esperados. "Fito Páez me decía que el rock argentino era underground, pero underground es el venezolano, donde las bandas se sienten realizadas si logran vender 2.000 discos", asegura el especialista en rock Gregorio Montiel Cupello.

En Venezuela, los discos de este género más vendidos en los últimos años superan con dificultad las 15.000 copias (ha ocurrido en los ochenta con Sentimiento Muerto, y en los noventa, con Zapato 3). En los países caribeños, muchos sienten que ser profetas en su tierra es imposible. No se puede ser rockero y vivir de la música. Así que muchos han puesto los ojos en un mercado anhelado en muchos otros órdenes: el hispano de Estados Unidos.

Como es prácticamente imposible que un grupo extranjero latinoamericano venda en Argentina, lograr triunfar en México —que siempre ha sido más permeable— era la panacea para todo rockero latinoamericano. Con el boom de los grupos mestizos como Café Tacuba o Maldita Vecindad, el país azteca ha dejado de ser tan poroso, y Los Ángeles o Nueva York se han convertido en el nuevo destino. "El monopolio de la música está en el Distrito Federal, así que si eres del interior no te queda sino irte allí. Nosotros preferimos intentarlo en Los Ángeles", aseguran desde la banda mexicana Hechos Raros. Los Amigos Invisibles, que se autopresentan como "a typical & autoctonal venezuelan dance band", han firmado con el sello de David Byrne, Luaka Bop, que ya lleva a los multirraciales neoyorquinos King Changó. Dermis Tatú, banda que grabó de manera independiente en Buenos Aires, ha optado por encontrar en Los Ángeles una nueva sede.

California cuenta con un importante asentamiento de productores latinos interesados por grabar grupos de México o Argentina (a la cabeza, el argentino Gustavo Santaolalla) y con publicaciones especializadas como la revista chicana La Banda Elástica. En Nueva York existen emisoras dedicadas exclusivamente a la música latina y también discográficas independientes especializadas en, por ejemplo, hardcore latino.

A su vez, las multinacionales discográficas norteamericanas comienzan a ver con distintos ojos el llamado rock en español: ya no es sólo un producto destinado al público hispano, sino que interesa también al anglosajón. El último álbum de Fabulosos Cadillacs, Fabulosos calavera, ha vendido más de 250.000 copias en Estados Unidos y ha recibido buenas críticas en Rolling Stone y Spin. Café Tacuba es objeto de pugna entre las compañías gringas, y el sello Geffen acaba de editar la banda sonora de la película Star maps, con una importante presencia de rockeros latinoamericanos.

Barreras y prejuicios

"Se está creando música muy imaginativa, y otras grandes compañías no se han dado cuenta todavía. Por eso es una prioridad para nosotros", ha declarado a Newsweek Tony Berg, de Geffen Records. Pero no todo el monte es orégano: el rock latinoamericano se enfrenta a la gran barrera del idioma y al rechazo de las emisoras comerciales hispanas de EE UU, más acostumbradas a programar a Luis Miguel o a Selena.

Tampoco parece fácil entrar en el mercado español. Según Ricardo Mollo, de Divididos, cuyo último disco ya ha sido lanzado en Latinoamérica, "España es el mercado más complicado". Su discográfica, sin embargo, ha prometido intentarlo en la Península. "Es muy difícil, porque como no hablamos el mismo idioma...", bromea Emmanuel Horvilleur, de Illya Kuryaki.

Pero hay indicios para la esperanza. Todos Tus Muertos aterrizó en España y llenó las salas donde actuó. Algunas multinacionales ya se muestran interesadas por promocionar en serio a sus artistas latinos. El subsello Gora Herriak, parte de la independiente vasca Esan Ozenki, ha editado el disco de Todos Tus Muertos y de los cubanos Garage H. Otro sello discográfico independiente de Zaragoza, Plan B, ha comenzado a publicar a nuevas bandas como Suárez, Estelares y Ataque 77. Según las profecías, el rock latinoamericano se consolidará en lo regional en los próximos años. "El año 1996 fue en el que Illya Kuryaki mandó Abarajame en la bañera, La Lupita acusó Me quisiste ver la cara y te salió la chingada y los Aterciopelados cantaron Mujer paracunátara. El localismo es orden del día en el rock latino", se lee en el diario chileno El Mercurio. Aunque en cada país existan corrientes que imitan tendencias del Primer Mundo, desde el brit-pop hasta el grunge norteamericano o el tecno europeo, hay cada vez más propuestas originales y únicas. No sólo los reconocidos Fabulosos Cadillacs o los mestizos y muy mexicanos Café Tacuba y Maldita Vecindad. Faltan muchos otros, todavía desconocidos en otras latitudes. Los argentinos Divididos, con su versión rockera de El Arriero de Atahualpa Yupanqui; el rock-chicha de los peruanos Los Mojarras, el grunge trovadoresco de los cubanos Havana, el rap mestizo de los uruguayos Abuela Coca, el hardcore latino de los chilenos Niños con Bomba, el mangue-beat de los brasileños Mondo Livre SA… Todo ese sonido mestizo, que fusiona electricidad y folclor, aparece como una novedad en un género tan habituado al reciclaje y la fotocopia como el rock. Su versión latinoamericana es fresca, diferente a lo que se escucha en otra parte del mundo. Y por eso parece destinada a traspasar fronteras.

 
         
   


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