J. MARTÍN / J. M. MARTÍ FONT,
Barcelona
![]() descapotable camino de Pedralbes (Efe). |
Cuando se acercaban los novios, pasado el mediodía, en la plaza caía un sol de justicia. La pareja procedía de la catedral, donde tiene capilla Santa Eulàlia, la antigua patrona de Barcelona. Iban a dejar el ramo a la Mercè, la nueva patrona de la ciudad. Y dice la leyenda que Santa Eulàlia se molestó con el cambio y que, desde entonces, el día de la Mercè llueve como llueve en Barcelona cuando llueve, a mares. Pero ayer hicieron las paces, y de qué manera. La plaza era un horno en el que un grupo de sardanistas bailaba La Santa Espina.
Cuando bajaron del Rolls, en el paseo de Colom sonaban profundas las sirenas de los buques anclados en el puerto. Tomaron la estrecha y oscura calle de Boltrés.
En la puerta del templo les esperaba el nuevo alcalde, Joan Clos, y en el interior, el arzobispo Carles. Clos estaba ufano por los novios y por la ciudad, que la víspera había regalado a Cristina e Iñaki un espectáculo piromusical en el que medio millón de almas encendieron bengalas de fiesta. Dentro de la basílica aguardaba un público variopinto. Se mezclaban plumas de marabú y abanicos de rebajas. Muchos abanicos. Feligreses de base, miembros de la Hermandad de la Mercè y la corporación municipal, sin Pilar Rahola. En el primer banco, tan digna como la que más, Eulàlia Vintró, concejal de IC, que se sometió al protocolo aunque su jefe, Rafael Ribó, se hubiera disculpado aduciendo que suele sentirse «agobiado por el boato». Vintró, con un sencillo vestido, interpretó que el boato depende de lo que cada cual se ponga encima.
La Coral Sant Jordi interpretó El cant del ocells y la Salve de Pau Casals. El arzobispo Carles recordó a la infanta Cristina que otra Infanta, Isabel, ya estuvo en el templo en octubre de 1888. A Iñaki no había que recordarle nada. La Mercè es casi como su casa. Año tras año, la visita para ofrecer a la patrona las ligas, las copas de España y las de Europa, todos los laureles que gana el Barcelona de balonmano.
Era un acto más íntimo, más modesto, entrañable y popular. Allí no había sedas ni apenas pamelas -salvo dos o tres-. Iñaki estuvo pendiente de su esposa y le ayudó a colocar el ramo sobre el reclinatorio, y mostraba una continua preocupación por que el velo le cubriera completamente los hombros. Sin embargo, el detalle más romántico lo protagonizó la Infanta. Cuando se disponía a descender del coche, del ramo que llevaba en su regazo arrancó una rosa y se la dio a Iñaki, quien se la guardó en el bolsillo interior del chaqué para guardarla como recuerdo. Mientras, fuera, ocuparon la plaza dos colles castelleres, la de Sants y la de Barcelona.
Dentro seguía la ceremonia. Tras la Salve , la pareja recibió la medalla de la Mercè y Cristina escribió en el libro de honor de la parroquia: «Como recuerdo muy especial y emocional a la visita a la Virgen de la Mercè, con motivo de nuestra boda, afectuosamente, Cristina, Infanta de España». A la derecha firmó su marido.
La salida fue el comienzo de la apoteosis popular. Los invitados a la basílica estallaron en aplausos, les gritaban «¡enhorabuena!» y ellos respondían con un «gracias». En el umbral del templo tuvieron que acceder a lo que les pedía el público. Y como les pedían que se besaran, se besaron. Desde el mar seguía llegando el sonido de las sirenas.
Las dos colles levantaron y descargaron un pilar de cinc, una construcción relativamente sencilla. Un niño de cada grupo se acercó entonces a la pareja, de la que recibieron sendos besos. La banda volvió a interpretar La Santa Espina .
Cristina e Iñaki no volvieron por el mismo sitio, desaparecieron por la puerta trasera del edificio de Capitanía General, pero no salieron por la puerta principal del paseo de Colom. Eran las 13.00. La pareja se estaba tomando un descanso, necesario y merecido, sin duda. Veinte minutos más tarde, el Rolls descapotable salía majestuoso por el portal castrense y enfilaba de nuevo el paseo en dirección a la Via Laietana.
El intermedio parecía haber frenado el entusiasmo popular. Pero fue sólo un instante: en cuanto llegaron a Correos, volvió el baño de multitudes.
El programa preveía que los recién casados recorrieran en coche descubierto una parte del trayecto que debía llevarles al palacio de Pedralbes, donde había de celebrarse el banquete. En el cruce el paseo de Gràcia con la Diagonal debían pasar a un vehículo cubierto y continuar a más velocidad. Pero en ese punto, cuando se detuvo la comitiva, los barceloneses se acercaron a los novios, que estaban parados en medio de la gran avenida. Parece que fue la Infanta quien, para no defraudar a los ciudadanos que los esperaban Diagonal arriba, decidió seguir seguir en coche descubierto hasta Pedralbes.
A esas alturas, probablemente, los responsables de la seguridad no debían temer ningún incidente. Desde primeras horas de la mañana, en el centro de control del Ayuntamiento de Barcelona una docena larga de responsables de seguridad controlaban cada rincón de la ciudad. Una gran pantalla reproducía las imágenes de las cámaras de vídeo que sirven para controlar el tráfico. «Un momento», dijo uno de los presentes, «enfoca aquel quiosco de la esquina». La imagen se agrandó y pudo verse a un grupo de jóvenes encima de un pequeño puesto de venta de helados. «Esto es peligroso», dijo la misma voz, «no va a aguantar el peso. Que los saquen de ahí». Y enseguida se vio en la misma pantalla cómo la policía obligaba a los jóvenes a abandonar su precaria atalaya. En el capítulo de incidentes, sólo hay que destacar que unas 60 personas fueron atendidas por desmayo o lipotimia y que se lanzaron huevos contra el balcón del PI, el partido de Àngel Colom, cuando difundieron por megafonía un discurso republicano de Francesc Macià. Una anécdota frente a las más de 200.000 personas se habían lanzado a la calle para seguir el cortejo.
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