El País Digital
Lunes
26 enero
1998 - Nº 633

«Un Estado moderno no puede ser ateo», dice el Papa ante Castro en la plaza de la Revolución

Más de 200.000 personas asisten a la misa oficiada en el lugar más simbólico del castrismo

LOLA GALÁN ENVIADA ESPECIAL, La Habana
En la plaza de la Revolución de La Habana, símbolo del castrismo y ante una entusiasta muchedumbre, el Papa denunció ayer a los sistemas políticos que excluyen a la religión de la vida pública o la manipulan con fines políticos. «Un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos», dijo en el último acto popular del Pontífice en Cuba. Palabras que arrancaron fuertes aplausos. En primera fila, el presidente Fidel Castro, acompañado del escritor Gabriel García Márquez, escuchó atentamente el discurso.


Asistentes a la misa papal de ayer, con
una imagen de la Virgen (Reuters).
Juan Pablo II moderó la dureza de pasadas intervenciones al definir a la Iglesia católica como una institución crítica tanto del comunismo -al que no nombró explícitamente- como del «neoliberalismo capitalista». Fue una ceremonia bella y a ratos emocionante la que presenciaron y escucharon en directo -la música era admirable- centenares de miles de cubanos que llenaban la destartalada plaza habanera a la que el Papa aludió como «plaza de José Martí». Diversas fuentes hablan de entre 200.000 y 300.000 asistentes a la ceremonia. Varios millones más pudieron seguirla por televisión y oír a Juan Pablo II pedir de nuevo que acabe el aislamiento de Cuba y ofrecer el «mensaje de amor y solidaridad» del cristianismo como la única alternativa a un mundo en el que se han ido sucediendo sistemas ideológicos y económicos, «que han potenciado el enfrentamiento como método». Lo que la Iglesia propone, dijo Karol Wojtyla, «no es una ideología ni un sistema económico o político nuevo, sino un camino de paz, justicia y libertad verdadera».

Liberación verdadera

Desde esta perspectiva, el Papa condenó la «libertad que no se funda en la verdad» y señaló para todos los cubanos, especialmente los cristianos, la meta de la liberación verdadera. «Esta liberación», dijo, «no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos». Hasta las palabras más trilladas de la Biblia -«la verdad os hará libres»- pronunciadas ayer por el obispo de Roma en el enorme auditorio de la plaza de la Revolución parecían tener una desconocida carga subversiva.

Juan Pablo II recibió una enorme ovación cuando se declaró solidario con todo «aquel que sufre la injusticia». El Pontífice se dirigió entonces directamente a los fieles: «El Papa no es contrario a los aplausos porque así puedo reposar un poco». Castro, vestido de civil, se rió con esas palabras al igual que Caridad Diego, responsable de Asuntos Religiosos del Partido Comunista de Cuba, quien acompañó junto al Nobel de Literatura García Márquez al comandante durante la misa. Veintiocho veces fue interrumpida la alocución papal con aplausos y consignas.

La última intervención improvisada del Pontífice fue al final de la misa, cuando se refirió al viento que soplaba ayer en La Habana y lo llamó «viento prometedor». Wojtyla recitó también unas palabras en latín para decir a continuación: «También Cuba está en la tradición latina, como América Latina».

Al término de la ceremonia, Fidel Castro se dirigió a la parte trasera del altar para saludar a Juan Pablo II, con quien estrechó la mano y departió brevemente. Luego el líder cubano estuvo saludando durante largo rato al público más cercano a una de las barreras, incluidas varias monjas -una le entregó una flor-, mientras sonaban los acordes del Aleluya del Mesías de Haendel.

Como en intervenciones anteriores, el Pontífice hizo hincapié ayer en el mensaje de reconciliación, «de diálogo», que trae la Iglesia, mensaje que está dispuesto a transmitir siempre que el Gobierno cubano le dé espacios de libertad, acceso a los medios de comunicación y autorización para fundar medios propios, y, por supuesto, acceso a la enseñanza.

Antes de abandonar la isla, el Pontífice se reunió en actos separados con representantes de otras confesiones religiosas, con los obispos cubanos y con religiosos. El futuro dirá cuál ha sido el verdadero impacto de esta visita histórica.

«La Iglesia de Cuba no está sola»

L. G., La Habana
«La Iglesia de Cuba no está sola», dijo Juan Pablo II en los primeros compases de su homilía de ayer. El Papa volvió a reclamar después el derecho «de cada confesión religiosa» a estar presente en la vida pública y el de cada individuo a elegir su religión. La petición arrancó aplausos de la gente que cantaba el lema «Cuba católica siempre fue».

Por una vez siquiera, la imagen del Che Guevara que preside la plaza de la Revolución, no fue el eje, sino un adorno marginal en toda la escenografía de una misa dedicada por Karol Wojtyla al «empeño laico», en la que entregó 20 Biblias a otros tantos feligreses y bendijo la primera piedra del futuro seminario de La Habana.

Bajo el cielo gris de La Habana, el Papa condenó los intentos de algunos sistemas políticos -la alusión era clara- que han pretendido «reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social». Pero fue incluso más duro al criticar al «neoliberalismo capitalista», que «subordina a la persona y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado». Un sistema que impone a las naciones «programas económicos insostenibles», cuya consecuencia es «el enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos». Palabras que arrancaron otra salva de aplausos y que debieron sonar a cántico celestial a Fidel Castro, muy satisfecho, al parecer, con la marcha del viaje del Papa, una vez superado el primer desencuentro provocado por las durísimas declaraciones de Karol Wojtyla en el avión que le traía a la isla.

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