El País Digital
Lunes
16 noviembre
1998 - Nº 927

Alzamiento en El Salvador

Cualquier movimiento social, cualquier síntoma de agitación popular en las áreas bananeras se registraba en el sismógrafo de la UFCO en Boston. Como dijo años mas tarde Eisenhower, "lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos", los intereses de la United Fruit coincidían con los de Washington. En El Salvador, el 22 de enero de 1932, a medianoche, los campesinos se alzaron en armas. El general Martínez, alias El Brujo, tenía el dedo en el gatillo. Los campesinos, con armas de fortuna, machetes, cuchillos, aperos de labranza y escopetas de caz,a ocuparon varios pueblos. Fue un levantamiento sin pies ni cabeza, espontáneo, visceral, surgido de las entrañas del hambre. El Ejército, mientras la oligarquía rezaba en sus capillas privadas, esperaba el pim pam pum. Los cachorros de las catorce "grandes familias" crearon su propia banda, la Guardia Cívica, echaron una mano a las tropas regulares. Las ametralladoras de Martínez crepitaron toda la noche. Sofocó la rebelión en tres días. Fue entonces cuando empezó de verdad la matanza.

Cuando los periodistas extranjeros empezaron a facilitar cifras de la matanza, que oscilaban entre 12.000 y 30.000 víctimas, el general Martínez aseguró que "sólo" eran 4.000. Un apresurado consejo de guerra condenó a muerte al cerebro del alzamiento campesino, Farabundo Martí, que en realidad se llamaba Mártir, pero cambió el apellido por su admiración hacia el patriota cubano Martí. "No me venden los ojos. Quiero ver la muerte de frente", dijo al oficial que mandaba el pelotón de fusilamiento. Durante semanas reinó el terror. Los cadáveres aparecían en las cunetas y los calveros del bosque para pasto de las alimañas y escarmiento de los vivos.

Si Cabrera o Jorge Ubico, que se creía Napoleón, son el modelo del Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, el general Martínez puede serlo del Patriarca de García Márquez. El Brujo permaneció trece años en el poder en El Salvador con la ayuda de sus sortilegios y sus fórmulas mágicas. Era teósofo, espiritista y vegetariano: "Es un crimen mayor matar a una hormiga que a un ser humano", decía, "ya que el hombre vuelve a nacer después de muerto mientras que la hormiga muere para siempre".

El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica. Ya en 1880, las plantaciones centroamericanas producían casi la sexta parte del café mundial. La caída del precio del café, el monocultivo nacional en El Salvador en la crisis del 29, provocó la revuelta campesina. Las plantaciones quedaron pronto en manos de "catorce familias". El indio chiflado murió asesinado en el exilio de Honduras en 1966. Ahora, como diría el poeta Roque Dalton, El Brujo era "un muerto entero".

El general del cuerpo de marines de EE UU Smedle Butlers descubrió en su autobiografía, escrita en 1931, lo que fueron aquellos años de intervenciones, desembarcos, golpes de mano: "He pasado treinta y tres años y cuatro meses en el servicio activo, como miembro de la más ágil fuerza militar de este país: El Cuerpo de Infantería de Marina. Serví en todas las jerarquías, desde teniente segundo a general de división. Y durante todo este período me pasé la mayor parte del tiempo en funciones de pistolero de primera clase para los Grandes Negocios, para Wall Street y los banqueros. Aseguré México para los intereses del petróleo de EE UU en 1914. Ayudé a convertir a Haití y Cuba en lugares decentes para los muchachos del National City Bank, para que pudieran cobrar sus impuestos tranquilamente. Ayudé a limpiar Nicaragua para los hermanos banqueros Brown entre 1909 y 1912. Dejé a la República Dominicana madura para recibir a los intereses azucareros norteamericanos en 1916. Ayudé a ablandar Honduras para las compañías fruteras estadounidenses en 1903. Echando una mirada retrospectiva sobre mi carrera, presiento que podría darle a Al Capone algunas pequeñas sugerencias, porque el ejercicio de su poder no llegó más allá de tres barrios. Nosotros, los marines, operábamos en tres continentes".

En San Pedro Sula, Honduras, apenas quedan vestigios del Imperio sobre el que no se ponía el sol. La catedral es neogótica y la ciudad una amalgama de españoles, chinos, turcos, judíos, alemanes o gringos. De la jungla y de los valles, la bananaland, subía un hervor de caoba y melaza. En tiempos del Pulpo se decía que era posible comprar a un político hondureño por el precio de un asno de Kentucky. Las familias dominantes (O,3% de la población) y las dos firmas bananeras se han hecho con la parte del león de la economía de este poco poblado país, coprotagonista de "la guerra del fútbol" con El Salvador.

El viajero atraviesa grandes campos de piña y bananales de la Standard. "En el vapor de la mañana. Un cuerpo rueda, una cosa. Sin nombre, un número caído. Un racimo de fruta muerta". Pablo Neruda habla de las repúblicas bananeras en "la dulce cintura de América", donde la Compañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso. Peleas de gallos, carne perfumada de iguana, líneas férreas sin terminar; la Virgen del Perpetuo Socorro, regalo de Ruiz Mateos a San Pedro Sula; el pirata Walker fusilado en Trujillo; la renta más baja después de Haití; plátanos marca Chiquita, la heredera de la UFCO. "Los españoles se llevaron el oro y nos dejaron las iglesias", se lamentaba un ciudadano de San Pedro Sula, "los gringos se llevaron la piña y las bananas, y nos dejaron hospitales, escuelas y algunas carreteras, es verdad, pero se llevaron más que dejaron. Los placeres son por onzas, y los males, por arrobas. La verdad, amarga, y la mentira, dulce como el plátano".

Allá por la primera década del siglo vivía exiliado en Nueva Orleans, entre mansiones francesas y negros espirituales, el ex presidente de Honduras Manuel Bonilla. En la misma ciudad vivía un tal Samuel Zemurray, expatriado de Berasabia, la Moldavia rusa, que soñaba con fundar en Honduras, llamada así por Colón, el Imperio de los Bananales. Un buen día, mientras sonaba el jazz, se juntaron el hambre y las ganas de comer. Zemurray le prestó a Bonilla el buque Hornet y una tripulación armada dispuesta a todo.

Después de ordenar champaña y caviar en un burdel de Nueva Orleans para despistar a los agentes del Gobierno con la inminencia de una larga noche de amor, el ruso judío y Manuel Bonilla embarcaron con sus bucaneros para retomar el poder. Uno de los tripulantes era un fogonero convertido en general de la tropa. Desde Trujillo, el ex presidente exiliado marchó hacia Tegucigalpa y derribó al presidente constitucional, Miguel Dávila. En octubre de 1911, Manuel Bonilla, agradecido por los servicios prestados, le regaló al de Berasabia tierras sin fin en los andurriales de Sula, libres de impuestos, con miradas de mosquitos y esclavos baratos.

En 1929, el Pulpo engulló a Zemurray, al que llamaban Sam el Banana Man. Entre 1925 y 1935, Honduras fue el primer productor de plátanos del mundo. En 1925 se llevó a cabo la primera gran huelga de protesta contra las compañías norteamericanas. Un precedente de la que en 1954 sacudió a la United Fruit en el movimiento sindical más amplio conocido hasta entonces en América Central. Duró la huelga 61 días y tomaron parte en ella más de 25.000 trabajadores. La revolución cubana asustó a la United Fruit-United Brands que en 1973 vendió la compañía a Del Monte en Guatemala, que a su vez se lo vendió a la compañía tabaquera Reynolds en 1979. Entre 1950 y 1974, el precio del plátano cayó un 44%. El aceite de palma, el algodón, el sorgo eran, entre otros, los nuevos cultivos de moda.

El tiempo de las grandes concesiones ha pasado a la historia: Costa Rica aprieta la tuerca de los impuestos. La Brands suspende toda producción frutera en la costa del Pacífico y se repliega en el cultivo de aceite de palma. La Chiquita banana de la canción promete en los carteles de sus plantaciones "riqueza y progreso para Honduras". Pero los trabajadores están mejor organizados ante la presión de La Chiquita Brands Company para reducir gastos, pagar menos e incrementar la producción con el propósito de ser competitivos en los mercados internacionales.

En febrero de 1996, el Ejército, la policía, los cachicanes de La Chiquita Brands invadían con sus bulldozers las huertas de los trabajadores y se llevaron por delante las cosechas de tomates, zanahorias, maíz, melones, las casitas de palma y hasta las iglesias construidas a su alrededor. "Ha sido una acción legal y justificada", afirmaron desde la central de La Chiquita en Cincinatti, Ohio, los portavoces de la compañía. El plátano, aseguran, ya no es negocio en Honduras. La producción ha bajado de 32 millones de cajas en 1987 a 10 millones de cajas en 1994. El sueldo ha descendido de ocho dólares a menos de tres. La fuerza de trabajo de La Chiquita ha quedado en la mitad de lo que era. La Comisión de Derechos Humanos y la Iglesia protestaron contra el asalto a los trabajadores. Era una violación flagrante de las leyes hondureñas.

Cuando, en 1935, una enfermedad del plátano, la sigatoca, devoró los platanales, la Frutera se trasladó a Costa Rica. El presidente Tiburcio Carias, que era un empleado de la United Fruit, permitió a ésta que desmontara 700 kilómetros de vía férrea y se los llevara del país. Cuando la epidemia desapareció, Zemurray y la Frutera, cada uno por su lado, volvieron a las fértiles tierras que el judío ruso vendió en 1950, a los 70 años de edad y enfermo de Parkinson.

A mediados de los setenta, la United Fruit, con la etiqueta de United Brands, tenía por presidente a un empresario llamado Eli Black. Sus agentes en Suiza "mordieron" al presidente Oswaldo López Arellano y a su ministro de Economía, con 1.250.000 dólares. Se aseguraban así un trato de favor en materia de impuestos. Pero el escándalo del soborno, el Bananagate , estalló en las páginas de los diarios y las autoridades norteamericanas se pusieron a investigar. Con Eli Black en la bancarrota, antes de verse en la cárcel, prefirió resbalar en una cáscara de plátano y se arrojó desde el piso 44 de su oficina del edificio Pan Am, en Manhattan.

Después de tantos avatares, la United Brands metamorfoseada en Chiquita Brands International, bajo el control de la familia Lindner de Cincinnati (American Financial Group), limpió la imagen negrera e inhumana, tipo capitalismo salvaje, de la UFCO y se puso al día, se civilizó con la estadística de escuelas, hospitales, laboratorios, carreteras asfaltadas y campos roturados, ganados a la selva. "Además", me decía en 1984 uno de sus funcionarios, "el convenio colectivo se negocia con el sindicato. Un obrero puede ganar 15 dólares al día".

El Pulpo se convertía así en un simpático chipirón, pero los problemas sociales no terminaron. "Es muy importante que no me hablen del pasado", pidió el sucesor de Eli Black, Wallace Booth. Había razones para la amnesia, por ejemplo los 45 líderes obreros de la United Fruit asesinados tras el golpe contra Arbenz en Guatemala, un político más próximo a Abraham Lincoln que a Lenin. La Frutera recompensó a la CIA siete años más tarde con el regalo de dos de sus barcos para la invasión de bahía de Cochinos en Cuba. Honduras fue la base de EE UU para los ataques contra Nicaragua y la guerrilla del Frente Farabundo Martí en El Salvador.

Los bananales se habían transformado en un enclave militar. En 1974, el huracán Fifí destruyó el 60% de la producción agrícola de Honduras. La Standard Fruit abandonó muchas de sus plantaciones. El Mitch ha rematado la faena.

El 'Mitch' asuela los campos bananeros de Chiquita Brand

MAITE RICO
Iba a ser una cosecha magnífica..." Pedro sostiene en sus manos un maltrecho racimo de plátanos verdes y mira a su alrededor apretando la mandíbula. La finca Omanita es un campo de desolación. Los platanales, que hasta hace quince días se erguían robustos, se sostienen aún en pie como espectros patéticos, quemados por el agua y el viento.

El Valle de Sula, al norte de Honduras, era un océano verde. Las plantaciones de banano de la Tela Railroad Company, subsidiaria de Chiquita Brands, la compañía que preside Carl Lindner y que antaño fue United Fruit, alfombraban 7.000 hectáreas. El huracán Mitch ha convertido ese vergel en un valle de lodo. La todopoderosa transnacional, que ha librado triunfales batallas contra Gobiernos y sindicatos, ha sucumbido a las fuerzas de la naturaleza. Este año iba a colocar en el mercado internacional 18 millones de cajas de plátanos hondureños de la mejor calidad. Ahora sólo quedan pérdidas calculadas en 100 millones de dólares (unos 14.000 millones de pesetas).

Con los pies en el fango, empapado por la lluvia, Pedro recorre las hileras de platanales en busca de algunas frutas aún aprovechables. Esa será la cosecha del año. La compañía ha dado permiso a sus 7.300 trabajadores para que recuperen lo que puedan y lo vendan en el mercado local. Los grandes buques de la Chiquita Brands llegan ahora hasta Puerto Cortés cargados de víveres y medicinas. "La verdad es que la empresa nos está ayudando mucho en este desastre", dice Pedro. "Los compañeros que trabajan con los productores independientes están desamparados". Los empleados de la Tela han sido tradicionalmente la aristocracia entre los campesinos del Valle de Sula. Claro que para tener condiciones dignas tuvieron que pasar años, sudor y muerte. "Mi padre trabajaba de 14 a 16 horas diarias por salarios de miseria, no teníamos vivienda, ni asistencia médica. La gente se moría de paludismo", recuerda José María Martínez. Todo cambió a partir de 1954. Los trabajadores de la Tela crearon un sindicato, el Sitraterco.

Y llegó la jornada de ocho horas y el descanso dominical. Y llegaron las viviendas, unas casas de madera azules, amarillas y verdes, elevadas sobre pilares de cemento, como todas las de la región. Llegó también la luz eléctrica y el agua corriente, y las escuelas, con maestros pagados por la compañía, y la atención médica gratuita. "Donde la empresa siempre ha sido dura es en los salarios", advierte el secretario general de Sitraterco, Juan Ramón González. Con el sueldo de 1.500 lempiras mensuales (unas 15.000 pesetas) y el bono bimensual pasan estrecheces. "Ese es el caballo de batalla de todos los años. Bueno, era". Juan Ramón acentúa el tono de la última palabra. Los muebles desvencijados y el lodo que inunda la sede sindical le devuelven a la realidad.

Después del huracán, la Tela ha solicitado la suspensión de labores por diez semanas, mientras evalúa la situación. Pero los tiempos han cambiado, y la compañía está mostrando sensibilidad. "Nos van a dar una indemnización y créditos sin intereses. Nos mantienen las casas y las prestaciones. Están en constante comunicación con nosotros". Y después... La propuesta de la Tela es alentadora: en unas semanas, cuando el barrizal desaparezca, arrancarán todas las plantaciones, y desbrozarán la tierra, y sembrarán maíz, fríjoles y sorgo, para que se absorba la humedad. Después volverá el plátano, y en un año todo el valle volverá a ser un océano de oro verde. Eso es lo que han hablado con la empresa, y a ese sueño se aferran.

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