El País Digital
Domingo
5 octubre
1997 - Nº 520

La pelota, la rosa y Barça, Barça, Barça

M. VÁZQUEZ MONTALBÁN



Los Reyes y el príncipe, durante la ceremonia,
con los novios en primer plano (El País).
En El banquete, Platón sostiene que el ser humano original, antes de padecer la división de los sexos, era esférico y autosuficiente, de ahí que la esfera en todas las culturas arcaicas haya simbolizado la perfección, la totalidad. Desde el punto de vista de la simbología, la rosa es la flor más utilizada en Occidente y representa sobre todo la regeneración y el amor puro, por eso Beatriz, en La divina comedia, le entrega una rosa amarilla a su amante en el último círculo del Paraíso.

Acertaba, pues, plenamente Enric Satué cuando, meses atrás, plasmaba el enlace entre Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín como el encuentro de la rosa y la esfera, en este caso la pelota y, para concretar más, la pelota del reglamento vigente en el balonmano. Una misteriosa conjura que ni siquiera llegó a palaciega arruinó la sutileza simbólica del diseñador, pero hay que retomarla para entender cabalmente el secreto lenguaje de esta boda atípica, en la que por primera vez en la historia un miembro de la Casa Real se une por la Iglesia a un jugador de balonmano que además es del Barça.

Sin saber cómo, la infanta Cristina se presentó un día en Barcelona y se puso a trabajar en La Caixa, es decir, actuaba como una inmigrante de clase media bien orientada, porque La Caixa es de lo más sólido que hay en tierras de Cataluña. Lo que podía haber sido interpretado como una operación de expansión monárquica no pasó de suspicacia, porque la muchacha hizo su vida, a su aire dentro de lo que cabe, y se dejaba fotografiar con cara de sueño cuando llegaba al trabajo o departía reservada y tímidamente con toda clase de ciudadanos.

De vez en cuando volvía a Madrid para salir en alguna foto de familia, pero pronto regresaba a Barcelona, donde tenía su vida, algo muy difícil de tener. Así como los amores de su hermano Felipe han tenido a veces acentos de enigma de Mayerling y el noviazgo decisivo, final, de su hermana Elena parecía relacionado con el Concordato con la Santa Sede o con el Concilio de Trento -es una metáfora-, el encuentro de la Infanta con el jugador del Barça forma parte de la lógica de la vida cotidiana, está hecho a la medida del Palau Blaugrana, sin otra liturgia que la de las modernas religiones deportivas, Barça, Barça, Barça en vez de Sanctus, Sanctus, Sanctus.

Sin duda Ignacio le gustó a la Infanta porque era rubio como su padre, pero más alto, y además jugaba mejor a balonmano. Luego llegó el protocolo y convirtió un enlace de Caixa y Barça en un acontecimiento de Gold Gohta retransmitido bajo la mirada vigilante de una socialista de primera hora, pero la liturgia sobrepasaba la identidad civil de la pareja, que ya ha manifestado su deseo de vivir su vida en Barcelona, a la espera de que algún día Àngel Colom y Pilar Rahola les inviten a una butifarrada de las que montan.

Mientras Lady Di, convertida en fúnebre Dama del Lago, concentró las lágrimas de una humanidad desahuciada por el materialismo histórico, Cristina e Iñaki o Iñaki y Cristina, rosa y esfera, esfera y rosa, aparecen ante la aldea global como príncipes vitales y periféricos que ni pintados en esta irreversible Europa de las regiones, primer paso para un nuevo orden internacional.

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