Delaware Review of Latin American Studies
Issues
Vol. 11 No. 1 June 30, 2010


Historiar la naturaleza: reflexiones sobre la traducción a la historia natural de Plinio por Francisco Hernández

Dr. Enrique Delgado López
Profesor-investigador. Licenciatura de Historia
enrique.delgado@uaslp.mx

Mtra. Gabriela Torres Montero
Profesora-investigadora. Licenciatura de Historia
gtorres7@uaslp.mx

Dr. Nicolás Caretta
Profesor-investigador. Licenciatura de Arqueología.
mictlan@rocketmail.com

Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Autónoma de San Luis Potosí

Resumen
Historiar la naturaleza implicó, para los primeros visitantes que pisaron suelo del Nuevo Mundo, realizar una cuantificación de los recursos naturales que ofrecía esta tierra. Para generar ese conocimiento se partió de los postulados que los autores de la antigüedad generaron al ser ellos el punto de partida para un primer acercamiento. Para el médico Francisco Hernández, historiar la naturaleza no sólo abarcó el conocimiento de vegetales, animales o minerales del viejo y del Nuevo Mundo, sino que comprendió la traducción de la obra más importante del tema, la Historia natural de Plinio, traducción a la que le agregó comentarios que contribuyeron a su modernización. Médico de formación, Hernández formó parte de los considerados humanistas, siendo conocedor de los trabajos de Erasmo de Rotterdam y de las teorías de Vesalio, además de los trabajos de Plinio El Viejo y de Aristóteles, los cuales tradujo del griego al latín y al castellano.


Abstract
To those who first set foot on the American continent, recording nature meant the need to quantify the natural resources that the land had to offer. To do so, they first relied on the assumptions made by the authors of antiquity. For the physician Francisco Hernández, this listing required not only knowledge of the plants, animals and minerals of the old and new worlds, but also a translation of the most important work on the theme, Pliny’s Natural History, a translation that he modernized by adding commentaries. A physician by training, Hernández was also a humanist, being cognizant of the works of Erasmus of Rotterdam and the theories of Vesalius (Andreas van Wesel) as well as Pliny the Elder and Aristotle, whose works he translated from Greek into Latin and Castilian.

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El presente trabajo trata de acercarse al valor intrínseco de la traducción de la Historia Natural de Plinio llevada a cabo por Francisco Hernández; la traducción se realizó, quizá, determinada por el propio momento en el que se lleva a cabo. Se parte de la idea de que esa traducción fue un punto esencial para complementar una tarea que Hernández realizó magistralmente: historiar la naturaleza.

Esa tarea implicaba conocer y cuantificar plantas, animales y minerales y, de paso, brindar las primeras explicaciones sobre las cultura encontradas en el Nuevo Mundo. Fue parte de los objetivos de ese historiar; pero no sólo eso, historiar la naturaleza no sólo significaba esa cuantificación, también, así lo comprendió Hernández, se tenía que hacer la traducción a la obra más importante sobre el tema.

LAS HERENCIAS DEL MUNDO CLÁSICO

El médico Francisco Hernández guarda un lugar en los privilegiados peldaños de la historia de la ciencia por ser el primer europeo en realizar una expedición científica en tierras americanas, misma que le permitió elaborar una detallada descripción de los recur­sos medicinales indígenas.

Su estancia de seis años en suelo del Nuevo Mundo le permitió llevar a cabo una serie de obras sobre diversos temas, sean estos de índole de Historia Natural o la historia de los pueblos americanos. Igualmente realiza una traducción de la Historia Natural de Plinio, magna obra que habría de servir como marco de referencia para las explicaciones del Nuevo Mundo, hecho por demás interesante si se toma en cuenta el momento en el que se realiza. La traducción es iniciada en España y concluída en México; en ella vierte todo un cúmulo de conocimiento sobre distintos rubros con los que Plinio, obviamente, no pudo contar.

La traducción se lleva a cabo en una época en la cual las autoridades de la antigüedad clásica son corregidas, actualizadas y enriquecidas tanto con los descubrimientos y exploraciones llevados a cabo por marinos y conquistadores, como por los primeros hombres que, como Hernández, se animaron a observar de cerca la naturaleza americana, hasta entonces desconocida. Si bien con el aumento de las fronteras geográficas y con la integración paulatina de otras realidades culturales se contradecía fácilmente a las antiguas autoridades, la devoción por esas autoridades no decreció. Aristóteles, Platón o Hipócrates siguieron dictando los esquemas que habrían de seguirse para la explicación general de la naturaleza.

En este sentido, Francisco Hernández pertenece a esa gama de hombres que heredan esa tradición con sustento aristotélico y cristiano, misma que no tenía entre sus objetivos “anticipar futuras visiones del mundo, sino explorar, articular, emplear y criticar el suyo propio”, pero que a la vez el descubrimiento de nuevas tierras y culturas permitió “la aparición de una nueva concepción de la naturaleza y de nuevas metodologías, capaces de influir en un amplio espectro de las actividades y las creencias científicas”1

Los eruditos humanistas terminaron por darse cuenta de que los textos antiguos no daban la descripción completa del mundo natural,2 por lo que se vieron forzados “a hacer observaciones directas, cada vez más visibles, de las obras de la botánica y zoología antiguas”. Entre ellos se cuenta Hernández, quien comprendió cabalmente los textos antiguos, lo que le exigió no sólo la seguridad en la identificación de las especies estudiadas, sino el mismo trabajo en el campo.3 Los estudios a lo largo de su vida así lo demuestran, recuérdese tan sólo su estancia en el monasterio de Guadalupe; la misma expedición iniciada en 1570 tiene ese significado. Esta expedición le permitió observar y, por qué no decirlo, padecer la naturaleza americana tal y como era, ya sea en las ciudades, ya sea visitando las diversas regiones de Oaxaca, Michoacán, el valle de México, Pánuco, etc.

Es necesario señalar que ese “trabajo de campo” forma parte también de su educación humanista, en tanto que es una herencia de los estudios de tradición hipocrática, misma que comprende el estudio del medio en tanto clima, geografía, vida humana; esa orientación es el estudio del hombre en la naturaleza, así como de la propia vida que se considera bella, justa y perfectible. Es una defensa de lo propio contra lo ajeno y, con frecuencia, contra lo nuevo.4

Señala Peset5 que la característica del uso de Hipócrates es la libertad que concede, que en buena parte se debe a esa veneración por la observación, el culto a la realidad. El hombre y sus sentidos son la medida de todas las cosas, el hipocrático emplea todos, incluso el gusto para el conocimiento de la enfermedad. El hipocratismo obligó al que estudiara medicina la obligación de observar el mundo, mantenerlo y quizá innovarlo. Es preciso mirar de nuevo hacia esa expansión del mundo en el XVI, pues es cuando el mundo se ensancha, se viaja por América, África y Asia; se descubren otros hombres, animales, tierras y plantas. En este contexto, médicos y filósofos, historiadores y políticos, naturalistas y geógrafos, se ocupan de la relación del ser vivo con el medio. La observación, la naturaleza y la ciencia que se gestaba paulatinamente con el asombroso mundo descubierto día con día, contradecían lo que los clásicos afirmaban. El autor clásico, adquiere esta categoría porque constantemente puede ser leído y siempre se saca alguna enseñanza o emoción, y el texto clásico convoca de forma renovada y anima a la imitación o al cambio.

El tratado hipocrático, de profundas connotaciones geográficas, sobre los aires, aguas y lugares establece “la relación del ser humano, sano y enfermo, con su medio, dando origen a aspectos tan importantes como la higiene, la estadística, la geografía médicas, pero también a una amplia interpretación del vivir, enfermar y morir”.6 En el tratado, Hipócrates distingue al europeo del asiático en términos de fortaleza y debilidad, y Hernández lo hace, siguiendo al clásico maestro en los mismos parámetros.

En sus Antigüedades de la Nueva España habla del clima de la cuenca de México, y dice que es intermedio, “entre frío y caliente, pero un poco húmedo debido a la laguna”; más adelante señala que el cielo es salubre en gran parte, pero debido a la humedad lacustre, como dijimos brevemente, a veces predomina la podredumbre. Los llamados «puntos o exantemas», que suelen acompañar a las fiebres, son peculiares de esta ciudad”. Resalta las distinciones en razón a “las inteligencias superiores de los españoles” que se contraponen a la naturaleza del indio, individuos en su mayoría “débiles, tímidos, mendaces, viven día a día, son perezosos, dados al vino y a la ebriedad, y sólo en parte piadosos… de naturaleza flemática y de paciencia insigne”, aunque reconoce que son hábiles en el aprendizaje de las artes “aún sumamente difíciles y no intentadas por los nuestros”, imitan cualquier cosa sin ninguna ayuda. Se lamenta de los que nacen “en estos días” y que a su vez empiezan a ocupar estas regiones, pues, ya sea que deriven su nacimiento únicamente de españoles o que “nazcan de progenitores de diversas naciones, ojalá que obedientes al cielo, no degeneren, hasta adoptar las costumbres de los indios”.7

Hernández poseyó amplios conocimientos que le permitieron abordar otros temas aparte del referido a la historia natural, acorde al  hombre culto de su época, que en la tradición filosófica, procedente de la antigüedad, incluía la filosofía natural.8 Como filósofo supo interrogar “acerca de lo que es posible saber, acerca de lo que el hombre debe hacer o acerca de lo que puede esperar”. Fue filósofo porque investigó “sistemáticamente cualquier problema humano, usado este calificativo en su más amplio sentido, o sea, no sólo como lo perteneciente al hombre, sino como todo aquello que le atañe de un modo o de otro”.9 El Hernández médico y naturalista es inseparable del Hernández estoico, porque fue uno sólo--que reunía uno y otro bagaje--quien se enfrentó a unas circunstancias vitales excepcionales, dispuesto a consentir que muchas de ellas penetraran hasta lo más profundo de su pensamiento y su manera de entender el mundo y la cosmovisión que los humanos-–cristianos o por cristianizar--habían elaborado para hacerlo inteligible a sus respectivos universos culturales.10 En otras palabras, no fue sólo un médico, o fue el médico que según el pensamiento aristotélico termina por ocuparse de la naturaleza, en tanto que los que se ocupan en la naturaleza concluyen interesándose por la medicina. Abundan los paralelismos entre estas disciplinas, que quieren explicar al hombre y a la sociedad, al cuerpo y al alma, al dios y a la naturaleza”.11 Según Raquel Álvarez Peláez12 poseyó un espíritu más que curioso que no pudo resistir la tentación y el deseo por describir todas esas especies naturales pues además tenía plena conciencia de lo que tal cosa podía significar para la historia natural de su época.

En el Proemio a las Antigüedades de la Nueva España menciona que el tema histórico lo aborda a pesar de no ser su campo de estudio, y lo hace porque juzga que “no distan tanto de ella [de la naturaleza] las costumbres y ritos de las gentes porque aún cuando en gran parte no deban atribuirse al cielo y a los astros, puesto que la voluntad humana es libre y no está obligada por nadie sino que espontáneamente ejecuta cualesquiera acciones." Para él, escribir sobre este tema es difícil porque los ritos de los indígenas, a quien entrevistó en más de una ocasión y con quienes cotidianamente convivió, son variados e inconstantes, y es difícil saberlos pues “esconden en arcanos lo que tienen conocido e investigado, o porque olvidados de las cosas de sus mayores (tanta es su rudeza y desidia) nada pueden contar de notable”. Más no por ello renuncia y sí en cambio busca “la claridad y recreo para los nuestros que viven en este mundo”.

Debido a ello, para no faltar “completamente a esta parte y que no había echado algunos fundamentos a una fábrica que tal vez-–palabras de Hernández--dilataré y aumentaré en los días futuros”, le dice a su Monarca, el texto de las Antigüedades es una “semilla de historia” transmitida, “sí no con la facundia que conviniera al menos con la que fue dada por mi fe y afecto no común hacia tu Majestad”.

Hernández heredó conceptos de la antigüedad clásica y si bien los siguió a pie puntillas, supo aportar conocimiento nuevo y con ello alimentar la obra de esos clásicos. No hay que olvidar que según la idea de E. M. Radl13 la continuidad histórica de la vida científica está construida con dos factores elementales: una íntima disposición que el hombre saca de su naturaleza y la tradición que, burlándose de todos los obstáculos se transmite de una generación a otra como una especie de infección.  Si se hace caso a la definición de “comunidad científica” que señala Elias Trabulse,14 como “aquella que está compuesta por personas que comparten un paradigma científico”, vale preguntarnos sobre la cercanía de Hipócrates, Aristóteles y Plinio con Hernández en el desarrollo del conocimiento científico.

HISTORIAR LA NATURALEZA

Al llevar a cabo su historia natural, Francisco Hernández realizó descripciones minuciosas de las especies descubiertas en el Nuevo Mundo aunque lo paradójico es que, sin darse cuenta, al cometer sus rigurosas labores científicas, contribuyó a la conformación de un imperio que, con los resultados de las investigaciones que patrocinó, estuvo pendiente en la manera de comercializar la naturaleza.15 Desde un punto de vista práctico, el descubrimiento de territorios conformó la necesidad por conocer la nueva realidad para poder controlarla, organizarla, dirigirla, explotarla, necesidad que en este caso, el de España y las Indias, condujo a una incesante búsqueda de información.16 Historiar la naturaleza implicó la creencia de la utilidad de todas las cosas naturales, puestas en el mundo por el Creador para provecho del hombre. Aunque de algunas plantas o animales se desconociera su uso; no hay cosa improductiva, en tanto que una de las misiones del ser humano es tratar de averiguar ese provecho. El mismo Gonzalo Fernández de Oviedo utilizó una y otra vez esa idea, calificada por algunos de ingenua teleología y por otros de un providencialismo procedente de sus ideas políticas, para ordenar sus materiales, clasificar y exponer lo que la naturaleza americana ofrecía ante sus ojos.17 Pero no queda aquí, la historia natural en este siglo XVI fue el método que siguieron autores no solo como Oviedo, sino Hernández y Acosta, quienes llevaron a cabo la observación directa que les brindó la experiencia personal, rasgos fundamentales del pensamiento moderno. Al igual que ellos, otro proyecto de la ciencia moderna, quizá más rico, fue el de las Relaciones Geográficas que persiguieron el procedimiento señalado en la instrucción y memoria basado en la idea de afirmar por cierto lo que fuere y, lo que no, poniéndole por dudoso, de manera que las relaciones vengan ciertas”.18

Este proyecto auspiciado igualmente por Felipe II y encabezado en un primer momento por Nicolás de Ovando prueba ese deseo por conocer y utilizar la naturaleza que comenzaba a describirse. Los cuestionarios pretendieron dar a conocer el conocimiento de temperamentos y calidades de provincias y comarcas; formas de relieve, presencia o carencia de ríos, existencia de yerbas o plantas aromáticas, animales y aves, del intercambio que a la fecha se había presentado entre España y su imperio, de las costas. En fin, era un censo pormenorizado de esa naturaleza ignorada a ese momento. Pero también era un serio intento por hablar de las culturas, del papel de los hombres, no sólo españoles sino indígenas y cómo ellos, en conjunto, convivieron en ese espacio cambiante. Serge Gruziski19 se refiere a este proyecto como un ejemplo de modernidad.

Pero no solamente la experiencia se impuso en la conformación del nuevo conocimiento, también lo hizo la imaginación. El caso de José de Acosta es pertinente al respecto20. Para él, la imaginación es necesaria al hacer dilucidar consigo mismo un problema que efectivamente reclamó ser resuelto con la razón, con la experiencia misma. Concibió a la imaginación como parte de la reflexión y el entendimiento; ella contribuye para la elaboración de los conceptos que darán pauta a la razón, pero si bien es justo partir de ella, es necesario también alejarse de sus planteamientos cuando la experiencia demuestre ya, con hechos, lo contrario. Si esto no se hace, dice Acosta, “forzoso hemos de ser engañados y errar”.

Resulta obvio que en la época de la expansión geográfica, el motor de esa curiosidad permitió que un gran número de vegetales y animales, así como de lugares, fueran puestos a disposición de los estudiosos que se enfrentaron a ellos con entusiasmo intelectual. No es ningún secreto que esta idea se mantuviera hasta el siglo XVIII en tanto que los viajeros naturalistas del siglo de las luces pertenecieron a una cultura que estaba absolutamente convencida de que el universo en su totalidad--y cada detalle de este--correspondía a un conjunto de leyes ya preestablecidas por Dios para beneficio del hombre.21

Historiar la naturaleza incluyó los conocimientos de las plantas, animales y minerales; pero también trató al hombre y a diversos factores geográficos como el clima y el relieve, o la misma configuración de las tierras emergidas. Se extendió a todo el mundo humano y no humano. La idea que plasma Edmundo O´Gorman en su prólogo a la Historia Natural y Moral de las Indias del padre Acosta es un ejemplo de la concepción del mundo: historiar la naturaleza era pormenorizar el cosmos.22

HISTORIAR LA NATURALEZA Y LA HISTORIA NATURAL DE PLINIO

Para Domínguez García y Benjamín-Riesco23 la Historia Natural de Plinio es seguramente el máximo ejemplo latino del afán enciclopedista surgido con el sistema educativo helenístico. La obra no sólo favoreció la acumulación de información de todo tipo en diccionarios y enciclopedias, sino que permitió que la investigación se concibiera no como una imitación y no como una actividad creativa. El objeto más real del libro no son las ciencias de la naturaleza, sino el hombre ante la naturaleza o ante sí mismo, el hombre con su razón prisionera o mal gobernada.24

Al parecer Plinio fue uno de los peores autores latinos, pero constituye la única fuente para conocer casi la totalidad de la información recogida a lo largo y ancho de su obra, además de ser pocos los datos que se conocen para realizar un contraste con las fuentes que pudo utilizar.25 Pero a no ser por su labor compiladora, quizá mal hecha, escrita o mera y simple descripción, sea como sea, hoy no habría valiosos conocimientos que van desde las noticias referentes a los temas de cada libro concreto hasta datos sobre costumbres e instituciones que supo apreciar y escribir sobre ellas. Para Germán Somolinosla Historia Natural “no es más que un archivo de viejos conocimientos” y que si bien sus libros son considerados como decadentes “fueron, sin embargo, los que salvaron la ciencia antigua”. Señala que en el texto pliniano, junto a observaciones agudas, de realidad incontrovertible, tienen también cabida la fábula, la anécdota y la conseja transmitida por generaciones, cuya evidente falsedad impide tomarla en cuenta. También habla de la tradición que existía en España por el conocimiento de Plinio. Destaca autores, cátedras y obras que consolidaron esa presencia en la Península; refiere a Antonio de Nebrija, a Francisco López de Villalobos, Hernán Núñez, el Pinciano; a Juan Andrés Strany y a Juan Maldonado, así como a Juan de Jarava26.

Ante lo evidente, Hernández, alumno de la complutense, recibió herencia de sus mentores y de una sólida tradición española tanto en la traducción como en el conocimiento de los autores clásicos. De acuerdo con Nogués, la traducción fue una “empresa de muy altos vuelos, que no siempre alcanza a cumplir con la exactitud y profundidad necesarias, pero que, en cambio, nos demuestra su gran capacidad de trabajo y el extenso dominio que sobre la ciencia de su época poseía nuestro autor, único que en ese siglo se atreve a emprender tamaña tarea”.27

Nuevamente Somolinos28 destaca otro hecho sustancial. Las traducciones a la obra de Plinio anteriores constituyeron una fuente de información de noticias antiguas sin ninguna aportación moderna y, téngase en cuenta, con muy escasa comprobación documental; la traducción que elaboró Hernández se planeó exactamente con la premisa contraria. Aquí se suma esa importante tradición hipocrática que descansa en la experiencia y en la observación, pilares de la ciencia moderna. Hernández verifica, confronta los tiempos y los mundos, el de Plinio con el suyo. Como Acosta, no puede renunciar  o evadir esa comparación, tiene que partir de lo que dicta la autoridad clásica; coteja, más con la experiencia de por medio y con el conocimiento adquirido que Plinio no pudo tener, lo supera.

Para escribir su Historia Natural y Moral Acosta partió de la interrogante del origen del indígena americano, y que al explicar tal cuestión confrontó a los principales autores de la antigüedad y del mundo medieval; en su análisis existía ya su experiencia para hacer a un lado argumentos obsoletos y poder señalar que la tórrida zona es humedísima, y que en esto se engañaron mucho los antiguos29

Hernández deja tal experiencia asentada en su traducción bajo las leyendas de “el interprete”. Por medio de ellas, paso a paso, capítulo a capítulo, retroalimenta la obra del antiguo militar y diplomático para dejar constancia de lo que sus ojos vieron y su intelecto adquirió a lo largo de los años. Cita a las autoridades clásicas y, en lo correspondiente a los capítulos referentes a la descripción geográfica, alude también a los modernos, a quienes conocía, sin decir nunca quiénes fueron ellos. Paso a paso, en donde lo considera necesario, escribe la adenda y la desarrolla. En el ámbito del conocimiento geográfico enumera los diversos accidentes geográficos, incluyendo noticias que hoy serían propias del terreno antropológico, así como una amplia información histórica y toponímica de los lugares que reconoce en el texto. Sería imposible en este espacio tratar las diversas y múltiples ideas, aportes y juicios que hace Hernández a la obra de Plinio. Sóo tendremos un breve acercamiento a ciertas ideas que se consideraron importantes para aclarar los objetivos que se persiguieron.

Hernández tiene una actitud fundamental ante el mundo: “la de un enciclopedista que aspira a construir una imago mundi más perfecta que aquella que le ha sido comunicada, sustituida más tarde por la de completar una obra precedente inspirada en las mismas ambiciones y que aun le parece viva e insuperable. A ella le incorpora los nuevos hallazgos, y con ellos los de la propia obra personal, que revaloriza todo el legado ajeno, con la experiencia insustituible de lo vivido”.30 Es posible que la perfección no sea la meta de Hernández, pero sí complementar una obra que requería ser actualizada para poder seguir con vida. De esta forma concibe la obra no como un monumento intocable o desechable “sino como algo muy vivo y útil para el hombre de su tiempo”, al que lo que le añade esas notas de “el interprete” que lo corrigen, lo actualizan, amplían y enriquecen a tal grado que equivalen a una nueva creación.31

Hernández fue coherente, pues historiar la naturaleza implicó no sólo realizar trabajo de campo para consolidar conocimiento in situ, o realizar la cuantificación y descripción de los diversos vegetales, minerales o animales de su mundo. Historiar la naturaleza le pidió más; le significó comprender y hacer comprender la obra más importante por excelencia en el tema: la Historia Natural de Plinio. Llevar a cabo esa traducción fue parte fundamental de su tarea como científico, el no hacerlo implicaría coartarla. Al realizar la traducción, atendió uno de los principales temas que el conocimiento de la naturaleza podía reclamarle. La obra de Plinio daba la pauta a seguir--ese marco de referencia obligado--pero le tocaba a Hernández hacer lo que hizo: reconocerla, criticarla y ampliarla. A través de las notas que deja a la obra, Hernández consolida el cimiento pero le brinda a la enciclopedia pliniana una nueva faceta.

Como parte ya de la traducción, en la dedicatoria que hace a Felipe II,32 expresa sus intereses al respecto. Destaca lo valioso de la obra de Plinio, el apoyo de su rey y, otro motivo más para llevar a cabo la traducción de la obra, la importancia de la lengua española en el momento.

Le dice al monarca su obligación por el estudio “de la ley natural y al buen concierto del mundo”; le menciona que siempre ha deseado emplear su talento en una buena obra, consagrándola al servicio de Dios y al bien común de su patria”, y le indica que no está satisfecho “con sólo exercitar el arte de medicina de que muchos años ya he hecho profesión en ciudades, hospitales y monasterios insignes”. Por su talento y obligación al estudio de la naturaleza y al buen concierto del mundo, resolvió ocuparse, “por el gusto de vuestra Real Magestad y al aprovechamiento de la nación española”, de la parte que trata la “historia de todas las cosas que Dios, Nuestro Señor, crío en la fábrica deste mundo, cuyo conocimiento aliende que es sabrosísimo y muy necesario a la vida y salud de los hombres”. Escribe con reflejos de modestia, que le “faltava dar traza a tan alta empresa y parir prósperamente a luz lo que con tanta felicidad y favor del cielo havía concebido”, mas no encontraba “la elocuencia y aparejo que requería semejante invención o libros donde lo tomase”. Encontró esa parte que, como científico, carecía “en la divina Historia de Plinio, donde comprehendió 20 mil cosas notables, de las cuales tocan pocas los estudiosos”,  no amedrentándolo el hecho de que algunos consideran al autor latino un

hombre que excede a ratos los límites de la verdad, por escribir cosas tan raras y admirables y que tiene Naturaleza tan ocultadas a los más de los hombres que no es maravilla parecerles a los que no las han visto mentirosas e increíbles, pues como ninguna, casi, afirma Plinio, que no señale causa o autor.

Su deseo implicó prevenirse de “estilo, disciplinas y lenguas diversas, experiencia y noticias de varias cosas”, para dedicarse al bien de la república. Siguiendo los preceptos del Plinio, quiso “dar a las cosas antiguas novedad, autoridad a las nuevas, a las desusadas lustre, luz a las oscuras, gracia a las enfadosas, crédito a las dudosas, a todas naturaleza y a su naturaleza todas”.

La traducción fue necesaria  no sólo para “desenterrar un tesoro escondido por tantos siglos en las entrañas de su dificultad y adaptar nombres tan peregrinos a cosas que traemos entre las manos”, sino también para llevarla al idioma hispano en el entendido de que, “si las musas hablaran, en este lenguaje y no en otro lo hizieran”. Le confiesa a su Sacra Magestad que encontraba “tanta dificultad en este negocio que muchas vezes estuve por dexarlo porque, aunque le havia acometido, no me sentía con fuerzas para poderle proseguir y llegar al cabo”. Más en ese divagar el apoyo de su Monarca le permitió experimentar “nuevo vigor y coraje para hacerlo, entendiendo que Dios tenía por bien se diese perfección a esta cosa con tan soberano medio porque deviese el mundo a Vuestra Real Magestad sola este beneficio”.

Al entregarle a su soberano los libros de su traducción de la Historia Natural, obra “que hizo Dios, Nuestro Señor, en este mundo sensible y de cuanto se contiene entre el más alto Cielo y el centro de la Tierra”, no evita compararse con esa misma entrega que hiciera alguna vez el mismísimo Cayo Plinio Segundo al entonces emperador Vespaciano, señor de la “parte mayor y más floreciente del mundo”, tal como lo fue en su momento el propio Felipe II.

Tiene conciencia de la trascendencia de su obra, de su labor como científico que genera conocimiento, hecho que culmina con la traducción de la historia natural. Por ello en la “prefación al benigno lector”33 lanza su reproche a los de “tan corto y tasado entendimiento que se persuaden no haver más saber del que ellos saben, ni más que ver de lo que ellos han visto y que restriñen el poder de Naturaleza o, por hablar más propiamente, el de Dios (a quien hacen en ello ofensa y agravio), a su condición limitada y mortal” y se pregunta acerca de ellos

¿Cómo creerán éstos las maravillas invisibles del Criador de las cosas, pues las visibles y que tienen causas y razón humana, aunque no manifiesta a todos, niegan el crédito y piensan que los burlan y engañan? Como si el engaño no fuese contrario a la profesión de los autores, o como que de engañar al mundo les hubiese de resultar provecho o gloria.

Luego reflexiona sobre la Naturaleza, enmarcada en la experiencia, en el hecho de ver las cosas tal y como son. Dice que

a cada paso se levanta sobre lo que la grosera muchedumbre y canalla vulgar sabe ser verdadero y posible. Ni todos ven las cosas, ni todas acontecen a todos los lugares; unas se hacen en unas regiones y otras en otras, según es la naturaleza de cada una; unas ven los australes y otras los septentrionales; unas los de Oriente y los de Occidente otras, y cada autor da noticia de lo que pasa en su clima y cielo a los que habitan en provincias distantes y apartados paralelos. Y, ansì, Plinio o escribe lo que vido (de que fue tan curioso que murió, como dizen, en la demanda) o allega y remite a los autores acerca de los cuales  lo halló. ¿Quién creyera (que ansì lo dize èl) que havìa guineos antes que los viese o que no nos  es admirable luego que llega a nuestra noticia? ¿Quién se desempeñará a creer que se podía caminar por medio de las aguas antes que se inventasen los navíos, velas, aguja y, finalmente, antes que se navegase, y que havía otro tan grande y extraño mundo de que no se tenía alguna noticia y [quien creyera] que por papeles escriptos se podía tan clara y distinctamente comunicar los conceptos de los hombres, [y] el misterio de la piedra imán que endereza el aguja hazia nuestro polo, [y] que un árbol provee de agua a toda la gente de la isla de Hierro, una de las Canarias, [y] que el perro, habiendo mordido a alguno, si ravia después, por mucho tiempo que intervenga le haga raviar sin que toque alguno phìsico o matemático, [y ]que algunos hombres y animales maten con la sola vista y otros saquen, con sólo el toque, del interior del cuerpo cualquier cosa enclavada y también la ponzoña, [y] que basten ciertos arboles  a dar vida y quitarla con sólo su sombra y otras cosas tales y de tanta admiración de que se tiene pública noticia que no se podría fácilmente contar? Pero, ¿Qué se maravillan?, pues el Autor de lo que se nos representa en el teatro deste mundo es Aquel que, con sólo decirlo, puede cuanto quiere, y acerca del cual no hay cosa que no sea posible y hazedera. No me place en esto más estenderme, por no exceder los límites de Prohemio.

En el prólogo que hace Hernández34 al libro tercero,  detalla una descripción del mundo conocido, y muestra un admirable manejo de información geográfica que bien se puede llamar erudita. Sigue cuidadosamente el mundo Mediterráneo, describiendo pormenorizadamente los diversos accidentes geográficos que la memoria y el conocimiento han generado y guardado por siglos. Hernández combina los promontorios, penínsulas y ríos con rasgos de la población y con una rica información histórica, escribe por ejemplo que

la postrera región de Europa que procede desde el Istmo por el Bósphoro Cimerio y riberas de la laguna Meotis y del Tanais, hasta el océano septentrional, ocupan los scytas, que llaman sármatas o saurómatas, divididos en muchas naciones y aún este nombre se extendió a hasta los germanos. Están debajo de los sármatas, al mediodía, hasta el Danubio, los dacos e iaziges que confinan con los germanos, los cuales, desde el río Danubio y los retos se extienden hasta el Océano, y desde el río Vístula hasta el río Schaldis confinan con la Galia Bélgica.35

Pero ese prólogo finaliza con un enunciado que muestra la contribución de Hernández a la obra al señalar, por un lado, “lo que Plinio describe en la Europa” y por el otro, al aclarar que no hace “mención de las regiones septentrionales que después de su tiempo se hallaron, que se incluyen en la isla que el llama Scandivavia, de grandeza no sabida”, agregándole el conocimiento generado hacia el siglo XVI: “península travada por la parte septentrional de la tierra de los sármatas, llamados moscovitas, la cual se divide en muchas provincias como son: Noruega, Suecia, Lopia, Biarmia, Finlandia, Bodia, y en Carellia, que ocupa el istmo de esta península.

Al atender una observación de Plinio en cuanto a la experiencia y al relato, particularmente relacionada con la Puerta del Mediterráneo, Hernández hace hincapié en una de esas notas de “El interprete” que “Abila es monte de África, situado frontero de Calpe, el cual hoy llaman sierra Ximera, a causa de los ximias que se crían en él en grande abundancia, de do se ve el error de los que dizen ser el Alminar de Ceuta y de los que afirman ser Alcudia. Más nada desto me pone admiración, pues como testifica Plinio nadie puede escribir lo que no pasea sin tropezar algunas veces, pues le es forzoso, según lo que oye o lee, con que las menos es seguro satisfacerse, por estar los libros de geografía corrompidos y aun inciertos de parte de sus autores y no oír las relaciones todas veces verdaderas”.36

Al atender la descripción que hace Plinio de Europa, Hernández alude a su propio conocimiento que le permitirá indicar observaciones del mundo ajeno al Latino. Reconoce que Europa es reconocida como “la parte más hermosa del Universo y donde tiene asiento la ciudad conquistadora del Mundo”: Roma. Además a Europa la tuvieron “algunos, y con razón, no por tercera parte, más por igual al resto del orbe, dividido en dos mitades, desde el río Tanais hasta el estrecho de Gibraltar”. La anotación que hace Hernández está en relación con la frase resto del orbe que él la escribe como resto del Universo. Se entiende –escribe el toledano- a Asia y África, que no se había entonces conocido distinta y claramente otra cosa de lo mucho que se ha después descubierto con el valor y la próspera fortuna de los invictísimos reyes de Hespaña, don Carlos V, emperador también de Roma, y don Phillipo II, destos nombres, lo cual es tanto que ha merecido nombre de Nuevo Mundo, por no dezir de Nuevos Mundos”. Los que dividieron en dos partes solas el mundo fueron Eratóstenes, Varrón, Lucano y aun lo toca de opinión de otros Salustio”.37

Al tratar la anotación dedicada a Locros,38 definida como “una ciudad muy principal en la Magna Grecia o Calabria Superior, la flor, como escribe Platón, antiguamente, de toda Italia, ansí en riquezas como en hombres ilustres sabios y valientes”, reflexiona sobre el valor de su obra al estar atendiendo un texto de antigüedad en el cual se mencionan nombres o hechos ahora ya desconocidos, y señala que es precisamente en esos “libros de geographía”, en donde se conforman “los nombres antiguos a la[s] poblaciones de hoy, y los nombres de hoy con las antiguas, ora duren, ora hayan perecido” y pide que se aquilate la dificultad de su tarea como traductor de una de las obras más importantes de la humanidad, pues conlleva dificultad “a causa de las ruinas y destrucción, mayormente de Hespaña, donde tanta devastación y estrago han causado los bárbaros que a ella han penetrado”, pues “las gra­duaciones de que nos pudiéramos servir o no las alcanzaron a dar los antiguos o las han corrompido, junto con los verdaderos nombres de las ciudades, los escriptores de libros e impresores”.

Pero en caso de que no existiera ese estrago “¿quién podrá agora tornar­las a tomar por todo el mundo y, cotejándolas con las antiguas, hallar su asiento juntas, y ansí, finalmente, concordar lo antiguo y moderno?”. La tarea que tiene Hernández es la búsqueda de tal concordancia, por ello confronta la antigua descripción del mundo con la propia, con la que a él le toca vivir. Este seguimiento riguroso que hace de la Historia Natural denota indudablemente su mundo intelectual, pero también el mundo americano que sus ojos contemplaron lejano a Plinio. Este seguimiento es un permanente cotejo, una continua comparación entre el mundo antiguo y el moderno.

Al atender el apartado que Plinio dedica a la descripción de Europa, Hernández reflexiona sobre los cambios que los nombres de los lugares han sufrido a lo largo del tiempo. Alude a Ptolomeo, quien describiera en su Geografía los lugares  y ciudades principales y reconoce la falla del mundo moderno al no saber o no querer atender una adecuada actualización de los nombres heredados. Mucha de esa anomalía, apunta Hernández, se debe a los tipógrafos, quienes tienen la “mayor culpa” aunque “no están los autores del todo libres della, pues es cierto no haver dado alguno hasta hoy perfección a esta cosa ni aun casi se puede esperar que la den los que nos sucederán”. Y, lamentándose, ejemplifica que los ríos, han “torcido sus revueltas” o se han “allanado otras asperezas que serían antes inaccesibles”; así como diversas “inscripciones y otras memorias gra­vadas en mármoles o monedas desenterradas, o se han gastado con el tiempo y orín, llevado a otras partes, tornándose a enterrar, u ocultándose en otros moder­nos edificios, con grande perjuicio nuestro y de la antigüedad”. Los autores modernos que no atienden el problema debieran ser reprendidos pero no puede hacerlo al pretender “brevedad y tractar de cosas que sean más para aprovechamiento y doctrina de la posteridad, que no para infamia de los autores o ambición nuestra”. En lo que toca a España, esos errores se atendieron por orden real y refiere que

aunque los errores de Ptolomeo en lo antiguo no dieran lugar a que cotejándolo con lo moderno se averiguara cosa, pero fuera ayuda no pequeña para que más nos allegáramos a la verdad y a donde ninguno hasta nosotros huviera allegado. Mas espero que entre otros beneficios recebidos de la mano de Dios, Nuestro Señor, por la de nuestro Invictísimo Monarca, se recebirá y conseguirá también éste, dándose perfec­ción a lo moderno de Hespaña y de todos los demás de sus reinos, lo cual, si el resto de los príncipes hiziese en los suyos, gozaría nuestra edad de lo que no gozaron los que nos precedieron. 39

Más adelante en estas anotaciones, después de realizar un pormenorizado conteo de las diversas partes que integran Europa, señala que no se detendrá por “huir prolixidad”, más indica que sus anotaciones no son temerarias, más bien las considera y examina “primero con los autores e información de los que están avisados del continuo caminar y experiencia de los viajes, haciendo de él acta e inclinación al que entre ellos, me pareciere allegarse más a la verdad en negocio, como he dicho de tanta dificultad y dubda, tomando yo a mis solas el trabajo y enfado que había de dar siendo prolixo, a trueco de los que se dignaren de ver estas vigilias den algún crédito a mis palabras teniéndose alguna confianza de su autor.”

Es impresionante, vale la pena el adjetivo, el conocimiento de Hernández sobre la materia geográfica. Lo mismo agrega anotaciones sobre las diversas regiones de los países que describe que nombres de las ciudades, ríos etc., y lo hace sin olvidar desde luego la descomposición etimológica de la toponimia. Así, de Guadiana40 dice que es “palabra compuesta de Guad, que significa en arábigo río y, Ana, que era su propio nombre acerca, de los latinos, de manera que quiere decir como río Ana”. Al decir sobre el Laminitano que “ansí se ha de leer y no Aminitano, según algunos códices depravados tenían, por razón de la ciudad de Laminio”. Esta ciudad es hoy, dice Hernández en sus anotaciones, Lagos y es parte del “campo que hoy llaman de Montiel, de quien tomó el nombre el obispado Laminitano”.

Al momento de que toca el tema del nacimiento del río de este último nombre, aprovecha para aclarar el punto sobre el correcto vocablo que debe emplearse al señalar los orígenes no sólo de este caudal sino en general de todos. Alude a Plinio sobre esas “ocultaciones y nacimientos… y con él otros modernos”. Señala que en el campo de Montiel se les llama “ojos” a las fuentes, “lo cual es error porque los ojos que llaman de Guadiana son donde sale la última vez”, pero los españoles dicen fuentes al “nacimiento de los ríos y bocas por las que se derraman en el mar, lo cual también hazen los latinos y griegos aunque sé que los hebreos y árabes, no teniendo vocablo proprio para significar la fuente, la llaman laila antalma, que quiere decir ojo de agua, a diferencia del de la cara, que ellos nombran laina antalraz”.

Se detiene nuevamente sobre este río que seguramente significaba para él un problema, llamémosle así, geográfico. Después de presentar longitudes del cauce de esta corriente, sus fuentes y sus bocas, sus orígenes y su correcto vocablo, señala que “heme entendido más de lo que me dé licencia mi presupuesto y la profesión que hago de brevedad por ser este negocio mal entendido de geógrafos y ansí escribirse, debuxarse en los mapas muchas cosas tocante a este río, muy de otra manera que en la verdad pasan”.

Llega el momento, cuando describe pormenorizadamente la geografía española, que la tarea resultaría por demás “enfadosa… y no todas veces tan averiguada y cierta como fuera menester”, y por lo mismo se contentará “haviendose hecho en los más principales, con dar alguna noticia de las demás, refiriendo pueblos principales dellas, para que se tenga cualquier conocimiento de su asiento”.

La obra de Plinio como marco de referencia y el conocimiento generado a lo largo del tiempo, vertido en sobria prosa, al tiempo que Hernández la alimenta por medio de  comentarios y anotaciones, le otorga el paso para su enterramiento. Esa es la paradoja; no cabe duda. Plinio está superado: los datos que se han reunido a través de los siglos sobre las diferentes disciplinas se suman por millares. El cúmulo de información que se ha generado a través del tiempo provoca la necesidad de actualizar al mundo que se transforma por medio de ese conocimiento de antiguo a moderno.

Hernández cita a las principales autoridades del conocimiento, Pomponio Mela, Ptolomeo, Estrabon, entre otros, a todos ha leído, pero al ser otras las circunstancias los corrige o a sus sentencias les agrega la información que ya tiene a la mano. Al reflexionar sobre las anotaciones que hace a la obra de Plinio, lo que realmente logra es un aumento y una corrección de lo dicho por el Latin-- tal es su erudición, tal su conocimiento sobre los diversos aspectos que trata a lo largo de la obra. A cada nombre de poblado le dedica al menos una frase que pone de manifiesto precisamente esa erudición. Los ejemplos abundan y cualquiera que se escriba denotará su profundo conocimiento sobre el tema: de Lucento, dice que "hoy se llama Almazarrón no lejos de Carthagena, en los alumbres; de Dianio, llámanla hoy Denia y es cabeza de marquesado, hay letras por do se entioende haver tomado su nombre de la diosa que la gentilidad llamava Diana”. De la región que Plinio llama Edetania, dice Hernández que "se llama así de Edeta, que primero se dijo Lyria y hoy se dice Leria, cuatro leguas de Valencia, donde se ven grandes antigüedades”.

Es común que sólo mencione a esas autoridades antiguas, pero también menciona a los modernos, sin especificar nunca quiénes son ellos, o cuáles son esas fuentes en las que se basa para realizar la densa crítica al conocimiento geográfico. Es indudable que tuvo Hernandez una gama de información y conocimiento histórico geográfico diverso y profundo, no sólo de la península, sino del mundo en general.

Ya por último, al escribir sobre África41 menciona que fue “insigne en tiempo del imperio de los egipcios y cartagineses y, descaeciendo después, tornó a florecer al tiempo que Mahoma divulgó su disparate y maldita secta, hasta el imperio de los turcos, que tornó a ser abatida totalmente su grandeza”. Refiere que la mayor parte del continente “no se habita” por ser “muy estéril y llena de fieras y venenosos animales y, por la habitada, tan fértil y amena que dio ocasión a algunos de fingir fábulas extrañas”, aunque  sacó a los latinos “de su paso ordinario y gravedad acostumbrada, haziéndoles referir ridiculosos cuentos y ficciones”. Desde luego que abundan las referencias pero no son comparables en cantidad y en calidad con las referidas a Europa. En sus anotaciones nunca alude a los viajes portugueses que, como se sabe, fueron numerosos.

Hernández revela la aparición de un nuevo espíritu científico en el siglo XVI basado en un sólido conocimiento que le permitió explorar las diversas facetas del mismo, y es indudable que fue producto de esa educación humanista. Historiar la naturaleza le significó realizar la traducción que hace a la obra de Plinio revelando ese intelecto rígido, crítico y bien dotado de erudición al que son familiares los clásicos sin serle ajenas las adquisiciones de la nueva ciencia europea, a la que también le antepone ese mismo espíritu. Su concepción de la historia natural fue más allá del nada simple trabajo de campo que le permitiera cuantificar y cualificar los minerales, vegetales o animales de su época. Comprendió que historiar la naturaleza significaba traducir la principal obra del tema, la escrita por Plinio, tarea que sumaba actualizarla y, con ello, modernizar el mundo conocido.


NOTAS


1  LINDBERG, David C. (2002). Los inicios de la ciencia occidental. La tradición científica europea en el contexto filosófico, religioso e institucional (desde el 600 a. C. hasta 1450) Barcelona, Paidos, pp. 456 y 461.

2 BOWLER, Peter J. (1998) Historia fontana de las ciencias ambientales. México, FCE, pp. 48.

3 BOWLER, (1988), p. 53

4 PESET, José L. (2003) La revolución Hipocrática de Philippe Pinel” Asclepio, Vol. LV-1. P. 263-280.             

5 PESET, José L. (2008) El renacer del hipocratismo en la cultura médica moderna. En Res publica Litteratum suplementomonográfico “Tradición Clásica y Universidad” 2008-04, pp.  3-17. Versión electrónica

6 PESET, (2008) p. 10.

7 HERNÁNDEZ, Francisco, Las Antigüedades de la Nueva España. Dastin, Madrid, smd. Estudio introductorio de Ascensión Hernández de León Portilla.  cap. XXIII.

8 LINDBERG (2002), p. 458

9FROST, Elsa Cecilia (1984), “Los intereses filosóficos de Francisco Hernández”. En: Obras completas de Francisco Hernández.  Tomo VI, escritos varios, UNAM, p. 202.

10 PARDO TOMÁS,  José (2002), p. 154.

11 PESET, (2003).  P. 264.

12ÁLVAREZ PELÁEZ, Raquel (1993) La Conquista de la naturaleza. Madrid, CSIC, 1993, p.111.

13 RADL, E. M. (1988,) Historia de las teorías biológicas hasta el siglo XIX. Madrid, Alianza Universidad, p. 16

14 TRABULSE, Elías (1983), Historia de la ciencia en México. Estudios y textos siglo XVI. México, CONACYT/FCE, p. 27.

15 BOWLER, (1988), p. 55; PARDO TOMAS (2002)

16 ÁLVAREZ PELÁEZ (1993), pp. 147-148. PARDO TOMAS, José (2002), p. 61-62. PARDO TOMAS, José (2002), p. 61-62

17 PARDO TOMAS, José (2002), p. 61-62.

18 Relaciones Geográficas del siglo XVI,Edición de René Acuña, México, UNAM, 1986.

19 GRUZINSKI, Serge (1991) La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII. México, F.C.E. p. 77.

20 DELGADO LÓPEZ, Enrique. José de Acosta y la filosofía sobre la naturaleza americana, en DELGADO LÓPEZ, Enrique (2008) Cultura y naturaleza: textos novohispanos como fuentes para el estudio de historia ambiental, siglos XVI-XVIII. CIGA_UNAM-CCSyH, UASLP.

21NIETO ORLANTE, Mauricio (2006), Remedios para el imperio. Historia Natural y la apropiación del nuevo mundo. Uniandes- Ceso. Colombia. pp. 48-49.

22 ACOSTA, JOSÉ DE. Historia natural y moral de las Indias en que se tratan las cosas notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales de ellas y los ritos y ceremonias, leyes y gobierno de los indios. Edición preparada por Edmundo O´Gorman. Fondo de Cultura Económica. 2a. Edición. México, 1985. (Biblioteca americana, 38. Serie cronistas de Indias).

23 PLINIO el Viejo (1993) Lapidario. Madrid, Alianza  editorial, S.A. Prefacio, traducción y notas de Avelino Domínguez García y e Hipólito Benjamín-Riesco  p. 11.

24 SERBAT, Guy (1995) Introducción. En Plinio Historia Natural. Ed. Gredos, Madrid, 1995, Biblioteca Clásica Gredos. no. 206. Introducción general Guy Serbat, traducción y notas de Antonio Fontán, Ana María Moure Casas y otros.  p. 162-163.

25 DOMÍNGUEZ GARCÍA Y BENJAMÍN-RIESCO (1993) p. 15-16.

26 SOMOLINOS D`ARDOIS,  Germán (1966). Plinio, España y la época de Hernández, en Obras Completas México, UNAM, T. IV p. X- XIII

27NOGUÉS, Ma. Del Carmen (1966) Introducción. La versión de Francisco Hernández. En Obras completas México, UNAM, T. IV, p. XIV.

28 SOMOLINOS D´ARDOIS, (1966). p. XIV

29 ACOSTA, 1985. Título al capítulo 3 del libro segundo p. 67.

30 ÁLVAREZ LÓPEZ, Enrique, (1942). El doctor Francisco Hernández y sus comentarios a Plinio, en Revista de Indias, CSIC, abril-junio, año III, núm. 8. pp. 251-290.

31 LÓPEZ RECÉNDEZ, Rubén. (1984)  Francisco Hernández en la geografía. En Obras completas. T. VII, México, UNAM, pp. 297-306.

32 HERNÁNDEZ, Francisco (1966) Historia Natural de Cayo Plinio Segundo. En Obras completas, T. IV, Vol. I, México, UNAM, pp. 5-7.

33 HERNÁNDEZ, Francisco (1966), pp. 8-9.

34 HERNÁNDEZ, Francisco (1966), pp. 137-139

35 HERNÁNDEZ (1966), p. 139.

36 HERNÁNDEZ (1966), p. 140.

37 HERNÁNDEZ (1966), p. 142.

38 HERNÁNDEZ (1966), p. 142-143.

39 HERNÁNDEZ (1966), p. 143.

40 HERNÁNDEZ (1966), p. 144.

41HERNÁNDEZ (1966), p. 230.


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Last updated June 30, 2010