El País Digital
Lunes 
24 abril 
2000 - Nº 1452
 
INTERNACIONAL
Cabecera

 

En Venezuela se piensa que los nuevos empresarios españoles que han llegado a ese país en los últimos 10 años destacan por su audacia, arrojo, conocimientos y confianza en el potencial del país, pero también por su tacañería, arrogancia, aires de superioridad y cierta actitud neocolonial que inevitablemente remite a un pasado histórico común. A principios de la década de los noventa, la llegada de la inversión española se caracterizó por apostar fuerte en los momentos de crisis política y económica, justo cuando nadie daba un duro por Venezuela.
 
 

Los venezolanos se quejan de la reducción de personal bancario -el capital español controla más del 50% del sector a través de los bancos Venezuela y Provincial-, del encarecimiento de las operaciones, de los altos tipos de interés, bajos sueldos y largas colas que deben hacer los clientes en las entidades. En 1999, la banca despidió a 10.000 empleados. Una gerente de una agencia bancaria española regional, que pidió no identificar su nombre por temor al despido, gana la miseria de 380 dólares mensuales (66.800 pesetas), a pesar de la responsabilidad que lleva sobre sus hombros.
 
 

Han pasado cuatro años desde que la línea de bandera venezolana, Viasa, adquirida por Iberia a principios de los noventa, fuese liquidada y borrada del mapa. Los venezolanos han olvidado poco a poco que tuvieron alguna vez una aerolínea nacional, pero no a los responsables de ese fracaso, una mancha lejana de la inversión española.
 
 

Brasil, otro de los destinos preferidos de la inversión española, es un caso aparte. En la antigua posesión portuguesa se ve a los españoles como otros extranjeros más, a pesar de las semejanzas de lengua y cultura: el idioma español pasa a ser obligatorio en las escuelas públicas a partir de este año, y las clases más intelectualizadas devoran cada vez más el cine de Carlos Saura y Pedro Almodóvar.
 
 

Iberdrola, por ejemplo, controla el 33,5% de toda la energía eléctrica distribuida por las regiones norte y noroeste del país, con más de cinco millones de consumidores. YPF-Repsol, a su vez, está asociada a la estatal Petrobras, la mayor empresa brasileña. Desde 1997, Volkswagen-Brasil vende modelos originarios de Seat, y entre los 10 principales bancos privados de Brasil se encuentran el BSCH y el BBVA. Una presencia impresionante, reflejo del esfuerzo inversor español en el país brasileño, donde se ha situado en segundo lugar después de EE UU.
 
 

Pero fuera de los medios directamente interesados, es decir, el Gobierno, las bolsas de valores y las empresas brasileñas cuyo control ha sido asumido por sociedades españolas, esa verdadera invasión hispana, todavía no ha llegado a la conciencia del consumidor medio. La única excepción ha sido Telefónica. Dueña del principal mercado de telecomunicaciones de América Latina, la empresa tuvo un estreno tan desastroso que las heridas todavía no han cicatrizado. Cosechó el récord absoluto de reclamaciones de consumidores en 1998 y 1999, aunque ahora la situación está siendo reconducida.
 
 

Otro caso atípico de la inversión española en América Latina se encuentra en Cuba. La isla caribeña con el mantenimiento del sistema socialista se ha ganado el embargo económico de EE UU, que no para de incordiar a las empresas extranjeras que se deciden a hacer negocios con La Habana.
 
 

Quizá por ello, y a diferencia de otros países americanos, la mayoría de las empresas españolas presentes allí son de tamaño pequeño o mediano o se trata de negocios casi familiares, que en gran medida dependen de sus intereses en la isla.
 
 

España es líder indiscutible en el sector turístico. Tanto en la inversión y construcción de hoteles como en la administración de instalaciones turísticas. En el sector inmobiliario, Argentaria fue pionera con la remodelación de la Lonja del Comercio. Le siguió Esfera 2000, que ha construido 175 apartamentos en la zona de Miramar y se propone ampliar sus inversiones. Otros grupos importantes con inversiones son Tabacalera, Aguas de Barcelona, el BBVA, Banco de Sabadell y Caja Madrid.
 
 

Toda esta maraña de intereses y pequeñas y medianas empresas e inversiones hace que el español esté muy presente en Cuba. ¿Cómo es visto? En principio con simpatía. Cuba es, quizá, el país latinoamericano que más quiere a España por razones históricas y por cuestiones de carácter. Los cubanos prefieren trabajar con un empresario español que con uno de cualquier otro país. El empresario español llega y se relaciona con los cubanos, sale a tomar copas con ellos, se mezcla, se casa. A esto se suma que los españoles dan dólares por debajo de la manga a sus empleados, pues debido a las normas restrictivas de la legislación los nativos sólo pueden cobrar en pesos.
 
 

Sin embargo, en no pocas ocasiones a los españoles se les ve con cierto prejuicio, ya que son los que viven bien y "gozan", mientras que los cubanos no pueden siquiera hospedarse en un hotel. Algunos españoles hacen ostentación de sus privilegios y tratan a la gente con prepotencia, y otros engañan a particulares e instituciones haciéndose pasar por "potentados", cuando en realidad son caraduras. El extranjero es visto como un nuevo conquistador, pero los cubanos prefieren que éste sea español.
 
 

Por último, en México la presencia española es creciente y multimillonaria, y pasa más inadvertida porque no pudo entrar en los teléfonos o en las líneas áreas, aunque lo ha hecho en los aeropuertos. Los ejecutivos destinados a gestionar bancos mexicanos no aparecen en las ventanillas, pero su opinión es requerida por la prensa por su solvencia y la fuerza de las entidades a las que pertenecen.
 
 

Los españoles malhumorados, aquellos que tiran el cambio sobre el mostrador en lugar de depositarlo en la mano del cliente con una sonrisa, permanecen sin embargo en la memoria de quienes trataron a los emigrantes del pasado, dueños después de cantinas, comercios de telas o ultramarinos, y también de grandes y prósperas empresas.
 
 

Los republicanos de la guerra civil, la diáspora de Franco, no tienen sino palabras de agradecimiento hacia México y celebran su convivencia con técnicos y empresarios de nuevo cuño. El resentimiento, el ataque al gachupín es aleatorio, de sube y baja, prácticamente inexistente si hay respeto y mesura mutuas en el debate. Se torna violento con el tequila y la defensa a ultranza de la conquista o el indigenismo. La reflexión de un directivo español con 20 años de residencia en México resume y sirve, quizá, para toda América Latina. "Méxicos hay muchos, pero el México de la mayoría, no el de los despachos y ministerios, nos ve como un extranjero más, como un extranjero que, curiosamente, habla un idioma parecido al suyo". 

El observatorio del Gran Buenos Aires

El Gran Buenos Aires es un buen observatorio para intentar analizar cómo ven a las empresas españolas sus nuevos clientes del otro lado del Atlántico. Los teléfonos, la luz eléctrica, el agua o el gas son suministrados por compañías de la madre patria.
 
 

Armando Mangieri, de 62 años, contable, reside en Avellaneda, Gran Buenos Aires, pero tiene despacho propio en la capital federal. Es considerado por Telefónica como un usuario de alto consumo, por lo que suma un puntaje y recibe premios que considera "ridículos".
 
 

"La última vez me mandaron dos entradas para un partido amistoso de la selección argentina sub-23, que recibí el día anterior al partido; es ridículo. A cambio preferiría que me atendieran mejor. Que no deriven la tarea a terceros, porque esos terceros envían a técnicos que no se hacen responsables. Los aparatos que vende Telefónica son de baja calidad y nada justifica el aumento de tarifas que se ha producido. Pero el caso más escandaloso es el de Edesur, la proveedora de energía eléctrica, que cobra un 10% mensual a los que no pueden pagar al término del primer vencimiento de la factura. Eso es usura. Además, se siguen produciendo cortes de electricidad. La verdad es que los servicios han mejorado, pero a un coste increíble. Y la responsabilidad no es sólo de las empresas, también es del Estado argentino. Las privatizaciones se hicieron sin debate y bajo la administración de funcionarios que hoy son considerados como símbolos de la corrupción del anterior Gobierno. Esos contratos favorecen a las empresas y los organismos de control sólo pueden aplicar multas que no afectan a la facturación. En ningún otro lugar del mundo las empresas españolas ganan tanto dinero como aquí".
 
 

Unas críticas más matizadas son las que expresa Nilda Bongiovanni, de 34 años, abogada, residente en la capital federal. "La verdad es que yo estoy muy conforme con los gallegos de Telefónica. Para mí el teléfono es un servicio esencial y no puedo olvidarme de los cortes periódicos que sufríamos cuando la empresa era del Estado. Ahora es un servicio más caro, pero me parece que estamos pagando la seguridad de que la línea funciona siempre y de que la empresa responda de inmediato cuando hay algún problema. Ahora que Telefónica y Telecom compiten entre sí, yo elegí quedarme con Telefónica. En cuanto al servicio de luz también debo reconocer que no he sufrido los tremendos apagones que fueron responsabilidad de Edesur. El coste del agua por metro cuadrado y no por consumo real es una herencia de la antigua empresa del Estado. Creo que la administradora del servicio debería invertir para proveer a todos los usuarios de un medidor, como el de la energía eléctrica. Los usuarios acusamos de todos los males a las empresas, pero aquí el Estado se ha librado totalmente de su responsabilidad y, por tanto, estamos sin defensa. No hay competencia y nadie se anima todavía a afrontar el coste de una demanda contra las empresas. Pero eso seguramente se va a dar con el tiempo".
 
 

Alba Hontoria, de 82 años, pensionista, reside en Sarandí, Gran Buenos Aires, y mantiene una posición intermedia entre las dos opiniones anteriores. "Mire, no sé qué decirle. El teléfono ahora anda, pero no lo puedo usar porque es caro. Antes los jubilados teníamos un descuento muy importante, pero desde que son privados pagamos el abono como todos y desde entonces sólo lo uso en caso de emergencia. Espero que me llamen mis hijos y me imagino lo que deben gastar ellos. Con la luz, el agua y el gas es igual, yo uso lo menos posible todo. Imagínese, cobro 200 pesos de jubilación (unas 33.000 pesetas) y con eso tengo que pagar todo, el alquiler, el agua, la luz, el gas, todo. Diga que mis hijos son tan buenos...".
 
 

María Rosa Luisa Stoppani, de 62 años, empleada en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, reside en el norte de la ciudad y no oculta su oposición a las privatizaciones de los servicios públicos. "Yo no tengo servicio de Telefónica ni Edesur porque dividieron la ciudad y el país en dos y yo quedé del otro lado, donde dan servicio Edenor y Telecom, pero creo que los españoles tienen algo que ver con Aguas Argentinas y con el gas; la verdad es que no sé. La mayoría de los usuarios sólo considera española a Telefónica. Creo que todos pensamos más o menos lo mismo, no importa cuál sea la empresa. Estamos indignados desde que se empezó a denunciar la forma en que se privatizaron todas las empresas y también por la forma en que el Estado nos entregó como clientes rehenes. Aquí nunca hubo competencia, se aumentaron los precios sin que mejoraran los servicios, todo es más caro y no hay posibilidad de defensa. Los organismos estatales de control parecen estar a favor de las empresas y todavía no hay una organización que defienda a los usuarios. Cuando eso suceda, las empresas habrán ganado tanto dinero que ya nada les importará".
 
 

Peor lo tiene Mel, de 38 años, boliviano, obrero de la construcción, que ocupa una chabola en una villa miseria cercana a la capital federal. "No, luz no tenemos y el agua hay que ir a buscarla a una canilla (grifo). La única luz que llega allí es la de algún cable pinchado del que a veces nos colgamos hasta que vienen y lo cortan. Tampoco hay teléfonos públicos cerca del barrio. Los ponen lejos. A nosotros, los de la villa, no nos quieren para nada. Todos soñamos con salir de ahí. Yo me vine de Bolivia porque allá estábamos peor. Acá, con una changa (trabajo para dos o tres días), yo gano más, pero igual no da para vivir y mandar algo a los parientes, para salir de la villa...".
 
 


Con informaciones de Juan Jesús Aznárez (Ciudad de México), Eric Nepomuceno (Río de Janeiro), Francesc Relea y Carlos Ares (Buenos Aires), Mauricio Vicent (La Habana) y Ludmila Vinogradoff (Caracas). 
 
© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid