El País Digital
Miércoles
2 julio
1997 - Nº 425

500 guardias civiles intervinieron en la 'Operación Pulpo' para liberar al funcionario

J. DUVA / G. GASTAMINZA,
Madrid / San Sebastián
«¡Matadme de una puta vez!». José Antonio Ortega Lara, aturdido y desorientado, no podía imaginar que aquellos hombres enmascarados eran guardias civiles. Pensó que ayer había llegado su hora y que, en cierta forma, la muerte le aliviaría de aquella interminable tortura que empezó el 17 de enero de 1996. «¡Matadme de una puta vez!», repitió el funcionario de prisiones. Al joven teniente de la UEI (Unidad Especial de Intervención) le costó trabajo convencerle que no era un etarra, sino un oficial de la Guardia Civil, y que estaba allí para sacarle del agujero en el que había pasado 532 días «como un perro». Pero antes habían tenido que ser detenidos los cuatro etarras encargados de la custodia del rehén y 60 agentes habían tenido que levantar a pulso una máquina de tres toneladas bajo la que se ocultaba el zulo donde estaba Ortega, al negarse uno de los activistas a revelar ese escondite.

El rescate del funcionario de prisiones era el broche final de una investigación iniciada en el mes de noviembre pasado a raíz de la detención en Francia del etarra Juan Luis Aguirre Lete, Isuntza. Un papel con la anotación «BOL. 5 kilos. Ortega», hallado en poder de este hombre, fue la pista que ha servido para llegar a Ortega, según el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja.

A finales de abril, el teniente coronel Ignacio Laguna y sus agentes de la comandancia donostiarra de Intxaurrondo relacionaron la anotación encontrada a Aguirre Lete con un individuo llamado José María Uribetxeberria Bolinaga. Según el ministro, «Bol» era una abreviatura de Bolinaga, el apellido materno de un activista legal (no fichado) de ETA, que jamás había sido detenido.

La Guardia Civil empezó a estrechar el cerco hace aproximadamente una semana, tras descubrir que Uribetxeberria y otros tres sospechosos acudían con cierta frecuencia a una nave industrial de Mondragón. Los encargados de la investigación llegaron así a la conclusión de que en ese local había una cárcel del pueblo en la que podrían estar Ortega Lara o bien el abogado Cosme Delclaux, según aseguran fuentes del instituto armado.

El lunes, a las 10 de la mañana, la Guardia Civil contactó con el juez Baltasar Garzón para informarle de que había llegado el día D. La decisión estaba tomada: había que detener a los sospechosos, registrar sus casas, entrar en la nave y comprobar si allí estaba alguno de los dos secuestrados. Sólo faltaba la autorización judicial del magistrado para desarrollar la Operación Pulpo .

Santiago López Valdivielso, director general de la Guardia Civil, se trasladó a las siete de la tarde del lunes desde Madrid a San Sebastián para dirigir sobre el terreno la operación policial. El día D había llegado. 500 agentes estaban preparados. Sólo había que esperar a que los cuatro sospechosos regresaran a sus respectivos domicilios, que se durmieran y, acto seguido, arrestarlos sin pegar un tiro.

Todo estaba planificado al milímetro, a expensas de los posibles imponderables. Y enseguida surgió uno de ellos: a media tarde del lunes, los guardias civiles perdieron el rastro de uno de los sospechosos. Durante horas, estuvo desaparecido, pero finalmente se le localizó durante la noche. «Bueno, tranquilos, seguimos», animó un responsable policial a sus subordinados.

Los guardias civiles estaban preparados para actuar a últimas horas de la noche del lunes, mientras el titular de Interior, Jaime Mayor Oreja, cenaba en el ministerio con el nuevo secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, y el ex ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch. Todo estaba preparado... menos uno de los cuatro sospechosos. «Esperábamos haber actuado antes, pero tuvimos que aguardar a que uno de los etarras apagase la luz y se durmiera», recordaba López Valdivielso, cansado y a la vez exultante.

El insomnio de uno de los presuntos miembros del comando retrasó la operación. Pero los guardias civiles estaban contentos porque al menos los cuatro sospechosos estaban ya en sus domicilios. Y esto no ocurría todos los días, teniendo en cuenta que tres de ellos son solteros y llevan una vida irregular y sin horarios. « Apaga la luz de una vez», deseó uno de los agentes que observaban discretamente la vivienda del sospechoso.

En medio de la tensión de la espera, el ministro Mayor recibió sobre la 1.30 de la madrugada una llamada telefónica del consejero vasco de Interior, Juan María Atutxa, para informarle de que ETA acababa de liberar a Cosme Delclaux en Elorrio. «De verdad que no lo esperábamos. ¡Se nos quedó una cara...!», recordaba ayer un alto cargo de Interior.

Sobre las tres de la madrugada, empezó la redada. Los guardias de los Grupos Antiterroristas Rurales y de la UEI entraron a la vez en las respectivas casas de José Miguel Gaztelu Otxandorena, de 45 años, padre de dos hijos, de Bergara; José Luis Erostegi Bideguren, de 40 años, de Anzuola; Xabier Ugarte, de 36 años, de Oñate, y Josu Uribetxeberria Bolinaga, de 41 años, de Mondragón. Este último, que responde al alias de Bol, era quien mantenía el contacto con ETA y quien había alquilado ocho años atrás la nave industrial del barrio de San Andrés como sede de la empresa Jalgi C. B..


Mayor Oreja y Marti Fluxà abandonan el zulo
donde estuvo retenido Ortega Lara (J. Uriarte).
A las 5.15, los guardias civiles habían comprobado que en la nave industrial no había ningún etarra custodiando a José Antonio Ortega Lara y decidieron trasladar allí a Uribetxeberria para que indicara dónde estaba la cárcel del pueblo.

El etarra se negó a revelar dónde estaba el escondite. Quizás esperaba que los guardias civiles no supieran hallar el sofisticado sistema hidráulico que permitía el acceso al agujero y que el rehén acabara «muriéndose de hambre», en palabras de Mayor. Pero los tricornios no iban a rendirse tan fácilmente y finalmente descubrieron que el zulo estaba bajo una máquina-torno de 3.000 kilos, que se levantaba mediante un complejo sistema hidráulico accionado por dos enchufes eléctricos.

Los guardias civiles intentaron hacerlo funcionar, pero lo estropearon. Ante esa contrariedad, 60 agentes removieron la máquina por la fuerza y, con ayuda de una grúa, consiguieron descubrir la trampilla que daba paso al agujero. Esta operación se prolongó por espacio de media hora, tiempo durante el que Ortega Lara no se enteró muy bien de lo que sucedía.

Un hilillo de voz

El funcionario, pese a tener «un hilillo de voz», espetó desafiante a los asaltantes : «Matadme, matadme de una vez». Un teniente de la Unidad Especial de Intervención, el primero que entró en el agujero, le tranquilizó: «Soy guardia civil. Venimos a sacarle de aquí». Y Ortega, según López Valdivielso, le dijo: «Siempre había confiado en que la Guardia Civil me rescataría».

Las primeras personas que le vieron comentaron que «se parecía a Ghandi», aludiendo a su famélico aspecto. Ortega sólo comió frutas y verduras mientras permaneció secuestrado.

Sobre las 6.55 de la madrugada, el director general de la Guardia Civil telefoneó a Jaime Mayor Oreja para decirle: «Ministro, ¡ya lo tenemos!». Ni más ni menos. Y Mayor, por su parte, le respondió: «Enhorabuena, Santiago. Felicita en ni nombre a la Guardia Civil». Eso fue todo, según el responsable del instituto armado, que, sin embargo, reconoce que se sintió «muy emocionado» por el fin de la operación.

López Valdivielso se sorprendió de la lucidez mental de Ortega Lara, pese al largo cautiverio sufrido. Y lo ilustra con una anécdota: «Eduardo Ameijide, el subdelegado del Gobierno, saludó a Ortega presentándose como gobernador civil de Guipúzcoa. Y Ortega le corrigió diciéndole: 'Será el subdelegado del Gobierno, porque el cargo de gobernador ya no existe...' Se ve que estaba informado».

El funcionario de la prisión de Logroño ha relatado que nunca vio la cara de sus secuestradores, sino sólo sus brazos, cuando le metían por un agujero la comida y los periódicos censurados.

La infraestructura del comando Goierri ayer descubierta tiene ocho años de antigüedad y, para los expertos antiterroristas, era la más importante de ETA en Guipúzcoa.

Las características del zulo hacen sospechar que se trata del mismo en el que estuvieron secuestrados el ingeniero Julio Iglesias Zamora y el empresario José María Aldaia, por coincidir sus características con las que ellos relataron respecto al «ataúd» donde pasaron su cautiverio. Además, ambos fueron liberados en localidades muy próximas a esta comarca guipuzcoana.

Según los expertos policiales, ETA ha sufrido un nuevo golpe en su infraestructura del área de San Sebastián, uno de los más duros desde que fue desarticulado el comando Donosti y sus grupos de apoyo hace seis años.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid