MABEL GALAZ,
Barcelona
![]() de Pedralbes (Reuter). |
Fue una boda sobria, acorde con la personalidad de Barcelona, pero a la vez elegante y muy europea. Una boda real en la que los sentimientos siempre estuvieron presentes. La ceremonia reflejó la personalidad de los novios, una pareja que hizo prevalecer por encima de todo su amor, aunque su enlace llegara a 1.500 millones de personas a través de la señal de televisión.
A las seis de la mañana la plaza de la catedral ya estaba llena. Fue una noche muy larga que dio paso a un día con un sol espléndido. La luz encendió las calles para el cortejo nupcial. La novia salió del palacete Albéniz en un Rolls negro cubierto, acompañada por su padre, el Rey. A través de los cristales del automóvil, Cristina saludaba emocionada a la gente que la esperaba. A esa hora, en el templo habían comenzado los preámbulos de la ceremonia.
A las nueve, las puertas de la catedral se habían abierto para que los invitados fueran ocupando sus lugares en los bancos. Reyes, príncipes, políticos y miembros de la sociedad civil contemplaban sorprendidos la grandiosidad del templo, que lucía para la ceremonia una perfecta iluminación, una decoración en tonos rosa y blanco, y una selecta música elegida por la novia con la ayuda de su madre, la Reina.
Faltaba media hora cuando, como manda la tradición, Iñaki Urdangarín llegó a la plaza de la catedral. Llevaba un chaqué negro con chaleco y corbata grises. Daba el brazo a su madre y madrina, Claire Liebaert, vestida con un traje de dos piezas en tonos beis y marrones que se complementaba con plumas de marabú en los puños.
El novio sonreía para corresponder a los saludos de la gente. Su madre, algo más nerviosa, apretaba su mano en el brazo de su hijo en busca de refugio. Tras recorrer una alfombra roja de 200 metros, el novio llegó al pasillo central del templo.
En esos momentos los representantes de 40 casas reales de todo el mundo aguardaban el inicio de la ceremonia. En un lugar destacado, a la izquierda del altar mayor, los reyes de Noruega, los de Suecia, la reina Noor de Jordania, el príncipe Eduardo de Inglaterra, los herederos al trono de Dinamarca y Suecia, el príncipe Raniero de Mónaco, los grandes duques de Luxemburgo, Farah Diba y su hijo Reza, y el Agá Jan. Era la primera cita después de la muerte de Diana. Cerca de ellos, doña María de las Mercedes, la abuela de la novia.
A la derecha del pasillo central, el Gobierno en pleno, a excepción de la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, que, por la reciente muerte de su padre, se excusó; los ex presidentes Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González; los presidentes de la comunidades autónomas, y los representantes del cuerpo diplomático acreditado en España. En otra zona próxima se sentaban algunos representantes de la sociedad catalana, entre ellos la soprano Monserrat Caballé, Juan Antonio Samaranch y Josep Lluís Núñez.
A la derecha del altar central, en dos filas, se situaba la numerosa familia Urdangarín; a la izquierda, la familia real, y en dos zonas bajo la escalinatas, los testigos.
Iñaki llegó al final de la alfombra roja, besó a su madre y saludó a su padre y a sus hermanos; luego, observó el magnífico aspecto del templo y vio a doña María de las Mercedes. Entonces volvió a bajar la escaleras del altar central y se acercó para besarla también. Los 15 minutos de espera que le aguardaban se le hicieron interminables. Miraba el reloj y hablaba con su familia para calmar los nervios. Los invitados, mientras, disfrutaban de la música y miraban de reojo los monitores instalados en el templo, donde podía verse el paso del Rolls que, tras recoger a la novia y al Rey en el palacete Albéniz, los conducía por las calles de Barcelona.
Faltaban 15 minutos para las 11.00 cuando el coche llegó ante la catedral. Se abrieron las puertas y apareció el Rey. A continuación descendió la novia y la multitud se quedó sin aliento por un instante. Cristina estaba radiante. El sol acentuaba el blanco de su traje y su rostro aparecía sereno y emocionado. El vestido, sencillo en apariencia, estaba cuidado hasta el último detalle y, lo más importante, la favorecía mucho.
El Rey era ayer un padre orgulloso que llevaba al altar a su hija y mostró su cariño sin rubor. Le brindó su brazo, la cogió de la mano en varias ocasiones e incluso le colocó el velo para que estuviera más hermosa. Doña Sofía contemplaba feliz la escena. Aunque el protocolo indicaba que la Reina debía preceder a la novia y a su padrino, ella, del brazo de su hijo, se paraba a veces para contemplar a su hija. A veces, el Príncipe tiraba suavemente de su brazo.
La Marcha real inundó la catedral cuando la novia entró. Saludó con la cabeza a sus invitados y tuvo guiños cómplices para sus amigas sentadas en las filas de los testigos: Cristina de Borbón Dos Sicilias, Vicky Fumadó y su prima Alexia de Grecia.
En el altar, Iñaki aguardaba a la novia. El Rey cedió el brazo de la Infanta a su prometido, pero antes le dio un beso a su hija. Cristina entonces se volvió radiante hacia Iñaki y también se besaron.
La ceremonia comenzó a las 11.00 horas. El protocolo había funcionado a la perfección. El rito fue sencillo y la música tuvo un papel muy importante. Monseñor Carles ofició en castellano, con algunas frases en catalán. La homilía, dirigida a los novios, fue emotiva y llena de reconocimiento para la Corona. Y a la vez, con mucho contenido social: habló de la pobreza ante algunos de los más ricos del mundo.
Dirigiéndose a Cristina, dijo: «La gente os quiere porque habéis heredado de vuestro padre la capacidad de sintonizar con el pueblo». Después hizo referencia a las palabras pronunciadas por la Infanta cuando recibió la medalla de oro que el concedió el Ayuntamiento de Barcelona días antes del enlace. «Entonces expresasteis que os sentíais ciudadana de Barcelona». Mirando al novio, siguió: «En Barcelona os estiman como persona y como deportista destacado». Luego, monseñor Carles elogió que los novios asistiesen sin anunciarse al funeral que se celebró en la catedral semanas atrás en memoria de la madre Teresa de Calcuta. «Quisisteis pasar desapercibidos, pero no lo lograsteis. No olvidéis nunca la defensa de los pobres, como no lo ha hecho vuestro padre». Carles destacó del Rey haber sido «el garante de la democracia en momentos difíciles para el Estado». Y continuó: «No podemos permanecer ajenos a la pobreza, que es consecuencia de un injusto reparto de la riqueza. Aquí mismo, en nuestra diócesis de Barcelona, son demasiados los que viven en la pobreza». Y concluyó pidiéndoles que se sumen «a la construcción de una sociedad más justa y fraterna».
El Orfeó Català y la orquesta de Barcelona, con música de Haendel y Mozart, y el Aita Gurea interpretado por el Orfeón Donostiarra, que emocionó al novio, acompañaron la ceremonia hasta el rito del matrimonio. La tensión ambiental y el calor llegaron entonces a su cota más alta. Fernando Barbeito, amigo y testigo del novio, se desmayó y tuvo que dejar el templo durante algunos momentos. La esposa del ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo también se sintió indispuesta. Los 1.500 espectadores escucharon en pie los votos matrimoniales. Cristina prometió a Iñaki serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarle y respetarle todos los días de su vida. Iñaki le correspondió con la misma fórmula. Se intercambiaron los anillos, que se colocaron en la mano derecha -no en la izquierda como es costumbre en Cataluña-, e Iñaki le entregó las arras a Cristina, según la tradición. Pero antes de decir sí, la novia, con una reverencia, pidió permiso a su padre para aceptar. El Rey asintió. Y a don Juan Carlos, ayer un padre emocionado, se le humedecieron los ojos.
![]() el anillo a Iñaqui (Efe). |
No hubo beso. Los novios sólo se tomaron las manos, intercambiaron miradas cómplices y se susurraron algunas frases al oído. Sus dos familias les hicieron gestos de felicitación. El rostro de Cristina reflejaba una gran emoción. El de Iñaki, además, los nervios del momento. El nuevo matrimonio, desde ahora duques de Mallorca, salió a la calle a corresponder al cariño que Barcelona les brindó en su día más feliz.
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