El País Digital
Lunes
16 noviembre
1998 - Nº 927

La Frutera

La United Fruit Company, también llamada La Frutera, es dueña y señora de Centroamérica

MANUEL LEGUINECHE



Un bracero transporta plátanos en una
plantación de Costa Rica (Cover).
Terremotos o inundaciones, las catástrofes naturales han azotado con desgraciada frecuencia la vida de todos los países de Centroamérica. Pero la realidad que más ha marcado un destino común para estos pequeños Estados es la United Fruit Company. Cara y cruz de países como Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica o Guatemala, el gigante norteamericano que controla y explota los recursos agrícolas de la zona representa la fuente esencial de riqueza y empleo, pero también el eje de una intervención política y militar que ha dado origen a metáforas tan negativas como las del patio trasero o las repúblicas bananeras.

Al entrar en Guatemala desde Honduras con sus fuerzas golpistas en 1954, el coronel Castillo Armas pasó por Esquipulas para arrodillarse ante el Cristo Negro. Es el Cristo mágico de Guatemala. El negro es el color sagrado de los aborígenes americanos. Hacia la basílica del Cristo llegan los peregrinos de Centroamérica para pedir favores o agradecerlos. La corte de los milagros -leprosos, paralíticos, perniquebrados- monta guardia junto al santuario. Es el pasillo de los lisiados como la orilla del Ganges en Benarés. En efecto, Castillo Armas, que hizo honor a su segundo apellido materno y se matriculó en la academia militar de Kansas, pidió al Cristo Negro su bendición para el levantamiento contra el Gobierno legal de Jacobo Arbenz.

La United Fruit Company -llamada la Frutera y también el Pulpo-, la CIA, el presidente Eisenhower y al parecer el Cristo Negro esculpido por Quirio Cataño se aliaron en esta ocasión para derribar a Arbenz y su "República Roja". El "bárbaro invasor" de Rubén Darío, Estados Unidos convirtió Honduras en un campamento de exiliados guatemaltecos y mercenarios para preparar la "operación Diablo". La United Fruit de Boston controlaba las líneas telefónicas, telegráficas, muelles y vías de comunicación, el ferrocarril y la conciencia de la jerarquía bananera, de los finqueros. La firma de Boston, la UFCO, la reina del capitalismo agrario en Centroamérica, vio con muy malos ojos la política de cambios emprendida por Jacobo Arbenz, la tímida reforma agraria, que afectó sólo a tierras no cultivables y algunas plantaciones. Eisenhower creyó, como Reagan años más tarde en Nicaragua, que la revolución llegaba, de puntillas, al patio trasero. El presidente Arévalo, que cedió el cargo a Arbenz, escribió en su libro de memorias tras el golpe de 1954 que las relaciones de las pequeñas repúblicas centroamericanas con el gigante norteamericano eran las mismas que las que se dan entre el tiburón y las sardinas. El tiburón se había comido muchas sardinas al cabo de los años. En el historial del cuerpo de marines se mencionan 180 casos de intervención en los años que van de 1800 a 1934.

Jacobo Arbenz actuó con tacto y mano izquierda. Indemnizó a la United Fruit por las expropiaciones en la misma, simétrica medida de la declaración de impuestos de la compañía frutera, o sea, 150.000 dólares por una inversión superior a los 60 millones de dólares. Fue el último intento de llevar a cabo una serie de reformas por un Gobierno legítimo surgido de las urnas. Después, ante la intromisión de EE UU, de la todopoderosa United Fruit -un Estado dentro del Estado- y de los intereses económicos de la oligarquía de Guatemala surgió la guerrilla. El conflicto ha durado hasta hace muy poco, con docenas de miles de muertos por la mano negra y las dictaduras militares.

Alojado en el Club español esperaba para ser testigo de la invasión de Castillo Armas un joven médico argentino, asmático y rebelde, llamado Che Guevara. Tomó buena nota del desenlace en el primer país que se atrevió a desafiar a la potencia estadounidense.

Entre 1931-1944 la dictadura de Ubico vendió Guatemala, como quien dice, a la compañía platanera United Fruit de Boston, la primera latifundista del país. Era dueña de las instalaciones de Puerto Barrios en el Caribe, copropietaria del puerto de San José en el Pacífico. Controlaba la línea férrea a través de sus acciones en la International Railways of Central America y dominaba gran parte del tráfico marítimo en el área del Caribe. Otra compañía norteamericana, la Empresa Eléctrica suministraba al país las 4/5 partes del consumo total de electricidad. Al llegar Arbenz al poder sabía de sobra que no habría desarrollo en Guatemala sin hacer frente a la reforma agraria y a los monopolios extranjeros. Su gobierno tomó cuatro medidas básicas: la construcción de una carretera hacia la costa para romper con el monopolio del ferrocarril; la construcción de un puerto (nacional) con el puerto de propiedad extranjera; la construcción de una presa hidroeléctrica cerca de la capital que limitara la dependencia de la Empresa Eléctrica; y una reforma agraria que expropiara las tierras sin cultivar. La reforma agraria se puso en marcha con el reparto de 810.000 hectáreas, muchas de ellas propiedad de la UFCO, a unos 100.000 campesinos sin tierra.

Si, en palabras de Toynbee, la historia es una serie de desafíos y respuestas, la de Washington no se hizo esperar. El embajador norteamericano en Guatemala, John Peurifoy, declaró a los periodistas: "La opinión pública de los Estados Unidos nos obliga a tomar medidas que impidan que Guatemala caiga en las garras del comunismo internacional. No podemos tolerar que la URSS se establezca entre Texas y el Canal de Panamá".

Se dice que uno de los principales accionistas de la United Fruit, de cuyo consejo de administración formó parte, era el secretario de Estado, John Foster Dulles. Éstos eran sus poderes: 553.965 hectáreas de tierra en el Caribe, 72.000 cabezas de ganado y una flota, la llamada Gran Flota Blanca, de 65 barcos. Tan sólo en Guatemala reunía 250.000 hectáreas de plantaciones y campos de cultivo, tres puertos comerciales, la International Railways con una licencia de explotación que se extendía hasta el año 2009. Poco antes de la invasión de Castillo Armas, producía, libre de gastos, una libra de plátanos por 1,7 céntimos, cuando el precio de venta rondaba los 16 céntimos. El 80% de las tierras de Guatemala estaba en manos del 2% de la población. En las elecciones de 1951, Jacobo Arbenz obtuvo 51 de los 53 escaños del Parlamento. El primer grito de alarma surgió de Boston, en las oficinas centrales del Pulpo. Se pedía una intervención armada para evitar el "peligro comunista".

Bajo la mirada de la CIA, los exiliados guatemaltecos y los mercenarios comenzaron los preparativos de invasión en sus bases de Honduras y en la Nicaragua de Somoza. Al frente de la invasión irían Carlos Castillo Armas e Ydígoras Fuentes. Las fuerzas invasoras contarían con fuerza aérea, bombas de napalm y carros de combate. El Ejército guatemalteco no movería un solo dedo para sacar de apuros a Arbenz. Además, la CIA exageró el número y la potencia de fuego de las fuerzas invasoras, de modo que en Ciudad de Guatemala cundió el pánico. Como decía Trotsky de algunos golpes de Estado, fue tan fácil como derribar de un puñetazo a un paralítico.

El secretario de Estado, Dulles, hizo que la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobara en marzo de 1954 una resolución sobre Guatemala. La resolución condenaba "el dominio o control del comunismo internacional sobre las instituciones políticas de una nación americana". El presidente Eisenhower escribió mas tarde en sus memorias las razones de Estados Unidos para intervenir en defensa de los intereses de la bananera: "Dulles anunció el 17 de mayo que Washington poseía informaciones seguras sobre un envío de armas al Gobierno de Arbenz procedente de un país de detrás del Telón de Acero. Se trataba de un barco sueco, el Alfhem, que había cargado armas checas en la ciudad de Stettin en Alemania Oriental".

El 19 de mayo, Somoza rompió relaciones con Guatemala. El 24 de mayo, Estados Unidos comenzó a enviar armas a Honduras y Nicaragua para hacer frente "al peligro creado por el envío de las armas checas a Guatemala". El instructor de las fuerzas de invasión se llamaba Carl Studer. Le ayudaban el ex coronel nazi Niederhaetman y el agente de la CIA Félix Bernardin. Grupos de saboteadores fueron lanzados en paracaídas sobre territorio de Guatemala, sobre las iglesias resquebrajadas por los terremotos, los bosques en los que vuela el quetzal, las ruinas mayas, las plantaciones.

El 18 de julio de 1954, una fecha elegida por Castillo Armas, los aviones norteamericanos PC-47 bombardearon varias ciudades y los depósitos de combustible de Puerto San José. Jacobo Arbenz, el coronel-presidente reformista, no contaba con aviones ni artillería antiaérea. Las tropas de Castillo marchaban ya desde Honduras. La United Fruit Company, que infiltró a algunos de sus agentes entre las fuerzas invasoras, seguía la operación de cerca, en permanente contacto con Boston. Todo iba bien. No tardaría en recuperar sus tierras, sus gabelas y dictar de nuevo sus condiciones.

Muñecos de la CIA

El embajador Peurifoy, campeón de golf y diplomático de choque, fue el hilo conductor de la invasión. Era el mensajero del big stick, el estacazo, la fórmula del ex presidente Teddy Roosevelt, el coronel jefe de los Voluntarios de Caballería en la guerra hispano-norteamericana. La CIA lanzó muñecos en paracaídas sobre los maizales para mostrar que la fuerza invasora era fuerte, aplastante, algo más que un puñado de mercenarios. Instaló también emisoras de radio y sobornó a los oficiales del Ejército guatemalteco. La Embajada de EE UU colocó un altavoz sobre un tejado de la capital para difundir ruido de saqueos, y ordenó a sus pilotos que bombardearan el palacio presidencial de Arbenz. Los aviones de Castillo Armas tuvieron sobre los apacibles indios guatemaltecos el mismo efecto que los caballos de Cortés y de Alvarado habían tenido en el siglo XVI sobre sus antepasados mayas. "Los indios", acostumbraba a decir uno de los procónsules de las compañías bananeras, Sam Zemurray, "no están preparados para el marxismo". Se cruzaron de brazos.

Sin armas y abandonado por su Estado Mayor, Arbenz difundió su dimisión por radio, y cruzó la Sexta Avenida para pedir asilo en la Embajada de México. Murió en 1971 en suelo mexicano. Las puertas de Ciudad de Guatemala estaban abiertas cuando el embajador Peurifoy hacía frente al grupo de militares que se creían con derecho a ocupar el poder.

En el campeonato que siguió para descubrir "al anticomunista más sincero", ganó el hombre elegido por la CIA y por el Cristo Negro: Carlos Castillo Armas. Su entrada en Guatemala pasó a la historia de la cultura nacional de las emociones: "Los alaridos y los vivas de la multitud eran frenéticos", escribió Marcel Niedergang para Le Monde, " los petardos estallaban en blancas nubecitas, pronto disipadas, por encima de la marea humana amontonada ante el Palacio. Oscilaba y avanzaba ésta en bruscos empujones contra los soldados, que se defendían a culatazos, y luego hacia atrás, entre los gritos de las mujeres pisoteadas. Por todas partes había banderas blanquiazules, escarapelas y carteles. Un enorme y pueril alboroto brotaba de aquella sobreexcitada multitud y venía a chocar contra los escalones de piedra verde del palacio presidencial.

Lívido, adelgazado, con las manos crispadas sobre el micrófono, el coronel Castillo Armas, vestido de paisano, apareció en el balcón y pronunció, con voz suave y monocorde, su primer discurso". Prometió defender la patria, los derechos de los ciudadanos y la religión católica. "¡Primero Dios!", gritó al iniciar las frases de su discurso. Primero Dios y después la United Fruit debió decir, porque el champaña corrió en Boston. Foster Dulles dijo por la radio que era un "triunfo glorioso".

Al salir del balcón, Castillo Armas se secó las lágrimas y recibió el abrazo de sus oficiales. Así empezó la larga noche de plomo. Había que arrancar la mala hierba crecida durante diez años, en los periodos del presidente liberal Juan José Arévalo y el reformista fallido Jacobo Arbenz. Diez mil partidarios de Arbenz fueron a parar al exilio, el número de los presos políticos subió a 5.000, neutralizaron a los líderes de los sindicatos, se suprimieron los partidos. La Frutera de Boston recuperó sus latifundios, sus trenes, sus tendidos telefónicos, sus puertos comerciales y sus beneficios. Por el decreto 98 se suprimieron los partidos políticos, y el Fahrenheit tropical envió a la hoguera los libros sacrílegos, entre ellos, las obras de Dostoievski y Víctor Hugo.

Después, el coronelito triste devolvió la enseñanza del catecismo a las escuelas. Su profesión de fe no le salvó a Castillo de la muerte airada. El verano de 1957, fue asesinado con dos tiros a quemarropa, por uno de sus guardias de corps, Romero Vázquez. Romero fue ejecutado in situ. Según otras versiones, el coronel se suicidó. El crimen quedó como tantos otros en el misterio.

La United Fruit nació en 1899 tras la fusión de la Boston Fruit Company y otras compañías menores que cultivaban y comercializaban el plátano en las islas del Caribe, Centroamérica y Colombia. El fundador se llamaba Minor C. Keith, que compró su primera plantación bananera en 1872, el mismo año que se tendió la primera línea de ferrocarril en Costa Rica. En 1884 llegó a un acuerdo para hacerse cargo de la deuda nacional y construir otros 80 kilómetros de línea de ferrocarril. A cambio recibió los derechos sobre esa línea, 325.000 hectáreas de tierra virgen libres de impuestos durante 20 años. La Frutera se convertía así en la primera empresa de Centroamérica. Los ataques populares llegaron también pronto: al Pulpo se le hizo responsable durante el periodo de la "diplomacia del dólar", las primeras décadas del siglo XX de explotación de los trabajadores, de pagarles salarios de miseria, de sobornar a políticos y funcionarios en sus áreas de influencia, de engrasar con las mordidas la maquinaria administrativa o de inspirar rumores de botas y golpes de Estado.

Con el tiempo, la UFCO revocó su fachada con el nombre de United Brands Company (1970), mejoró algo la paga de los trabajadores y les procuró agua potable y ayuda médica.

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