El País Digital
Jueves
12 marzo
1998 - Nº 678

Los argumentos del general

El Ejército, numerosos empresarios y ciudadanos beneficiados por la bonanza económica, entre sus más firmes apoyos

F. R. , Valparaíso

La policía chilena monta guardia ante las puertas
del Parlamento frente a una manifestación contra
Pinochet (EPA).
El general Rafael Villarroel, último vicecomandante en jefe del Ejército con Pinochet, está convencido de que el ex dictador «va a demostrar lo que hay que hacer para ser senador. Les va a dar una clase magistral a todos». Quien así habla es un buen ejemplo de los más fervientes partidarios de Pinochet, a los que cuesta creer que el jefe ya no tiene las riendas del país. Villarroel, que ayer estaba en la tribuna de invitados del Senado, tiene que corregirse a sí mismo cuando pronuncia la palabra general, «quiero decir, senador». Falta de costumbre.

El nuevo senador contará en su nueva etapa con el inquebrantable apoyo del estamento militar y de la derecha representada por los partidos Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN), que defiende el paso del general del cuartel al Parlamento como una legitimación democrática que no tuvo jamás como jefe del Estado.«Es un general victorioso», repetía ayer a quien quisiera escucharlo el diputado de la UDI Iván Moreira.

Los defensores de Pinochet se aferran como un clavo ardiendo a la Constitución de 1980 para defender la figura de los senadores designados y vitalicios, que acaba de estrenar el ex comandante en jefe del Ejército. La Carta Magna chilena, redactada en pleno régimen militar a beneficio del dictador, legitima al senador Pinochet, insisten sus partidarios.

Orden, crecimiento económico y plenas garantías para los inversores extranjeros son la clave del éxito del modelo neoliberal en vigor desde el establecimiento de la dictadura. La chilena es hoy una de las economías más libres de América Latina -según el Banco Mundial, es uno de los países con un nivel de ingresos más alto-. Pero no es menos cierto, que en términos de distribución de dicha riqueza, Chile ocupa un lugar entre los colistas.

La figura más controvertida de la historia reciente de Chile tiene detrás a más empresarios que intelectuales. Nunca la cultura fue una de sus grandes preocupaciones. Muchos ciudadanos dicen estar cansados de que Pinochet sea el eterno centro de atención. Los 3,5 millones de jóvenes, que apenas habían nacido cuando el golpe de 1973, representan mejor que nadie el «cansancio» que produce la figura del anciano ex dictador. En las clases todavía hoy no se explica lo que ocurrió durante el Gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende y pocas menciones se hacen al golpe. Se considera una cuestión todavía conflictiva por el Gobierno de la Concertación (de centro-izquierda).

La paradoja del Chile actual es que el antipinochetismo es más bien subterráneo, como lo ha puesto de relieve la baja participación en las protestas de estos días. «El mundo es más antipinochetista que nosotros. La CNN, los diarios extranjeros le han dado mucho más duro que nuestra televisión nacional», dice el cineasta Marcos Enríquez, hijo de Miguel Enríquez, líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), muerto en un enfrentamiento en 1974. Marcos no había nacido cuando se produjo el golpe y confiesa su impotencia ante «la división de mi país» y al comprobar que «nosotros somos menos, como se ve aquí en el Senado. Es una derrota política, ética y estética».

Aunque el mundo comprueba hoy cómo se ha repudiado a Pinochet en las calles de Valparaíso y de Santiago, el general ha conseguido lo que pretendía: llegar al Parlamento, en el que nunca creyó. Sus adversarios trataron de hacerle una vida difícil en el Senado, pero la opinión pública chilena no parece muy dispuesta a secundar grandes campañas contra el dictador reconvertido. Son muchos los que le niegan el derecho a seguir siendo el chileno más conocido fuera de sus fronteras.

Aunque todos los partidos, del Gobierno y la oposición, se esfuerzan por hacer creer que Pinochet «es uno más» en el Senado, cuesta creer que el general sin uniforme se comporte como tal. El nuevo senador tendrá su oficina en la novena planta y ocupará el despacho del hasta ayer senador designado Santiago Sinclair.

Pinochet tendrá escolta militar, tal y como lo establece un último decreto firmado por el anterior ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma, y no parece que, a juzgar por la actitud exhibida en su debú, que tenga la intención de relacionarse con senadores rivales.

Es difícil imaginar a los senadores Pinochet y Lavandero, por ejemplo, subiendo juntos en el mismo ascensor. ¿Por qué decidió acudir al Senado en lugar de retirarse definitivamente de la vida pública y vivir sus últimos días como lo que es, un militar retirado? María Eugenia Oyarzún, ex embajadora de Chile ante la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1976 y la periodista que mejor conoce a Pinochet -le ha entrevistado en numerosas ocasiones y prepara una biografía- asegura que el verdadero deseo del nuevo senador «es ser el primus inter pares, quiere seguir controlando de alguna manera la situación. No quiere terminar como un abuelo». Las causas pendientes preocupan relativamente al ex general. Sólo una le provoca especial malestar, según sus allegados, la que se lleva a cabo en España y que instruye el juez Manuel García-Castellón.

El modelo chileno

MANUEL DÉLANO , Santiago
Aunque técnicamente Chile vivió ayer su primer día de democracia plena, sin que rijan las normas transitorias de la Constitución, la incorporación del general Augusto Pinochet al Senado, la persistencia de los mecanismos que arropan a la derecha y a los militares, y los casos no resueltos de violaciones de los derechos humanos cometidos en la dictadura, hacen perpetuarse la transición.

La última norma transitoria de la Constitución de 1980, promulgada por la dictadura después de un plebiscito que la oposición consideró fraudulento, era precisamente la que le permitió a Pinochet seguir como comandante en jefe del Ejército hasta ocho años después.

El general no sólo busca permanecer en el primer plano al incorporarse a la Cámara alta, sino que ha conquistado para sí de por vida el fuero del parlamentario . Como senador, Pinochet sólo puede ser procesado si previamente se le retira la inmunidad por un tribunal de apelaciones.

Cuando el 57% de los chilenos dijo no en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 al intento de Pinochet de mantenerse en la presidencia, la oposición negoció con el régimen militar un paquete de reformas a la Constitución, que al año siguiente fue aprobado de forma abrumadora en otro referéndum. Derrotado en las urnas, pero no derrocado, y con el respaldo de su institución, el general terminó en esos días de construir la compleja trama legal que le ha permitido conservar una cuota importante del poder.

Los reiterados intentos de los sectores democráticos de realizar reformas profundas en la Constitución se han estrellado con el rechazo del Senado o murieron en negociaciones con el sector reformista de la derecha.

El general se aseguró también de que el Ejército pudiera conservar su presupuesto y gastos reservados y la prerrogativa que impide al presidente cambiar a un jefe militar sin previo acuerdo del Consejo de Seguridad Nacional.

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