KARMENTXU MARÍN,
Madrid
Hubo, no obstante, algunos intentos de conseguirlo; dos Ascott de pecado mortal, por así decirlo: el inenarrable sombrero vertical de tules y lazos rojo y azul de la infanta Pilar de Borbón -vestida también de rojo intenso - y el tocado piratón con frontispicio de abundantes flores y verde casi botella, como su propio nombre indica, de Ana, la esposa del presidente del Gobierno, embutida en traje de igual color, con medias blancas y basquiña dando vuelo a la cadera, modelo quizá explicable sólo por su, al parecer, confesión de que se lo ha hecho su costurera de Valladolid desde hace 18 años. Lluís Llongueras comentó sin desperdicio el look de Ana Botella en un programa televisivo posterior. La mirada de arriba abajo y por la espalda con que la obsequió al pasar una Isabel Tocino vestida de colores chocolate respalda la idea de que Botella podría tener días mejores. Abundancia también en la pamela-pantalla morada de la infanta Elena, muy favorecedora; le cubría media cara y tuvo algunos problemas con ella para entrar en el coche, que resolvió con maniobra certera su marido, Jaime de Marichalar. Las gamas de colores más vistas en la boda fueron los amarillos-dorados-beis-tierra y rosa-malva. En el primer grupo, la princesa Takamado de Japón, con un sombrero de color sol naciente de dejar sin palabras; la infanta Margarita; la ministra Esperanza Aguirre, con uno de sus inevitables lazos en el talle; Gemma Ruiz de Álvarez Cascos, muy aparente y elegante, y la ex miss Mérida señora de Barrero, presidente del Senado. Ni el celebrante, el cardenal Carles, ni su auxiliar supieron zafarse en sus paramentos de esta moda del amarillo y el rosa.
En el grupo rosa- malva, la Reina, muy elegante, y con una gargantilla que suscitaba alguna perplejidad; su hermana, Irene de Grecia; la infanta Elena, vestida con traje de chaqueta corto de Christian Lacroix, y Noor de Jordania, con traje pálido no muy favorecedor y velo entonado. En color fucsia de pedir guerra, la reina Silvia de Suecia.
En el capítulo de los grises y azules entrarían las UrdangarIn -todas estupendas, incluida su madre, tornasolada en beis-; Carmen Romero, con un traje gris brillante elegante y futurista, y un sombrero negro achisterado con velito, y una guapa Farah Diba vestida y tocada de azul marino, y -como siempre- hecha un pincel. Aunque el plantel masculino iba bastante uniformado -el chaqué no permite grandes fantasías-, cabe citar el aire algo cansino de Jaime de Marichalar y el toque casual del vicepresidente Rodrigo Rato, con la corbata a la rediez y los botones del chaleco sueltos.
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La catedral fue un bosque entre el negro de los chaqués -sólo el ministro Rajoy se lo puso claro- y los colores pastel o intensos de las señoras. Un bosque de pamelas genuflexas a la entrada de la novia del brazo del Rey. Un bosque sin mantillas y con las cabezas cubiertas, en la mayoría de los casos, discretamente. Se habló de un punto británico, pero Barcelona no fue Ascott en lo que a tocados se refiere.