JUAN JESÚS AZNÁREZ
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El tono del discurso empleado por aquel golpe cívico-militar contra el rojerío libertario, ejecutado al amparo de la doctrina de la seguridad nacional promulgada por Washington y sus academias castrenses, se atenía al guión de los espadones al uso.
«Periodo de ajuste»
Venían a decir los conspiradores que la grave situación nacional, sometida a la acción nociva del extremismo utópico, había hecho imperativa una alianza capaz de encaminar a Bolivia hacia la superación de la crisis económica, el desajuste social, el vacío político, la pérdida de la autoridad y funciones propias del Estado, y la desintegración de la patria misma. Puesto al frente de la cruzada, el entonces coronel Bánzer no dudó en desenvainar. «No había otra forma», recuerda en su despacho de La Paz, en cuyo vestíbulo cuelga una foto de marchamo antiguo: Bánzer de uniforme, con banda presidencial y condecoraciones, severo. «Del caos y la anarquía no se pasa fácilmente a la democracia, era indispensable un periodo de ajuste en el autoritarismo. Se priva de libertad a unas cuantas personas, pero se da confiabilidad y seguridad de vida a millones».
Las víctimas de aquel «ajuste» lo recordaron en la campaña electoral, en la que Bánzer prometió un Gobierno fuerte pero dispuesto a la concertación y al diálogo. «General, ¿dónde coloco estas flores por mi hijo?, preguntaba por televisión la madre de uno de los aproximadamente setenta desaparecidos. Según la Asociación pro Derechos Humanos de Bolivia, 14.750 personas fueron arrestadas por sus ideas políticas, 19.140 partieron hacia el exilio y 200 murieron, entre ellas campesinos alzados en armas contra el duro paquete de medidas económicas impuesto en 1974. La gente de Hugo Bánzer, de 71 años, reduce el número de esquelas y remite a los 10.000 desaparecidos argentinos o la cruenta guadaña del general chileno Augusto Pinochet. «Ésos sí que cometieron barbaridades. Compare usted. El general ganó las elecciones porque pidió perdón por lo que hizo mal en su Gobierno, y también porque con él vivimos mucho mejor», dice un incondicional que confiesa su pasión por España: «¿A que en Andorra se habla catalán y francés?».
Un intelectual comprometido, en el anonimato estos días para evitar nuevas complicaciones en una vida dedicada a la denuncia de los atropellos, sostiene que quienes el 1 de junio votaron por Bánzer parecen haber querido dar la razón a Tournier cuando dice que para gobernar a los hombres hay que conocerlos, despreciarlos y amarlos. «Creer que va a dar savia nueva a Bolivia es como decirle a un enfermo de sida que las compresas van a quitarle sus males». No opinan así los bolivianos fieles a la obra y garantías del general, a quien citan como restaurador, entregado a la modernización del aparato estatal en una coyuntura histórica favorable a las dictaduras, un patriota que consolidó las bases económicas y políticas de un país con el 70% de sus casi ocho millones de habitantes en la pobreza.
En 1979, un año después de su expulsión en una asonada encabezada por un jefe militar de su confianza, Hugo Bánzer Suárez fundó su propio partido político, Acción Democrática Nacionalista (ADN), y se encuadró definitivamente en las filas del pluralismo, y recientemente en el liberalismo económico. «Ha dado pruebas de estar con la democracia», le defiende el socialdemócrata y fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Jaime Paz Zamora, quien fue perseguido por los matones del régimen. En 1989, Paz llegó a la presidencia con el apoyo parlamentario del militar en retiro, candidato en las seis últimos comicios de una nación con más de 160 golpes y contragolpes castrenses.
La reconversión democrática de este general boliviano, su activismo político durante 19 años, son de agradecer en un continente donde buena parte de los jefes militares que acaudillaron cuartelazos aún reniegan de la democracia, despotrican contra ella en capillas de jubilados envenenadas por el rencor y pasan a mejor vida incapaces de adaptarse a la discrepancia. La práctica política y la acción de gobierno demostrarán si la metamorfosis de Hugo Bánzer ha sido sincera o, como anticipa el sindicalismo, regresarán a Bolivia la represión y el luto.
Por aquello, Bánzer pidió perdón «a las personas que involuntariamente lesioné». «Pero no puedo estar toda la vida de rodillas, pidiendo perdón», añadió. Ganó las elecciones presidenciales en su sexto intento como demócrata, y escucha ofertas para formar una coalición de gobierno. Su victoria no apabulló, porque la tradicional dispersión del voto en el sistema de partidos boliviano no lo permite, pero fue suficiente para que el general pueda culminar su vieja aspiración de converso.
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