El País Digital
Lunes 
18 diciembre 
2000 - Nº 1690
 
 
INTERNACIONAL
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Colombia, último plan 

El candidato a la presidencia colombiana, Álvaro Uribe Vélez, propone la creación de una milicia de un millón de hombres para obligar a la guerrilla a dialogar y poner fin a la guerra más antigua del planeta 


Un policía colombiano durante un ataque de
las FARC en Grabada, provincia de Antioquia
el pasado 7 de diciembre (Reuters).
A los dos años y medio de la toma de posesión del presidente colombiano, Andrés Pastrana, y casi dos de contactos con la insurgencia de las FARC, Bogotá no puede presentar hoy ni el más mínimo progreso en las conversaciones. La guerrilla, desdén tras desdén, no admite ni humanización de una guerra que dura ya más de 30 años, ni tregua sostenida, ni barrunto de paz. Y, así, crecen inquietantes las voces que piden más energía con la subversión y el narco. La más escuchada, la de Álvaro Uribe Vélez, austero tribuno de la provincia de Antioquia.

M. Á. BASTENIER
A fin de noviembre pasado, el presidente Pastrana hizo balance en presencia de altos representantes del establecimiento -establishment en el resto del mundo hispanófono- del estado de las conversaciones con el movimiento insurgente de las FARC, marxistas de vereda y de matojo, y sus palabras resultaron mucho más explícitas de lo que el líder conservador habría, quizá, previsto: "Ya es hora de concretar algún avance". Efectivamente, lo es. Un presidente que en los últimos dos años ha aumentado peso, eliminado pelo, redoblado rictus y espesado incontrolablemente su figura, tiene hoy las manos vacías. Y, como dice uno de los que más verosímilmente aspira a sucederle, Álvaro Uribe Vélez, nominalmente liberal como el presidente es conservador, sólo puede mostrar en su activo "que hay conversaciones. Ése es el único logro de Pastrana".
 
 

La guerrilla, que dirige una talla en madera de boj, de la edad del bosque en el que habita, autoapodada Manuel Marulanda, sigue secuestrando y extorsionando en las ciudades, asesinando mayormente campesinos, protegiendo el cultivo de coca de cuyo peaje tan rica como agrestemente vive, y rechazando cualquier vía de acuerdo. ¿Qué es lo que quiere? A juzgar por su retórica tanto como por su silencio, la gobernación de casi medio país.
 
 

El famoso establecimiento, a quien todavía en poca medida afectan los 3.000 o 4.000 muertos anuales, cientos de miles de desplazados, y anfractuosidades generales de esta guerra que la mayoría de los colombianos no quiere llamar civil, porque con un culto a la palabra muy propio de esta tierra, les viene a sonar, así, como menos grave, no da muestras de comprender que si quiere la paz, ha de pasar antes por la ventanilla de los tributos.
 
 

En un país donde el Estado reconoce a la guerrilla una finca en usufructo tan grande como Extremadura, llamada con involuntaria precisión el despeje porque de allá se despejaron hace dos años policías y soldados, y negocia de poder a poder con el sublevado sin que éste responda más que con proclamas a cuál más incendiaria, la ciudadanía es lógico que busque una respuesta y un nombre que la encarne.
 
 

Colombia, donde la política es el opio del pobre y el atributo del rico, vive ya en campaña electoral, aunque las presidenciales para suceder a Pastrana -no hay reelección- no toquen hasta junio de 2002. El partido liberal, históricamente mayoritario pero hoy en tiempos macilentos, es casi seguro que presentará a Horacio Serpa, cincuentena de años con hondas comisuras en el rostro, derrotado en 1998 por el hoy presidente, serio, capaz, trabajador, pero un poco corcel exhausto, como le vimos en agosto pasado en su tierra natal santandereana. No está claro que los conservadores presenten candidato, sino más bien que apoyen a algún independiente, porque por sí solo, el segundo partido del país es tan minoritario que difícilmente se halla en posición de alzarse con el santo y la limosna.
 
 

Y ahí entran los populismos antipartido, que buscan el movimiento, la coalición de todos los que están en contra en este non plus ultra de país maltratado. Noemí Sanín, el medio siglo mejor llevado al oeste del Magdalena medio, varias veces ex ministra, y tan establecimiento como el que lo inventó, gusta mucho hasta la hora de depositar el sufragio, que es cuando pueden comenzar las dudas. Pero, sin discusión, al frente de algún ex policía o militar con ilusiones, es ella quien conduce la nómina de los grandes outsiders.
 
 

Y en los últimos tiempos se ha disparado en este hit parade de la esperanza la imagen del ex gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, 48 años, licenciado en Derecho y Ciencias Políticas más una apreciable colección de masters, que esta semana ha pasado por Madrid para dar un par de conferencias y, de paso, presentar sus cartas credenciales, en un vendaval de actividad, donde cada palabra parecía tan medida como la prisa y el punto de impaciencia con que el líder las pronunciaba.
 
 

Uribe Vélez, casi nunca Álvaro Uribe, y menos Uribe a secas, blanco sin tonalidades como el establecimiento del que procede, ojos que parecen mirar lo que no se ve, clavados en un lugar intangible del espacio, fue tan admirado como criticado durante su gobernación antioqueña, que concluyó en 1998, tras de lo que hizo una pasantía de casi dos años en el St. Antony's College de Oxford.
 
 

Él ya virtualmente candidato subraya que en Antioquia redujo a menos de la mitad los empleos del Estado, creó más de 100.000 puestos escolares y 14.000 de grado universitario, así como que en ésa provincia, la más extensa y moderna del país, el secuestro disminuyó en un 60%, y las muertes violentas, en un 20%. Pero también se agenció las Convivir, una milicia ciudadana antiguerrilla y antinarco, que, muchos opinaban, que tenía un más que obsceno parecido con los paramilitares, el flagelo creciente del campo colombiano, la fuerza mercenaria creada por el latifundio para desalojar al insurrecto, pero que hoy, mandada por Carlos Castaño, alinea a no menos de 8.000 hombres perfectamente armados y adiestrados que pueblan de terror la sierra y viven tanto de la coca como lo hace su odiada enemiga, la guerrilla.
 
 

Esa fuerza, mal vista en Europa por lo que tenía de abdicación del Estado en el monopolio de la legítima violencia, fue finalmente prohibida, sin que, ni mucho menos, hubiera limpiado de abigeos la modélica provincia antioqueña.
 
 

Hoy, la receta de Uribe Vélez se basa casi escuetamente en hacer de su Antioquia un modelo a escala para toda Colombia. "Un millón de hombres -no remunerados y dotados sólo de armas individuales- que se pusieran en pie de paz, en nombre de la autoridad, para la derrota del crimen"; una fuerza que, poniendo a Mao del revés, le drenara al guerrillero el mar en el que nada libremente, ocupando jungla, matorral y sotobosque hasta acularlo a negociar o a rendirse.
 
 

El ex gobernador asegura, aunque meramente pro forma, que se presentará como liberal, pero sin postular la designación de su partido, ni tampoco la del conservador, "porque no quiero matricularme en ninguna fuerza política", para poder hablar, así, al país "contra la politiquería". Bueno, eso es lo mismo que dice Noemí. "Pero, yo tengo la experiencia de gobierno en Antioquia, y ya he demostrado que tengo autoridad y decisión para cumplir este cometido".
 
 

Para ganar la guerra -o la paz- hay que basarse, à la Uribe, en un cierto pentateuco. 1) Estado legítimo, lo que exige inversión social; 2) concepto democrático (poder ir por la calle); 3) fuerza pública suficiente (15.000 soldados profesionales, a añadir a los 40.000 existentes, y 100.000 policías, lo que doblaría la fuerza actual); 4) liderazgo civil del orden público (los milicos, al cuartel), y 5) acompañamiento civil de la fuerza pública, bella metáfora que supone la resurrección de las Convivir, a todas luces, las niñas de sus ojos.
 
 

Pero como todo ello cuesta plata, Uribe Vélez afirma que ésta existe en la propia Colombia, sólo que se derrocha. "Hay que reducir el número de congresistas, de los 270 actuales -consulta un momento a su aúlico residente, el periodista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza- ¿a la mitad?; hay que eliminar puestos en la cancillería (diplomacia) -que puntea, como si al periodista le fuera en ello el empleo- sin tocar nada en Madrid; en las contralorías (tribunales de cuentas) que hay más en una sola provincia colombiana que en toda España. Con ello se ahorrarían 2.000 millones de dólares". El resto, que no es poco, vendría de la cooperación internacional, como los 120 millones de dólares que dice que costaría sacar anualmente de la coca a 50.000 familias campesinas y facilitarles un sustento que no se transforme en nieve.
 
 

Pero, la clave de bóveda de toda esta embrocación es, aunque las palabras se redoblen ahora de cautela -"la prensa internacional tergiversa en ocasiones lo que digo"- una mayor presión sobre la guerrilla, y también sobre los paras, ya que "hay que tratar a unos y otros por igual, ofrecerles diálogo, pero con una autoridad que no consiste en hacerles la guerra, sino en disuadirles de ella".
 
 

El aspirante posliberal más que ex liberal, que ha sufrido 12 atentados y circula por Colombia con una escolta de 13 policías, lo que al menos avala que no es supersticioso, no cree, como todos los fundadores de movimientos, "en derechas o izquierdas, porque soy rebelde a dejarme encasillar. Sólo creo en el sentido común."
 
 

Sin duda sincero, con una rara capacidad, que ahorra tiempo al periodista, de ir al grano, de posiciones muy frenteras, como se dice en su país, Uribe Vélez quiere ser la encarnación de un auténtico plan para Colombia, cuando ya no sobran las expectativas, que necesariamente viaja entre la ilusión y el milagro. Y el riesgo que corren los hombres como el colombiano, es el de que si fracasan, el apelativo más decoroso que se les aplica es el de aprendices de brujo.
 
 

Aunque autores como Eduardo Posada Carbó, actualmente en Oxford, aseguran que el proceso de renovación de la élite colombiana se halla ya pero que mucho en curso, la observación mejor intencionada del forastero no permite grandes alegrías. Diríase que los dirigentes del país, con honrosas excepciones, no han decidido todavía si quieren resignarse a la paz o sufragar la guerra.
 
 


 
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