Delaware Review of Latin American Studies
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Vol. 12 No. 1 June 30, 2011


Los intelectuales académicos, medios de comunicación masiva y opinión pública en el México contemporáneo

Luis Ochoa Bilbao
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Puebla, México
luis.ochoa@correo.buap.mx


Resumen
El artículo describe las características básicas de la élite intelectual mexicana, de extracción académica, que participa en la opinión pública gracias a su inclusión en los medios de comunicación masiva, principalmente en la radio y la televisión de cobertura nacional. Se trata de un fenómeno que debe entenderse como la “modernización” del intelectual mexicano y que logra “profesionalizar” el debate mediático de los asuntos públicos.

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Introducción
El estudio de los intelectuales y la opinión pública en México es un tema importante por explorar y que ofrece múltiples posibilidades de investigación. Son dignos de analizar sus discursos ideológico normativos, su rol dentro de lo que se conoce como sociedad civil, su aparición en los medios de comunicación masiva y su consolidación como líderes de opinión, su impacto en la industria editorial, su incursión en el juego político, y la gama de asuntos que suelen tocar como analistas de la vida pública en el país.

Tomando en consideración lo anterior, el propósito de este artículo es servir de marco introductorio a los temas antes expuestos. Para esto, se hace primero una categorización del intelectual contemporáneo en México y, posteriormente, se ofrece una descripción general sobre la participación de los intelectuales dentro de la opinión pública mexicana en los últimos años, identificando a los actores y a los foros.

En este trabajo se busca demostrar que el papel de los intelectuales académicos mexicanos, fundamentalmente profesores universitarios, dentro de la opinión pública ilustra lo que aquí se denomina la “modernización” del intelectual mexicano al adquirir, a finales del siglo XX, características propias que los intelectuales europeos y estadounidenses habían consolidado desde la primera mitad del mismo siglo. También se pretende ilustrar que los fenómenos aquí descritos son exclusivos de una élite intelectual que tiene acceso a los medios de comunicación masiva de cobertura nacional y que recrean el viejo dilema en el país de la centralización de la cultura. El eje que guía las siguientes líneas sostiene que la opinión pública y el debate político en México están recayendo en los intelectuales académicos, es decir, se vive en México un fenómeno de profesionalización en la discusión de los temas de la agenda pública desplazando hacia un segundo plano los debates que pudieran darse entre los políticos y  las opiniones emitidas por los periodistas.

Los intelectuales académicos en México
Hay actualmente un grupo de intelectuales en México, más precisamente una élite intelectual, que desde mediados de los años noventa del siglo pasado han ocupado espacios importantes en la radio y televisión mexicanas. Por supuesto, siempre han sido actores cotidianos en la prensa escrita, pero es más reciente su aparición en los medios de comunicación masiva en México.

No hay que pasar por alto que personajes importantes de la literatura mexicana como Juan José Arreola, Octavio Paz, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis  hicieron uso de la televisión con éxito desde los años setenta del siglo veinte. Aparecieron, sobre todo, en programas de contenido cultural y de debate político y gracias, en buena medida a la televisión, se hicieron intelectuales fácilmente reconocibles por el público mexicano (Ochoa, 2008).

Sin embargo, una diferencia importante que se debe anotar sobre los intelectuales mexicanos contemporáneos es que un número importante y creciente deben ser considerados intelectuales académicos. Es decir, son originalmente profesores universitarios con estudios de posgrado, principalmente dentro de las Ciencias Sociales. Su actividad tradicional, reducida a las aulas y bibliotecas universitarias, ha cambiado con su reciente incorporación al mundo de los medios de comunicación masiva. Algunos intelectuales relevantes como Sergio Aguayo, Julio Boltvinik, Denisse Dresser, Adolfo Gilly, Soledad Loaeza o Lorenzo Meyer son  reconocidos fundamentalmente por su vida académica. Otros como Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín o Leo Zukermann están más vinculados al mundo del periodismo, de los programas radiofónicos y periodísticos, de los semanarios y casas editoriales. Pero todos ellos comparten como rasgos en común el hecho de haber estudiado algún posgrado a nivel nacional e internacional y de hacer indagaciones intelectuales de carácter científico desde la Historia, la Sociología, la Ciencia Política y la Economía. En cierta medida, su prestigio se debe al respaldo académico de sus opiniones y afirmaciones que aportan ejemplos, comparaciones, contrastaciones y un vocabulario amplio y técnico que no maneja el promedio de la población en el país. Se puede decir que contribuyen a la profesionalización de la opinión pública. Sus argumentos trascienden la crónica del periodista y el mero intercambio de posiciones partidistas de la clase política mexicana.

Casi la totalidad de la élite intelectual mexicana trabaja en instituciones de educación superior como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), El Colegio de México (COLMEX), El Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y El Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). A excepción de la UNAM, las demás instituciones no son masivas y buena parte del tiempo los intelectuales académicos se dedican a la investigación. Varios de ellos pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), un padrón de académicos que reciben un complemento a su salario y apoyo económico para sus investigaciones de parte del gobierno federal. La membresía en el SNI es un factor de prestigio para los intelectuales y un argumento de calidad en la docencia para sus instituciones. Finalmente, estos intelectuales son invitados frecuentes de las universidades estadounidenses, europeas y latinoamericanas a donde acuden para realizar proyectos de investigación, dictar conferencias o fungir como profesores visitantes. Igualmente, escriben en diarios como The New York Times, Le Monde, o el País.

Se trata de una élite intelectual que combina la vida académica con la difusión de ideas y el debate público a través de los medios de comunicación masiva, es decir, reconocen y aprovechan las virtudes del “mercado de opiniones” (Kadushin, 1987) y potencializan el poder de sus argumentos acompañándolos de la voz o la imagen (Bobbio, 1998). El propósito de identificarlos y estudiarlos nos permite reconocer algunos rasgos fundamentales del quehacer cultural y del ejercicio del poder en México.

El punto de partida para explicar lo anterior deben ser varias de las conclusiones emitidas por Ai Camp desde hace tres décadas y que siguen vigentes en la actualidad: como ya se mencionó, gracias a los medios de comunicación masiva, los intelectuales mexicanos pueden incrementar sus ingresos económicos, en contraste con las pocas ganancias que deja la vida académica (Ai Camp, 1995: 241). Del mismo modo, estos intelectuales no sólo educan a los estudiantes que tarde o temprano ocuparán puestos importantes en la vida pública o empresarial del país, también influyen en el auditorio interesado por los asuntos públicos y buscan persuadir a los actores políticos (Ai Camp, 1995: 94-95).

Una característica fundamental es que la gran mayoría de los intelectuales académicos y públicos conocidos en México, viven y trabajan en la capital del país. Es en el Distrito Federal donde se encuentran las instituciones de educación superior con más recursos, ahí mismo están las casas matrices de los periódicos y semanarios más importantes, y se transmiten hacia todos los rincones las señales de radio y televisión de cobertura nacional. Se trata de una vieja práctica centralista en el país que no se ha podido superar. Los privilegios de la élite intelectual mexicana son mayores a los de los intelectuales académicos del resto del país y se han convertido en el tipo de celebridad al que hacía referencia hace tiempo Lewis A. Coser (1988). Es cierto que ciudades importantes como Guadalajara, Monterrey y Puebla, con tradición académica, también gozan de una vida política y cultural importante, pero el alcance de sus grupos intelectuales es meramente local, mientras que el de los intelectuales radicados en la capital del país se difunde sin restricción a todos los rincones de México. El acceso a los medios de comunicación masiva de cobertura nacional es una posibilidad que excluye a las huestes intelectuales del país no afincadas en la capital. Eso, sin embrago, no impide que en los ámbitos locales algunos intelectuales escriban en la prensa, aparezcan en la televisión o en la radio y comiencen a repetir a nivel micro los ejercicios de opinión que una élite intelectual puede practicar a gran escala. La reseña histórica y la crónica de la vida actual de los intelectuales mexicanos fuera de la capital es una ventana abierta y no trabajada que promete ilustrar con más claridad el panorama cultural en México.

Un rasgo común cada vez más frecuente entre los intelectuales académicos de todo el país, es el denominado aquí proceso de “modernización” del intelectual público en México. Durante la primera mitad del siglo XX la vida intelectual mexicana seguía el mismo patrón que en Europa, Estados Unidos y Sudamérica. Los intelectuales estaban más bien vinculados al ensayo, la literatura, la poesía y el mundo de la cultura y muchos eran personajes que no contaban necesariamente con grados universitarios, como Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Octavio Paz.

Ese patrón en México se mantuvo prácticamente hasta la década de los setenta, cuando las industrias de la radio y la televisión comenzaron a crecer. Durante los años ochenta buena parte del debate público seguía dándose en la prensa y en revistas de carácter político y cultural con definidas orientaciones ideológicas, por ejemplo Nexos que involucraba a pensadores de izquierda y Vuelta que publicaba fundamentalmente a autores de corte liberal y conservador. (Preston y Dillon, 2004; Bloch, 2007).

Precisamente en los años ochenta el sistema de educación superior en México comenzará a experimentar un crecimiento que obligaría a varios intelectuales a buscar posgrados que les permitieran dedicarse de tiempo completo a la vida académica. De la misma forma, profesores universitarios empezarán a explorar el mundo de la opinión pública. Finalmente, lo que podemos apreciar ahora es una especie de “modernización” del rol del intelectual en México, particularmente en lo que se refiere al debate de los asuntos públicos. La mayoría son académicos con trabajos de tiempo completo en universidades, con posgrados principalmente en las ciencias sociales, que opinan de casi todos los temas y hablan y publican con la finalidad de incrementar sus ganancias económicas. La figura del intelectual mexicano que hace opinión pública de manera deliberada respecto a los temas de la agenda política interna e internacional se parece más a la de los intelectuales franceses de los sesenta y setenta como Jean Paul Sartre, Gilles Deleuze y Michel Foucault. Comparten con ellos la característica de plantarse ante el público para defender posturas políticas apelando muchas veces a criterios éticos y a proyectos de emancipación social. En México, algunos intelectuales contemporáneos comienzan a ser celebridades, en el sentido propuesto por Coser (1988) hace ya algunas décadas.

Esta descripción coincide con posiciones críticas sobre la vida cultural latinoamericana en general. Marc Zimmerman (2006, 156) ya había avizorado que “el famoso tercer mundo, está más inclinado a producir sectores elitistas/urbanos” haciendo de la cultura y el debate de las ideas la actividad de unos cuantos dirigida a un público masivo sin rostro, es decir, neutralizado. Este argumento coincide plenamente con el esplendor de la élite intelectual mexicana, cuyos discursos se vuelven hegemónicos por ser ellos los únicos protagonistas del debate de las ideas en México, en menoscabo de los discursos regionales y locales de un país diverso y heterogéneo. La entronización de la élite intelectual mexicana se debe a su incursión en los medios de comunicación masiva como se verá a continuación.

Intelectuales y opinión pública en México: actores y foros.
El estudio de los intelectuales dentro de la opinión pública mexicana contemporánea apela a varias de las conclusiones que la sociología de los intelectuales nos aporta. Se trata de figuras legitimadas por sus méritos académicos que además se “comprometen” en el quehacer de la opinión pública, a la que conciben como parte fundamental en la consolidación de la democracia y del fortalecimiento de la sociedad civil (Fernández Santillan, 2003; Noelle-Newman, 1995; Sartori, 1989; Splichal, 1999). Generan ideas, emiten opiniones y logran abarcar, gracias a los medios de comunicación masiva, un auditorio potencialmente mayor (Coser, 1973) y que podría ampliarse entre la sociedad gracias al denominado efecto cascada (Deutsch, 1990; Sartori, 1989).

Como se indicó antes, la participación de los intelectuales en los medios de comunicación masiva no es un fenómeno nuevo en México. Ya en la década de los ochenta Roderic Ai Camp (1995: 237-278) daba cuenta de lo importante que era para los intelectuales mexicanos complementar sus ingresos gracias a su participación en los medios. El problema era que bajo el régimen autoritario de los gobiernos del partido único (Partido Revolucionario Institucional), el acceso a los medios no siempre era el adecuado y en muchas ocasiones la censura era el mecanismo mediante el cual el gobierno controlaba y orientaba los contenidos mediáticos para su beneficio. De cualquier forma en aquella época “Los medios no sólo constituyen una fuente de supervivencia para muchos intelectuales mexicanos, sino que son los medios primarios para el intercambio de opiniones intelectuales” (Ai Camp, 1995: 241).

Mucho ha pasado desde que Ai Camp estudiara a los intelectuales mexicanos. Una muy relevante es la lógica de la competencia mediática que de alguna forma ha contribuido a generar cierto grado de libertad de expresión que no se tenía bajo el régimen priísta. Como señalan Presto y Dillon (2004), el control que pretendió ejercer el presidente Luis Echeverría sobre los medios, particularmente tomando por asalto las instalaciones del Diario Excelsior en 1976 fue infructuoso y desde entonces surgieron nuevas publicaciones al margen de los controles estatales. Hasta entonces, el gobierno monopolizaba la venta y distribución del papel para las publicaciones periódicas. Sin embargo, publicaciones como la revista Proceso y los diarios La Jornada y Unomásuno poco a poco lograron evadir los controles gubernamentales. Coincidiendo con “el despertar de las conciencias” el debate intelectual intensificó su tono cuando los exponentes de la cultura mexicana comenzaron a entablar nutridas discusiones a través de dos publicaciones fundamentales: la revista Vuelta fundada por Octavio Paz y que representaba a las corrientes moderadas y conservadoras de la intelectualidad mexicana; la revista Nexos en la que participarían intelectuales considerados de izquierda (Preston y Dillon, 2004, 267-290).

Será hasta la década de los noventa cuando surgen nuevos periódicos luchando por sus propios espacios y aumentando la oferta informativa. Desde la ciudad de Monterrey llegarán a la capital mexicana, para luego expandirse nacionalmente, dos proyectos vinculados con las clases medias urbanas: el diario Reforma y el diario Milenio (Ojeda, 2005, 26). El Reforma mantuvo una interesante disputa con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) buscando cierto grado de independencia, por ejemplo, adquiriendo su papel no del monopolio gubernamental y vendiendo sus ejemplares sin la intermediación de los voceadores, quienes estaban aglutinados por un sindicato corporativista.

Sin embargo, el impacto de la prensa escrita en México es relativamente bajo. El país no es de ninguna manera consumidor de publicaciones periódicas. Según la UNESCO, en México se imprimieron en el año 2000 un total de 9, 251,000 ejemplares lo que significa que sólo hay 93.5 periódicos disponibles por cada 1000 habitantes, esto es, una cobertura menor al 10%. De acuerdo a un estudio (Pérez-Espino, 2002) los diarios con mayor circulación en México son, según el Centro Interamericano de Marketing Político (CIMA): El Universal con un tiraje de 170 mil ejemplares; Reforma con un tiraje de 126 mil ejemplares; y La Jornada con un tiraje de 100 mil ejemplares. Por su parte, la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales realizada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) en 2010 arroja que el 38% de los mexicanos nunca lee un periódico, y que sólo el 23 % lee el periódico uno o dos días a la semana (CONACULTA, 2010, 110). Por lo tanto, se puede establecer de forma definitiva  que el consumo de diarios en México apenas llega al 10% de la población total, lo que significa que la posible penetración de los intelectuales al gran público, con sus ensayos y columnas, sea muy limitada.

El gran escenario en los últimos años para los intelectuales han sido la radio y recientemente la televisión. En el caso de México la televisión abierta (no de cable) es un asunto de dos empresas privadas, Televisa y TV Azteca. El duopolio incluso controla los canales de televisión del interior de la república que se reducen a meras repetidoras. A nivel nacional los canales culturales como el Canal Once (del Instituto Politécnico Nacional) y el Canal 22 (del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) no representan ningún tipo de competencia ya que llegan a  toda la república sólo a través de la televisión por cable.

El alcance de la televisión como medio de información es sumamente importante en México. En una encuesta realizada por Parametría (2006) se establece que “El medio que inspira mayor confianza es la televisión. Siete de cada diez personas (67%) menciona que les genera mucho o algo de confianza. Cinco de cada diez dice que los periódicos (53%) y la radio (51%) son confiables. En contraste, los medios que gozan de menor confianza son las revistas (27%) y el Internet (21%).” El estudio de Prametría concluye que “El saldo para los medios y especialmente para las televisoras es favorable. A diferencia de otros países, los medios de comunicación en México cuentan con altos niveles de aprobación, lo cual los ubica como instituciones privilegiadas” (Parametría, 2006).

Por lo tanto, la prensa y los semanarios siguen siendo foros de expresión para los intelectuales académicos de México, pero la radio y la televisión les permiten alcanzar un grado mayor de difusión. En 2006 se contaron seis programas de análisis y debate político transmitidos en horarios no considerados como Prime Time, es decir, fuera de los momentos de mayor raiting de las televisoras. Esto indica con claridad que el público potencial para dichos programas era muy pequeño y sin importancia para efectos comerciales. Otros canales de cobertura nacional también han incursionado en la producción de programas de contenido político y análisis: Canal 11 con Primer plano; Canal 22 con  Antesala y TVC con Respuestas.

Junto a estos programas especializados, prácticamente todo programa noticioso radiofónico cuenta entre sus colaboradores con más de un intelectual académico que hace opinión pública. Entre los intelectuales que suelen ser invitados a opinar de manera frecuente en diversos noticieros destacarían Alfredo Jalife (TVC), César Cansino, Leo Zukermann y Carlos Elizondo Mayer-Serra (Radio Fórmula), Gabriel Guerra Castellanos y Jorge Chabat (Imagen Informativa), Denisse Dreser, Soledad Loaeza, Javier Tello (Televisa), Sergio Aguayo y Lorenzo Meyer (Multivisión).

En 2011, la oferta de programas de debate y contenido había aumentado con la aparición de nuevos canales televisivos como Milenio, Foro TV de Televisa y Canal Cuarenta de TV Azteca. En Milenio hay varios programas periodísticos que invitan con frecuencia a debatir a intelectuales. En Foro TV y en Canal Cuarenta la programación mayoritaria es de contenido analítico y noticioso. Todo esto plantea una lógica de competencia mediática que parece necesitar de especialistas para hacer comentarios editoriales y posicionar a los medios en diversos asuntos públicos.

Esta breve revisión nos permite destacar que los intelectuales académicos que aparecen en programas especializados son también los intelectuales que participan como líderes de opinión en la radio y la prensa escrita. Por ejemplo, uno de los programas con mayor tiempo y prestigio en la televisión mexicana, Primer Plano, se transmite desde el año 2000. Los intelectuales que lo protagonizan actualmente siguen siendo columnistas en diversos diarios: Sergio Aguayo, María Amparo Casar y Lorenzo Meyer escriben en Reforma, José Antonio Crespo lo hace en Excelsior y Francisco José Paoli Bolio y Leonardo Curzio en El Universal. Así como ellos, otros personajes de la radio y la televisión aparecen en los periódicos y semanarios. En pocas palabras, se reitera la premisa de que se trata de una élite intelectual con cobertura nacional gracias a los medios de comunicación masiva. La práctica de escribir los diarios, en los semanarios y de publicar libros sobre historia, política, sociología o crítica literaria y cultural se combina con su aparición mediática y su vida académica en las universidades. Son, finalmente, actores reconocidos y casi exclusivos en el debate de las ideas.

Junto con un debate más informado y complejo de la vida pública mexicana, la élite intelectual también ofrece valoraciones deontológicas enmarcadas en los criterios del liberalismo y la democracia. Juzga las prácticas políticas desde la mirada ética criticando la corrupción, la impunidad y la ineficacia de los distintos órdenes de gobierno y propone caminos de solución jurídicos, económicos, sociales, políticos y culturales con un marcado sentido normativo. Estas podrían ser las aportaciones más importantes de este sector de la intelectualidad académica mexicana que goza de un prestigio mediático importante.

Reflexión final
Tal y como se ha expuesto a lo largo de estas líneas, los intelectuales mexicanos de alcance nacional viven y trabajan en la Ciudad de México, lugar de concentración del poder, la riqueza y la cultura del país. La vida intelectual en el resto de la república experimenta  limitaciones  en sus alcances mediáticos y es un tema que todavía está por escribirse.

Buena parte del prestigio de muchos intelectuales se ha consolidado a través de los medios, debido al gran impacto que tienen la radio y la televisión en el público mexicano. Se han convertido, usando un término de Coser, en celebridades intelectuales. Los programas de debate y discusión analítica permiten el posicionamiento de los medios en la discusión de temas públicos y hace de los intelectuales que participan en ellos los protagonistas del mercado de las ideas. La lógica de la competencia podría explicar la necesidad de que los medios de comunicación masiva hayan tenido que incluir en sus programaciones este tipo de contenidos. Los horarios reflejan, sin embargo, que los programas televisivos de debate y análisis sólo serían vistos por un grupo muy reducido de la población interesado en esos temas que se conoce en el argot comunicológico como círculo rojo. Es evidente que para los medios de comunicación masiva en México, particularmente la televisión domina  la lógica del mercado del neoliberalismo, motivo por el cual no se aparecerán en dichos medios intelectuales de la izquierda crítica que pudieran cimbrar retóricamente los pilares del status quo político en México. Así como Noam Chomsky y James Petras son invisibles para los medios de comunicación masiva en Estados Unidos, intelectuales de izquierda mexicanos como Adolfo Gilly, Heinz Dieterich o Guillermo Almeyra tampoco aparecerán ante el gran público porque prácticamente están vetados en la radio y la televisión mexicanas.

Se puede apuntar que el debate intelectual en los medios de comunicación masiva de alguna forma contribuye a la información del público y a la evaluación crítica del quehacer político en México. La élite intelectual mexicana merece, por lo anterior, ser objeto de análisis sistemáticos que nos permitan corroborar su importancia y grado de aceptación entre la población. Una vertiente que merece ser explorada es el estudio del contenido de las opiniones de dichos intelectuales a la hora de debatir los asuntos públicos. Desde mediados de los noventa, los intelectuales académicos mexicanos tanto en la prensa como en los medios, se han encargado de discutir los fenómenos políticos, los procesos electorales, las formas seudo-democráticas de la cultura política mexicana, la corrupción, las crisis económicas, los movimientos sociales, la alternancia en el 2000, y recientemente la escala de violencia en el país y la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). Otra agenda importante en la que participan los intelectuales es el debate de los asuntos internacionales, por ejemplo, las elecciones presidenciales en Estados Unidos se siguen con mucho interés y detenimiento, así como los conflictos que se presentan en diversas partes del mundo.

Los intelectuales académicos mexicanos se saben ya actores de la vida pública del país, con un reconocimiento creciente y, quizá por ello, con mayores márgenes de maniobra, libertad y poder que su antecesores.

Referencias

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Last updated June 30, 2011