El País Digital
Miércoles
10 septiembre
1997 - Nº 495


El pecado mortal del padre Matías

Un cura español, obligado a dejar Venezuela por la jerarquía católica por excesos en su labor social

EDUARDO DAVIS (EFE) , Caracas
El sacerdote español Matías Camuñas, un auténtico apóstol de los presos y los humildes de Venezuela, dejará este país próximamente en contra de su voluntad. «Dicen que me involucré mucho con la gente y que he tendido a igualarme», explicó Camuñas sobre la decisión de la Iglesia que le obliga a encerrarse dos meses en un convento de clausura en Guatemala y luego tomarse un año sabático, que aprovechará para «conocer la realidad centroamericana».

Camuñas, nacido en 1949 en Villafranca de los Caballeros (Castilla-La Mancha), llegó a Venezuela en 1980 y, tras una breve estadía en Valencia, en la región central, fue designado párroco del barrio caraqueño de Petare, donde desarrolló una obra social y humanitaria sin antecedentes en el país.

En Petare, un laberinto de callejones y escaleras que trepan por los cerros que cierran Caracas por el este y en el que más de un millón de personas viven en la extrema pobreza y sumergidos en la violencia, Camuñas dijo haber conocido la «cruda realidad de América Latina, su sufrimiento y esperanza».

«En España trabajé con gitanos y prostitutas, en Alemania con obreros; pero la violencia del hambre, la miseria, los niños de la calle y el contraste de un mundo injusto los descubrí en Petare», manifestó Camuñas, miembro de la Orden de Sacerdotes y Operarios de Salamanca.

El cura manchego también descubrió en Petare la «violencia incontrolable» de la policía contra «los más pobres» y su continua defensa de los derechos humanos le llevó a visitar las cárceles venezolanas, que define como «centros de tortura» en los que «los humildes sufren lo mismo que en la calle».

Matías, como le llaman en los presidios y los barrios, es fundador de Justicia y Paz, uno de los primeros organismos humanitarios de Venezuela, y de la que, hasta 1995, era la única escuela para «niños de la calle». Tres de estas niñas, gracias a un programa ideado por Camuñas, fueron adoptadas el año pasado por una pareja de campesinos de Villafranca de los Caballeros. «Espero que el programa siga, pues es una posibilidad de vida para niños a los que la sociedad trata como animales», dijo el cura español.

Su trabajo en los penales, objeto permanente de sus denuncias, le valió el organizar la parada que el Papa Juan Pablo II hizo en febrero de 1996, en el inicio de una visita a Venezuela, frente al Retén de Catia (demolido en febrero pasado y que era uno de los más tétricos presidios del país). Allí, Matías rompió el protocolo y junto a otros sacerdotes hizo que el Papa bajara de su vehículo blindado (que no estaba previsto por seguridad) para entregarle un libro que él mismo preparó con los presos sobre el drama de los penales.

Ante los muros de Catia, el Papa hizo un «apremiante llamamiento» al Gobierno venezolano para humanizar las cárceles. Sin embargo, el cura Camuñas cree que el ruego papal «cayó en saco roto, porque en Venezuela no existe voluntad política para ello». «La prisión es como el barrio. Se denuncia la injusticia, pero nadie se interesa, ni siquiera la institución eclesiástica, que también hace la vista gorda ante una realidad brutal».

La misma violencia de las cárceles Matías la vivió día a día en Petare, «un barrio que, como todos, es una mezcla explosiva de música, miedo y trabajo, con policías que persiguen y malandros (delincuentes) que atemorizan, en una plaza pública que tan de prisa pasa de la alegría al llanto o de la risa a la muerte». Matías acogió en su parroquia a numerosos «malandros, reales asesinos, pero eran jovencitos (la mayoría murió a manos de la policía) con una existencia marcada por la crueldad, que querían vivir otra vida y no sabían cómo hacerlo. Sólo querían cariño».

Sobre su marcha, protestó porque no se pulsó la opinión de la comunidad: «Si la gente con la que trabajamos no cuenta ni opina, pues apaga la luz y vámonos». Matías afirmó que su obra «no fue política, sino un trabajo religioso», y añadió con pesar que «mi traslado dice que no se apoyará la inserción de la Iglesia en el barrio. Se harán cosas, habrá misas y se rezará el rosario, pero mi salida es una confesión de que el trabajo social no va más».

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