![]() Domingo 18 junio 2000 - Nº 1507 |
SOCIEDAD
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Noches de drogas y alcohol El 10% de los menores de edad ha probado la cocaína y el 6,6% la toma con frecuencia • Los nuevos consumidores de estupefacientes están "muy integrados socialmente" y son de clase media o media alta. JOSEBA ELOLA
El movimiento de mandíbula de Luis al salir del baño no
deja lugar a dudas. Acaba de esnifar cocaína. Es la una de la tarde
y afuera el sol calienta los raíles de la estación de trenes
de Chamartín, donde se encuentra la discoteca -uno de los locales
emblemáticos de la noche madrileña- en la que desembocan
todos los que siguen en pie a las diez de la mañana. "En algún
sitio te tienes que meter para bajar el pedo", dice. No es un habitual
de este tipo de marcha. Hoy es un día especial. Por eso se ha comido
una stardust, una de las pastillas de éxtasis más
codiciadas ahora en el mercado español. "Tengo una agradable sensación
de frío en la piel, una sensación placentera, de bienestar".
Luis diseña páginas web. Tiene 25 años. "Aquí
hay gente que lleva de marcha desde el jueves, empalmando, pero yo no soy
de ésos. Muchos pasan por casa y se duchan, ¿no ves lo guapos
y arreglados que van?". Hoy se ha gastado 15.000 pesetas. Porque le apetecía
ponerse. Pertenece al 29% de los jóvenes españoles
cuyo principal objetivo cuando sale es drogarse.
El fenómeno del policonsumo de drogas no es nuevo. Ya en 1998,
un estudio de la Comisión Europea, Vida nocturna en Europa y
uso recreativo de las drogas. Sonar 98, apuntaba esa tendencia y señalaba
que un 50,6% de los europeos que se drogan toman alcohol y hachís
a la vez y un 10,4% suman a estas dos el éxtasis. Pero un
estudio del Plan Nacional sobre Drogas, al que ha tenido acceso EL PAÍS,
realizado sobre dos muestras -una de 12.000 jóvenes y otra de 21.000
escolares- pone de manifiesto que los jóvenes españoles ahora
mismo son de los que marcan tendencias en Europa: el 10% combina cuatro
sustancias (alcohol, cannabis, éxtasis y cocaína),
frente al 2,8% de los europeos. "La mayoría de los que toman estas
drogas las dejarán a los 23 años sin haberse causado daños
graves y una minoría se convertirá en dependiente", afirma
Richard Hartnoll, responsable de epidemiología del Observatorio
Europeo de Drogas.
Gonzalo Robles, delegado del Plan Nacional sobre Drogas, se encuentra
especialmente preocupado por los adolescentes. Mañana hablará
de ello en la Universidad Menéndez Pelayo: los consumos de cocaína
entre los 14 y 16 años ya llegan al 5%. Es decir, en una clase de
40 adolescentes ya hay dos que han probado la coca. "Los chicos
cada vez llegan más pronto a todo: al tabaco, al alcohol, al hachís...",
afirma Teresa Laespada, socióloga que participó en el Informe
Jóvenes 99, de la Fundación Santa María. "La noche
es para ellos un instrumento de ruptura. No tienen muchos puntos de fricción
con sus padres, no pueden romper por cuestiones políticas, por ideales,
así que eligen la noche como modo de diferenciarse de los adultos".
Isabel Vielva, psicóloga, destaca las inteligentes políticas
de marketing de los fabricantes de éxtasis. "Las pastillas
son de colores, con dibujitos muy simpáticos. Y son toda una tentación:
píldoras que te hacen olvidar".
El joven español que consume drogas (legales o ilegales) se toma
la primera copa a los 14 años y medio. A los 16 prueba un porro.
LSD y anfetaminas llegan un año más tarde, a los 17. El éxtasis,
con la mayoría de edad, pasados los 18. La secuencia es similar
en el resto de Europa, excepto al llegar a la cocaína. Los españoles
la prueban a los 18 años y medio, mientras el resto de europeos
lo hace pasados los 19. Tres de cada cuatro jóvenes salen tres o
cuatro fines de semana al mes.
"El problema es que hemos llegado a un punto en que no se concibe la
diversión sin drogas", señala Eusebio Mejías, psiquiatra
y director técnico de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción.
"La noche no es el espacio de la productividad, de lo oficial, de lo adulto,
del poder... Salir de noche define el rol de la persona joven. Ana,
estudiante de Odontología de 21 años, lo deja claro a las
siete de la mañana, cuando ya le ha bajado un poco el efecto de
la pastilla, frente a otra discoteca de madrugada del centro de Madrid.
"Me gusta más la noche que el día. La gente es más
clara, más transparente. Se desinhibe. De día, todo el mundo
está demasiado en su papel, en su rol de ciudadano". El fenómeno
de la marcha en una ciudad como Madrid mueve cerca de 600.000 millones
de pesetas al año. Cada fin de semana salen, en esa ciudad, entre
800.000 y un millón de personas de copas. Hay 25.000 empleados en
el sector, según la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid.
Son las once y media de la mañana. Unas 500 personas agitan el
cuerpo al ritmo del techno-house que pinchan en uno de los escasos
after de Madrid en los que no se tiene sensación de agobio.
Es espacioso, diáfano, con el suelo de color azul y uno de los mejores
equipos de sonido de la ciudad.
Alfredo acaba de llegar -un fenómeno que va ganando un número
creciente de adeptos: despertarse el domingo e irse a la discoteca-. Se
ha levantado a las nueve, ha desayunado, ha sacado a pasear al perro y
ha llegado con un objetivo claro: "Ponerme de pastillas hasta las orejas".
Tiene 17 años y trabaja en una empresa de transporte. Suele comerse
entre ocho y nueve pastillas en una noche. "Si me voy tres días
de farra necesito 50.000 pelas". ¿De dónde las saca?
No le queda más remedio que traficar para pagarse las noches. Compra
a 525 pesetas y vende a 1.500. Sus amigos del barrio de Aluche pasan por
su casa y se llevan 50, 100, 300 pastillas. Depende.
A su lado está su amigo Alberto. Tiene los ojos azules, pero
sus pupilas están tan dilatadas por el efecto del éxtasis
que sólo queda un cerco azul clarito sobre un fondo negro. También
tiene 17 años. Era un bebé cuando estalló la guerra
del Golfo. Las siglas de la URSS no ha llegado a conocerlas. Cuando Cela
ganó el Nobel no sabía leer.
El 81,9% de los que salen tres y cuatro fines de semana al mes tiene
menos de 18 años.
Pastillas, coca, sí. Pero la droga más peligrosa
es el alcohol. La toma el 90% de los jóvenes entre 15 y 29 años.
El 50,8% ha conducido el coche en algún momento bajo los efectos
del alcohol -el 36,8% , bajo los efectos de otras drogas-. Y el 9,4% ha
sufrido algún accidente. Es la droga que más muertes causa
y la más tolerada por los padres, que ignoran que uno de cada dos
hijos la mezcla con alguna otra sustancia, ya sea cannabis, cocaína,
éxtasis o LSD. "El policonsumo empieza a transformarse en
una costumbre y el camello multiproductos cada vez es más
habitual", afirma Alain Vallon, responsable de drogas sintéticas
del Observatorio de Drogas Europeo.
El sociólogo Domingo Comas, actual director del Grupo de Investigación
sobre Drogradicciones, lleva 25 años estudiando estos fenómenos.
Dice que el síndrome de prolongar la noche tiene una explicación
clara: "Los jóvenes disponen ahora de mucho menos tiempo de ocio
que el que tuvieron sus padres cuando eran estudiantes. Todo se concentra
en el fin de semana. Cuando salen, tienen que aprovechar su tiempo al máximo".
Luis, estudiante de 16 años, lo refrenda en plena plaza de Santa
Bárbara, de Madrid, donde los jóvenes se reúnen a
hacer botellón -comprar alcohol en bodegas y beberlo en la
calle-. Con un mini de vodka con limón en la mano, declara:
"Hay que aguantar lo máximo porque la semana son cinco días,
y el fin de semana, dos".
Paranoias, delirio, ansiedad, depresiones. Cuadros que presentan ciertos
consumidores de drogas. "Lo que no sabemos es si la droga los provoca o
los desencadena", reconoce el psiquiatra Eusebio Mejías. Del efecto
nocivo de las pastillas aún no ha habido ocasión de ver gran
cosa. De la cocaína, sí. Cerca del 22% de las urgencias por
drogadicción en Madrid son por cocaína.
"Sobre los efectos de la mezcla de varias drogas sabemos poco, está
en fase de experimentación con ratones", dice Alain Vallon, responsable
de drogas sintéticas del Observatorio Europeo de Drogas. "Se producen
efectos agudos al mezclar éxtasis con alcohol. Son mucho
menos graves si no se bebe". La farlopa -coca- que pasa por
España procede en su gran mayoría de alguno de los 200 carteles
colombianos que funcionan desde el hundimiento de los dos grandes, el de
Cali y el de Medellín. El gramo cuesta hoy en día entre 8.000
y 10.000 pesetas. De un gramo salen entre 10 y 15 rayas, suficiente para
dos o tres personas que salen de copas. El grado de pureza oscila entre
el 40% y el 50% cuando la coca es buena -se mezcla con anfetaminas
o azúcar-. El éxtasis se fabrica en Levante, en Holanda,
en Polonia. Los laboratorios de esta droga sintética son hoy unidades
móviles. Muchos viajan en el interior de camiones que circulan por
las carreteras de Europa.
Tres de la madrugada, discoteca de la Costa Polvoranca, un polígono
situado en Alcorcón, ciudad dormitorio de los alrededores de Madrid.
Z baila como un robot, asiendo una especie de cesta de cerezas imaginaria,
más ancha que su pecho, con su pelo largo, negro y rizado. Su colega
de la izquierda le pone una pastilla en la boca. El colega de la derecha
le hace una seña tocándose la nariz. Z saca una papelina
del bolsillo de su camisa vaquera y vuelca con una tarjeta de crédito
el polvo blanco sobre el dorso de la mano del colega. Para adentro. Un
traguito de whisky y a funcionar. A menear el saco imaginario de cerezas
a ritmo de música maquinera al más puro estilo de bakalao
valenciano, agudo y de mala calidad.
Las pastillas vuelan por la pista. Pasan del bolsillo de uno
a la boca del de al lado, viajando entre los dedos del que invita y aterrizando
en la boca del invitado. Los bailes espasmódicos se convierten en
pateos en el suelo y alaridos cada vez que Vicente One more time,
el disc jockey grita: "A ver cómo subimos", en obvia referencia
a la subida de las pastillas.
En plena avenida Costa Polvoranca, en la calle, sentado con las piernas
cruzadas sobre un pollete, está Raúl, viendo la noche pasar
frente a un local que ofrece cuatro copas por mil pesetas. Parece un pequeño
Buda. Pelo rapado, una pequeña coleta en la nuca, expresión
de placidez, media sonrisa dibujada en los labios. Tiene 17 años,
trabaja como albañil, vive con sus padres y gana 70.000 pesetas
al mes. Para una buena fiesta necesita 10.000: 7.000 para pastillas, 2.000
para hachís y mil para entrar en alguna discoteca. Dice que gasta
todo lo que gana en vicios. Son las dos y ya se ha comido cinco pastillas
y media. Stardust y mitsubishis, que son de las mejores.
Responde a las preguntas tranquilo, con un sosiego fruto del bienestar
que le produce el éxtasis. Él es de los pocos que
no mezcla pastillas y alcohol. No le gusta el alcohol. Prefiere la mezcla
con porros. Saldrá hasta las seis de la mañana. La primera
pastilla se la ha comido a las ocho de la tarde. "Te sube a la media hora.
Se te pone la típica sonrisilla y te entran ganas de bailar. Lo
malo es que a veces se me ponen lo ojos bizcos".
- ¿Cómo es la bajada?
- Antes de que me baje me como otra.
- ¿No hay peligro de que enganchen?
- Sí, sí enganchan. Yo, un viernes o un sábado,
me tomo entre ocho y diez pastis. Seguiré así toda
la vida durante los fines de semana.
- ¿Por qué esa obsesión por prolongar la noche
todo lo que se pueda?
- Para olvidarme de todo.
Víctor, su colega, moreno y cejijunto, también responde
a la pregunta: "Para estar en un estado de éxtasis y paranoia y
que la noche se haga más corta".
Él sí que mezcla con alcohol. Es lo que le gusta. Piolines,
teletubbies, bambas, mercedes, rombos, tulipanes, ferraris, ovaladas
blancas... Muchas de las pastillas que se mueven en el mercado español
reciben nombres de coches. Se venden a 1.000 o 1.500 pesetas.
- ¿Por qué recurren a las pastillas?
- Para disfrutar de la vida.
- ¿Y no hay otros medios mejores?
- Sí, follar, pero es más fácil pillar unas pastis.
La actitud de los padres no sale muy bien parada del informe del Plan
Nacional sobre Drogas. El sociólogo Javier Elzo afirma que la generación
del 68 es demasiado permisiva. Que España es el lugar en que más
ha pervivido la idea de "Prohibido prohibir". El delegado Gonzalo Robles
asegura que hay temor a poner límites: "Se prima la convivencia
por encima de las normas que deben imperar en la familia". El sociólogo
Domingo Comas acusa al mundo adulto de someter a los jóvenes a ritmos
de estudio y de trabajo excesivos y también dice que los padres
toleran el consumo de alcohol. Además, dice, tienden a pensar: "Pobrecillos,
con lo difícil que lo tienen, con el paro y eso. Tienen que desfogarse".
Al asumir una parte de la responsabilidad, los progenitores otorgan una
coartada a sus hijos. Así lo ve el psiquiatra Eusebio Mejías.
"En ese momento, los adultos piden soluciones a los ayuntamientos para
que cierren locales. Pero así no se soluciona el problema".
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