El País Digital
Miércoles
12 noviembre
1997 - Nº 558

García Márquez seduce a la Real Academia

ROSA MORA, Madrid
«Bienvenido a la Academia». Fue un asalto en toda regla a Gabriel García Márquez, que realizó una visita de dos horas a la docta casa. Los académicos le echaron los tejos, pero el escritor esquivo se les resistió. Agradeció que le hayan elegido candidato al Premio Cervantes pero... no se pronunció. Si hace unos meses su provocadora proposición de enterrar «haches rupestres» o de firmar «un tratado de límites entre la ge y la jota» les puso de los nervios y estuvieron casi a punto de llegar a la greña, ayer todo fue cordialidad en el diálogo sobre el idioma, su pasado, su presente y su futuro. Incluso le invitaron a que redactara una propuesta para introducir en el Real diccionario «avorazar».


Gabriel García Márquez, Juan Luis Cebrián y
Gregorio Salvador, ayer, en la Real Academia
Española (C. Manuel).
«No. Avorazar no. Es avorazarse o estar avorazado. Hacerse voraz», les explicó García Márquez. El escritor colombiano llegó ayer a la Real Academia, en Madrid, acompañado del académico y periodista Juan Luis Cebrián. Le esperaban en el vestíbulo de la institución el director de la casa, Fernando Lázaro Carreter; el secretario, Víctor García de la Concha, y el académico Gregorio Salvador.

La visita duró dos horas largas y la pasión con que hablaron del español de aquí y de allá, en diálogos a veces rozando el absurdo, dejó en más de un momento alucinados a los presentes. Por ejemplo, la palabra golondrino. «En Cien años de soledad quise inventarme una dolencia para el protagonista que no le matara pero que le hiciera la vida imposible». Cuando se decidió por el golondrino, Aureliano Buendía se curó. «Fue como un exorcismo, ¿verdad?» «Sí, es que yo creo en los exorcismos». «Aparece en 1734», aportó Octavio Pinillos, responsable de informática. Lázaro Carreter: «Es un ántrax, ¿no? O quizá un furúnculo, un grano». Gregorio Salvador: «Yo una vez tuve uno». Todos reunidos en torno a un ordenador. Se queda en blanco. Pinillos: «Es lo que pasa siempre en las demostraciones». Otra pantalla, nada. García de la Concha tiene la solución, el viejo DRAE de papel: «Aquí lo dice. Golondrino, en su quinta acepción: 'Infarto glandular en el sobaco, que comúnmente termina por supuración». Encantados. «¡Anda, que si se le dice a alguien que tiene un infarto en el sobaco...»

Menos gracia le hizo al escritor ver «desguazada» parte de su novela El amor en los tiempos del cólera en un proceso de tratamiento de textos. Del bellísimo inicio -«Era inevitable: el olor de las almendras amargas me recordaba siempre el destino de los amores contrariados»- habían desaparecido dos palabras y el resto aparecían clasificadas con etiquetas de colores. «Era inevitable. ¡Con el trabajo que me dio! ¡Un mes entero! Esa frase no estaba robada pero sí inspirada en Agatha Christie», comentó. Cianuro espumoso . Cianuro para suicidarse. «Cuando un escritor se encuentra en las manos cianuro de oro no tiene más remedio que matar».

«Con todo el trabajo que me dio», repetía viendo el galimatías que aparecía en la pantalla. «Y eso, ¿para qué sirve?» En una lengua tan ambigua como la española, en la que se compra una casa o se casa una hija, hay que determinar los contextos de su uso. No pareció muy convencido. Hay palabras que tienen hasta 50 utilizaciones correctas. Salió a relucir la preposición para. «Para es el nombre que se les da en Colombia a los paramilitares», afirmó rápido. «Aquí llamamos paracas a los paracaidistas». Y así otro diálogo de locos.

Consultas

García de la Concha contó que la Real Academia había estado negociando un acuerdo con Telefónica para el acceso a las grandes bases de datos. García Márquez no se mostró muy entusiasmado. «Si cuando estoy escribiendo por la mañana necesito consultar una palabra, la anoto para hacerlo por la tarde». De lo contrario pierde demasiado tiempo, dijo. «De un diccionario me remiten a otro y de éste a otro».

«Jubilemos la ortografía: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos». Cuando el escritor abandonó la Academia nadie recordó sus provocadoras palabras en el Congreso del Español de Zacatecas (México) de abril pasado. El encuentro fue agotador pero muy cordial, y los académicos se quedaron con la esperanza de que «si le toca el Cervantes» en diciembre próximo «no diga que no».

«Es abismal»

R. M., Madrid
Gabriel García Márquez se pateó ayer durante casi dos horas la sede de la Real Academia Española. Los largos pasillos en que se alinean los antiguos ficheros (unos 14 millones de registros) y las modernas oficinas donde filólogos y especialistas trabajan con las nuevas tecnologías (140 millones de registros informatizados).

Víctor García de la Concha le contó el trabajo realizado y el por hacer; Juan Luis Cebrián explicó que no tardarán mucho en estar on line . «Es abismal», dijo García Márquez, casi abrumado, y respiró hondo. Fernando Lázaro Carreter le mostró orgulloso la joya de la corona: la biblioteca. Hace apenas un mes acabaron de colocar las antiguas y maravillosas estanterías de madera. El director de la Academia contó su historia rocambolesca. No recordaba cuándo pero mucho antes de que él entrara en la casa fueron donadas al Museo de América, que a su vez las dio a la Universidad de Alcalá. La estancia fue convertida en almacén. «Recuperarlas ha requerido casi una pesquisa policíaca y tenemos que agradecer la enorme gentileza de la Universidad de Alcalá», dijo.

Lo que más gracia hizo al escritor fue la estantería con doble fondo, en la que se ocultan manuscritos y legajos. «Esto sí que parece de Agatha Christie», afirmó.

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