PACO GÓMEZ NADAL
, Tegucigalpa
Autoridades y expertos saben las causas, pero no tienen medios para frenar el problema. El último estudio de la cooperación estadounidense, elaborado el pasado mes de julio, destaca como principal causa algunos patrones culturales, que se caracterizan «por la reafirmación de la masculinidad a través de múltiples parejas y por el concepto que tienen los hombres de la fidelidad, que es equivalente a la monogamia exclusiva de las mujeres hacia los hombres: ellos pueden ser fieles con varias mujeres al mismo tiempo». El estudio desvela que el 76% de los hombres encuestados mantienen varias relaciones sexuales simultáneamente.
Pero hay otras causas más coyunturales. La llegada de las bases del Ejército de Estados Unidos, la poderosa marina mercante hondureña, la gran actividad de Puerto Cortés (en la costa caribeña) y la proliferación de las maquilas (factorías textiles donde la proporción es de 12 mujeres jóvenes por cada hombre) parecen ser los detonantes de la pandemia, aunque no hay ningún estudio definitivo al respecto.
Honduras aporta el 55% en los casos de sida reportados en Centroamérica. Cada día mueren cuatro personas por culpa de la enfermedad y, si todo sigue así, «en tres años no estarán muriendo menos de 20 cada día», asegura el doctor Enoc Padilla, coordinador de Solidaridad y Vida, una de las organizaciones no gubernamentales más activas en Tegucigalpa.
El problema está extendido por todo el territorio, pero los departamentos del Norte ganan de largo. En ciudades como San Pedro de Sula (la segunda del país) se registran oficialmente 228 casos cada 100.000 habitantes. De hecho, fue en la ciudad norteña de El Progreso donde se detectó el primer caso documentado de la enfermedad en 1984. «La situación está adquiriendo características africanizadas; es posible que en algunos años haya comunidades de la costa caribeña que desaparezcan; sólo quedarán los niños que hayan nacido sin infección y algunos ancianos», predice Padilla.
«No tenemos instrumentos para luchar contra lo que está ocurriendo», explica el doctor César Núñez, director del programa de lucha contra el sida del Ministerio de Salud Pública, «por tanto, tratamos de evitar la propagación del virus, los nuevos casos».
Para ello, el Gobierno comenzó hace tres meses una agresiva campaña para fomentar el uso del preservativo. El lema: «Úsalo por amor propio, porque sidá». Anuncios en televisión, radio y prensa y distribución gratuita de condones en todos los centros de salud del país.
Todo marchaba con normalidad hasta que la iniciativa encontró un enemigo letal en la contracampaña televisiva de la Asociación Provida, relacionada con el Opus Dei. En ella se desaconseja el uso del preservativo basándose en supuestos estudios científicos que demostrarían que el látex deja pasar el virus. Las alternativas que da son dos: abstinencia y fidelidad.
Altos funcionarios del Gobierno hondureño han calificado de fanáticos religiosos a los responsables de esta contracampaña. La polémica ha llegado a tal extremo que el diario nacional Tiempo pedía en un editorial el pasado martes que se prohíba la campaña al ser «culpable de un delito de lesa humanidad» y posible responsable de miles de muertes.
No es el único conflicto al que se enfrenta el Gobierno. Recientemente, el Ministerio de Salud señaló como principal grupo de riesgo a la comunidad de indígenas garífonas, etnia negra establecida en Honduras desde hace 200 años. «Son promiscuos y se niegan a aceptar que tienen un problema con el sida», asegura el doctor Núñez. «Eso es discriminación y fruto de los estereotipos», responde Celeo Álvarez, presidente de la Coordinadora de Organizaciones Negras de Honduras.
Los garífonas argumentan que cuando una persona muere por sida en la ciudad, no se reporta. Sin embargo, a ellos no les queda otro remedio porque tienen que acudir a los centros de salud públicos.
Conflicto aparte, lo único en que coinciden autoridades y organismos no gubernamentales es en que el único parche al problema es la educación, «el cambio de patrones y comportamientos sexuales», dice Núñez. Sin embargo, Padilla cree que no se empezarán a ver resultados hasta dentro de unos diez años. Mientras, seguirán muriendo miles de hondureños por culpa del sida: casi nadie puede pagar los 10.000 lempiras (900 dólares) mensuales que cuesta la medicación. El Estado no puede subvencionarlo y la mayoría de enfermos pertenecen a los estratos más pobres del país.
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La alarma ha sonado. Honduras es una bomba de tiempo. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) está conquistando el país y sus estadísticas ya son comparables con las de Brasil (el país de Latinoamérica con mayor número de enfermos). Los datos oficiales registran casi 9.000 infectados en este momento pero, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el subregistro podría multiplicar la cifra por 50 llevándola hasta los 450.000 casos. En este momento mueren cuatro personas al día. Dentro de tres años podrían ser hasta 20 las víctimas mortales cada jornada.