Gore y Bush, ¿dos caras de la misma moneda?
Aunque cueste advertirlas lejos de EE UU, las diferencias
entre los candidatos son muchas y sustanciales
C. MENDO , Washington
Gore habla mientras Bush lo escucha en el
último debate, el 17 de octubre, (Reuters).
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Ralph Nader, el candidato presidencial de Los Verdes, lo tiene claro. El
demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush son dos caras
de la misma moneda, cuya única diferencia reside, según él,
"en la velocidad con la que se arrodillan ante los intereses de las grandes
corporaciones". Para Nader, ambos deberían presentar una candidatura
única bajo la denominación de Republicrats, una contracción
de los nombres de los dos partidos. Son Tweedledum y Tweedledee,
términos utilizados para definir a dos personas que defienden lo
mismo con nombre distinto.
Pero ¿realmente es así? ¿Se parecen tanto los candidatos
como pretende el iconoclasta candidato de Los Verdes? Desde los trasnochados
presupuestos de cierta izquierda europea anticapitalista y, por ende, visceralmente
anti-norteamericana, puede que sí. Desde la realidad estadounidense,
la situación es muy otra. Las diferencias existen y son más
que sustanciales. El hecho de que ninguno de los dos candidatos logre entusiasmar
a sus conciudadanos se debe más a su personalidad, o falta de ella,
que a la ausencia de programas diferenciados.
En realidad, las elecciones de 2000 presentan en el fondo el mismo debate
presente en el país desde la aprobación de la Constitución
en 1787. Dos bloques con dos filosofías distintas con programas
en pro y en contra de los grandes temas del momento. Alexander Hamilton
y Thomas Jefferson. Los derechos de los Estados frente al poder del Gobierno
federal. Confederación frente a Unión. Abraham Lincoln y
Jefferson Davis. Aislacionismo frente a multilateralismo. Harding-Wilson.
Integración frente a segregación. Kennedy y Johnson frente
al sur. El individuo y el mercado frente al intervencionismo del Gobierno
central. Reagan frente a Carter.
Las elecciones de 2000 no son, pues, básicamente distintas de
sus predecesoras. Una vez más, dos filosofías perfectamente
diferenciadas están en litigio. Lo que pasa es que, desde la revolución
conservadora de Ronald Reagan de los años ochenta, las aristas están
más limadas, especialmente después de la aparatosa derrota
sufrida por los demócratas en 1988 con su candidato Michael Dukakis,
representante de la izquierda del partido, a manos de George Bush, padre
del actual aspirante republicano. Como en el resto del mundo, los dos partidos
tradicionales han girado al centro, sin que eso signifique que las diferencias
hayan desaparecido, ni que los programas defendidos por Gore y Bush se
diferencien sólo en los matices, como pretende Nader.
Una vez más, el programa republicano está basado en la
libertad de elección del individuo en lo referente a la educación,
sanidad y pensiones, mientras que el demócrata aboga por una intervención
del poder federal para conseguir una mayor justicia social y una mejor
distribución de la riqueza. Ambos se roban ideas que, tradicionalmente,
formaban parte del pedigrí del adversario. Los demócratas
se apuntan ahora entusiásticamente a la reducción del déficit
presupuestario y al pago de la deuda nacional, dogmas republicanos en el
pasado, mientras que los republicanos defienden con fruición la
reforma educativa, la de la sanidad y la del sistema de pensiones, causas
por las que sus grandes promotores demócratas, Franklin Delano Roosevelt
y Lyndon B. Johnson, fueron acusados por sus rivales de "peligrosos socialistas".
Gore defiende una potenciación de la escuela pública con
la contratación de 100.000 nuevos maestros, lo que le ha merecido
el apoyo del sindicato de este colectivo. Bush apoya, por el contrario,
la creación de bonos escolares para que los padres envíen
a sus hijos a los centros de su elección si éstos no obtienen
en la escuela pública los resultados apetecidos. El republicano
quiere una reducción de impuestos generalizada por un total de 1,6
billones de dólares, un tercio del superávit previsto en
los próximos 10 años, más la supresión del
impuesto de patrimonio.
El demócrata aboga por bajar los impuestos sólo a las
familias de rentas medias y bajas para poder dedicar una parte importante
del superávit al pago de la deuda. En el tema de pensiones, las
diferencias son abismales. Bush pretende que los jóvenes puedan
dedicar parte de sus cotizaciones a la Seguridad Social a inversiones en
bonos y acciones con el fin de conseguir un mayor rendimiento a su dinero,
que en el fondo estatal de pensiones sólo renta el 2%. Gore, por
su parte, quiere dedicar la totalidad del superávit de la Seguridad
Social, aproximadamente un billón de dólares, al pago de
la deuda en los próximos 12 años. Y así sucesivamente.
Sólo en el tema de la pena de muerte ambos candidatos coinciden.
Los dos se declaran partidarios y sólo el tercero en discordia,
Nader, en contra. En política exterior, el enfoque también
es diferente. El republicano defiende, ante la inquietud de sus aliados
europeos, un cierto aislacionismo y repliegue de Estados Unidos dentro
de sus fronteras para intervenir en el exterior sólo cuando la seguridad
nacional se vea afectada, como, por ejemplo, con el suministro de crudo
procedente de Oriente Próximo.
El tema del aborto y el de la protección al medio ambiente son
otros temas donde las divergencias son manifiestas. Así, mientras
Gore apoya firmemente el derecho de elección de la mujer y se muestra
a favor del aborto, incluso en los últimos meses de embarazo, si
se garantiza la salud de la madre, Bush, por su parte, sólo lo admite
en caso de incesto, violación o cuando la vida de la madre está
en peligro. El primero se opone frontalmente a la introducción de
una enmienda constitucional para prohibir los abortos, mientras que el
republicano está a favor, aunque reconoce que no existe el suficiente
apoyo popular para la medida.
En cuanto al medio ambiente, Gore se ha ganado la enemistad de las grandes
petroleras, petroquímicas y el resto de las industrias contaminantes
por sus claras posiciones ecologistas. Esas industrias adoran, sin embargo,
al gobernador Bush, antiguo propietario de empresas petroleras que, durante
su mandato en Tejas, ha conseguido que la ciudad más importante
del Estado sobrepase incluso a Los Ángeles en índices de
contaminación. Su propuesta anti-medio ambiente más espectacular
es la apertura a la prospección petrolera de la reserva natural
del Ártico, en Alaska, una de las pocas zonas todavía vírgenes
del planeta.
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