![]() Lunes 24 abril 2000 - Nº 1452 |
INTERNACIONAL
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Las grandes inversiones españolas en Lationoamérica crean expectativas y resquemores
EL PAÍS
Decir que los españoles están comprando todo es algo más
que una frase recurrente a la hora de hablar del nuevo desembarco en América
Latina. Hay quienes lo califican de segunda conquista. Hoy no se trata
de ocupar territorios, sino de invertir y comprar empresas en sectores
estratégicos. Basta una mirada al mercado para comprobarlo: el BSCH
y el BBVA en servicios financieros; Repsol, Endesa e Iberdrola en generación
y distribución de energía; Iberia, Indra y Aguas de Barcelona
en otros sectores y servicios. Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, Brasil,
Perú, Cuba, México...
España se ha convertido en el segundo o incluso quizá
el primer inversor extranjero en América Latina, en clara competencia
con EE UU. El Tío Sam invirtió 14.300 millones de
dólares (2,5 billones de pesetas) en su tradicional patio trasero
durante 1998, seguido por España con 11.300 millones. Pero el año
pasado, las inversiones españolas totalizaron los 20.000 millones
y, a falta de las cifras oficiales de Washington, es posible que los españoles
hayan ganado esta carrera a los estadounidenses según prevén
los analistas.
Sólo es el comienzo, ya que tras las grandes compañías
empiezan a llegar en cadena empresas de mediano y pequeño tamaño.
Las hoteleras Sol Meliá o NH, Vinos Torres, Banco Urquijo, Viajes
Barceló, son algunas de ellas.
La percepción de América Latina, de la calle, sobre este
desembarco de empresas españolas -especialmente en las grandes compañías
públicas privatizadas- va por barrios, y difiere por causas tan
complejas y profundas como la propia composición social de los habitantes
de las Américas. Así como los anticuarios de Buenos Aires
arremetían contra su sometimiento en las casas de subastas, el grueso
de la población argentina peruana o brasileña agradece la
rápida modernización de las líneas telefónicas,
imposibles durante el caos y el delictivo despilfarro anteriores. Las correspondientes
subidas de tarifas satisfizo menos, pero los muchos aciertos forjaron una
imagen moderna de España, envidiada en muchos aspectos.
Ha llovido mucho desde la entrada en Argentina, cuando nadie daba un
duro por un país sumido en una inflación sideral y en los
cuartelazos de los carapintadas. Decenas de técnicos agostados en
sus despachos de Zaragoza, Barcelona, Valencia o Madrid asumieron cargos
de dirección con equipos de cientos o miles de empleados locales.
"Algunos profesionales nos aceptaron a regañadientes, todavía
nos imaginaban con alpargatas. Empezamos a poner orden y no te puedes imaginar
la corrupción que encontramos", señala un abogado encargado
de auditar al Banco Nación, donde moraban Alí Babá
y los cuarenta ladrones. Igual ocurrió en Colombia, Venezuela, Perú,
Bolivia o México. Los ganadores de las plicas despidieron a miles
de empleados allí donde llegaron, sustituyeron a los tramposos y
concentraron toda la hostilidad de los desplazados y de sus familias. La
amortiguaron en lo posible con indemnizaciones generosas y multimillonarias.
Ese fenómeno se ha repetido desde Río Bravo a Cabo de
Hornos: los despedidos sin la compensación pretendida se consideran
despojados por los filibusteros españoles, aunque por sus
venas corra sangre de parecido octanaje. El agradecimiento o el aborrecimiento
o la indiferencia tiene sus causas. Los latinoamericanos contratados por
los jefes de los bancos y compañías estatales privatizadas,
generalmente con salarios más altos que el promedio nacional, besan
la mano de sus empleadores, y al contrario. Los españoles son estupendos,
o mayormente desalmados como cinco siglos atrás, según les
haya ido a quienes se pronuncian en la calle. No es así en las instancias
oficiales o de negocios, donde los códigos son otros, derivados
de una relación profesional, fluida y mutuamente provechosa, a excepción
de los calvarios denunciados por quienes no se adaptan a los trapicheos
o peajes en comisiones y sobornos.
Diversos especialistas consultados coinciden en que falta una política
de relaciones públicas y comunicación de las empresas españolas,
lo que dificulta una mejor inserción en las sociedades latinoamericanas.
David de Ferranti, vicepresidente del Banco Mundial, señala que
las empresas españolas tienen que adoptar un tono distinto, menos
arrogante, en su relación con los latinoamericanos, y tienen que
explicar a los anglosajones la modernización que ha experimentado
España, con una economía desarrollada y multinacionales eficientes.
¿Cuestión más de imagen que de fondo? Un estudio
realizado por la Fundación de la Cámara Española de
Comercio de Argentina señala que las inversiones extranjeras, y
en particular las españolas, son vistas positivamente, ya que aumentan
la eficacia y perfeccionan la calidad de los productos y servicios. Los
encuestados señalan como aspectos positivos el ingreso de tecnología,
cercanía cultural y modernización. En el aspecto negativo
se apunta: grandes ganancias, sin inversión
Para la mayoría de los entrevistados, EE UU es el modelo de país
al que Argentina debería parecerse. España ocupa el segundo
lugar. EE UU, Alemania y España, por este orden, son los países
preferidos para recibir inversiones extranjeras.
A la hora de evaluar las privatizaciones, Telefónica concita
la mayor unanimidad en una valoración positiva del servicio. El
94% de los consultados considera que es hoy mejor en un país donde
hace 10 años tener teléfono era un lujo. El punto negro son
las tarifas, que en 1997 experimentaron un gran aumento en el famoso "rebalanceo".
En el servicio eléctrico, hoy controlado en buena medida por Endesa,
los usuarios no han olvidado el prolongado apagón en el verano del
año pasado en Buenos Aires, que afectó a 600.000 personas.
Aerolíneas Argentinas, adquirida por Iberia, es una de las compañías
peor calificadas, como consecuencia de la controvertida y nunca bien resuelta
privatización.
Pero América Latina se subdivide en muchas: la criolla -de españoles,
italianos, alemanes o polacos-, la mulata, la mestiza y la indígena.
Y ese origen y fe de vida determina las reacciones. Habiendo sido muy pobre
la emigración española hacia el cono sur, la burguesía
fina del Barrio Norte bonaerense, seducida por el ripio anglosajón,
aún conservaba empleadas de servicio y porteros españoles
cuando llegaron los tercios de Telefónica. La irrupción de
ingenieros, letrados y contables que hablaban inglés y que también
habían estudiado en Harvard rompió el estereotipo del español
bruto entre una clase media que fue pujante.
La emigración recibió orgullosa a la nueva tanda de conquistadores,
a compatriotas universitarios que pasaron a ocupar asientos o presidencias
en los consejos de administración de las compañías
de cabecera. Los centros regionales se disputaban la presencia de la nueva
España en sus cenas y convites, y los cónsules no dan abasto.
En Chile, aunque el mundo de los negocios de Santiago se rindió
ante el poderío financiero de España, la sociedad aún
reacciona a impulsos. A la izquierda no le gustó que Telefónica,
nave capitana y pionera, costease el acto central de uno de los últimos
cumpleaños de Augusto Pinochet, mediante el establecimiento de las
conexiones necesarias para conseguir que sus partidarios pudieran seguirlo
desde el lugar más remoto del país. A la derecha pinochetista,
con dinero e influencias económicas, le encantó el detalle
de los subordinados de Juan Villalonga.
Luego, la controvertida expansión de Telefónica, que se
hizo con el mercado mediante numerosas compras de pequeñas empresas,
y de Endesa, que adquirió Endersis con la oposición de los
fondos de pensiones chilenos, han enturbiado, además del caso
Pinochet, la imagen de los españoles, especialmente entre las
élites. El poderío que exhiben los dos gigantes españoles,
simbolizado en el impresionante rascacielos que alberga la sede de Telefónica
en el centro de Santiago, despierta reticencias entre el empresariado.
Las motivaciones están a caballo de la economía y la política
en un país donde nacionalismo y pinochetismo se entremezclan con
suma facilidad. Hoy la palabra monopolio es el gran anatema. La realidad
es que Telefónica, Endesa y el BSCH controlan en la práctica
las telecomunicaciones, la energía y las finanzas chilenas. Pese
a todo, España sigue siendo considerado el mejor amigo europeo,
por delante del Reino Unido y Francia, según una encuesta de Mori
Internacional.
Pero quizá Perú ilustre la mayor contradicción
entre la posición de liderazgo económico y la mala imagen.
España es el primer inversor y sólo el 1% de los peruanos
lo consideran como el país más amigo, según una encuesta
realizada en diciembre por la consultora Datum Internacional. Su gerente
general, Manuel Torrado, explica que el estudio muestra que países
considerados tradicionalmente enemigos, como Ecuador y Chile, tienen hoy
mejor imagen en Perú. Pregonar la condición de empresario
español es mal asunto. El bajo perfil da mejores resultados.
La nueva imagen de los españoles en Perú está muy
marcada por la presencia de Telefónica, la empresa más importante
del país. La combinación de ejecutivos arrogantes y responsables
de comunicación inexpertos en los primeros años dio como
resultado un cúmulo de errores que el nuevo equipo dirigente en
Lima trata de enmendar. La voz del contestador de atención al cliente
tenía un marcado acento español. A la fecha, los beneficios
de Telefónica son millonarios, pero la gente, a la vez que agradece
la modernización, protesta por el aumento de las tarifas.
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