El País Digital
Lunes
29 septiembre
1997 - Nº 514

Radiografía del etarra

El terrorista es preferentemente varón, guipuzcoano, muy joven y sin apellidos vascos


Terroristas de ETA en una conferencia de prensa.

El perfil sociológico de los jóvenes reclutados por ETA en los años setenta es muy distinto al de quienes han sido captados en los ochenta. Mucho más joven y urbano, inmigrante con mucha frecuencia, el etarra tipo de hoy se aproxima a los radicales europeos de su generación. Esta es la conclusión a la cuál ha llegado Fernando Reinares, titular de la cátedra Jean Monnet de Estudios Europeos en la UNED, Reserch Fellow de la OTAN y profesor en el Instituto Universitario Ortega y Gasset, tras estudiar los datos de unos 600 terroristas (casi uno de cada tres detenidos), en una investigación financiada por la Fundación Harry Frank Guggenheim, de Nueva York, y la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología.

FERNANDO REINARES
Un somero análisis de los datos correspondientes a algo más de 600 miembros de la banda armada ETA, extraídos de sumarios y procedimientos abreviados incoados en la Audiencia Nacional a lo largo de dos décadas, ofrece resultados bien ilustrativos. Se trata de una muestra sobradamente significativa en la que no se incluyen colaboradores. Equivale, de hecho, a entre la mitad y un tercio del total de activistas etarras habidos desde el final de los años sesenta, lo que permite sostener algunas generalizaciones respecto al conjunto de la militancia. ¿Quiénes son, pues, los terroristas? ¿Cuáles son sus rasgos demográficos básicos? ¿De qué ámbitos geográficos y entornos culturales proceden? ¿A qué se dedicaban cuando ingresaron en ETA? ¿Cómo han evolucionado su caracterización social a lo largo del tiempo?

En primer lugar, hablar de etarras es hacerlo de jóvenes varones y solteros. El hecho de que 9 de cada 10 militantes de ETA hayan sido y sean varones refleja, también en este ámbito del activismo político agresivo, la impronta de una subcultura dentro de la cual prevalecen valores y conductas marcadamente patriarcales. Es, incluso, habitual entre las mujeres que se convirtieron en miembros de la organización terrorista vasca el haberlo hecho a petición expresa de sus novios o, en menor medida, de familiares muy cercanos. Por otra parte, el estado civil típico de los etarras, la soltería, es indicativo de las obvias dificultades que entraña hacer compatible la arriesgada vida ilegal en clandestinidad y los compromisos adultos de carácter familiar.

Algunas notorias excepciones han existido, desde luego, como es el caso de un mili guipuzcoano que, antes de abandonar el terrorismo, fue capaz de compaginar su vida cotidiana de respetable agente comercial, casado y con hijos, con la militancia en un comando armado durante más de 15 años.

La inmensa mayoría de los etarras aceptaron ingresar en la organización terrorista, normalmente tras algunos años de inmersión en el entorno inmediato de los violentos, durante su juventud, cuando mayor es la disponibilidad en términos de tiempo y de responsabilidades personales. Algunos antropólogos han considerado que la voluntad de aterrorizar ha sido siempre un producto de la hybris juvenil, de la falta de medida a que es propensa la edad que sigue a la niñez.

Ahora bien, lo que llama singularmente la atención es el hecho de que los nuevos miembros de ETA sean, desde hace ya tiempo, cada vez menos en número, pero cada vez más jóvenes. Mientras que durante la primera mitad de los setenta, bajo el franquismo y primeros años de la transición democrática, sólo el 9% de los militantes que ingresaron en la organización terrorista tenía menos de 20 años, éstos constituyen desde hace más de una década casi el 60% de cuantos son reclutados. Pasaron ya aquellos tiempos en que los dirigentes etarras disponían de un amplio remanente de militancia y se mostraban remisos a incluir quinceañeros entre sus subordinados. Ahora aceptan lo poco que hay disponible, aunque por la psicología propia de su edad, propensa a la rebeldía y el aventurerismo, no sea otra cosa que carne adolescente de cañón, de la que otros se benefician en su pretensión de imponer por la fuerza, al conjunto de la ciudadanía vasca, determinados planteamientos minoritarios.

En otro orden de cosas, entre quienes se han incorporado a ETA a lo largo de su historia predominan los jóvenes de origen guipuzcoano que, procedentes del territorio vasco donde la implantación del nacionalismo es mayor, suponen prácticamente la mitad del total de etarras conocidos. Su principal comarca de extracción es la de Donostialdea y no el Gohierri, como suele aducirse con frecuencia, quizá porque los nacidos en dicha zona han tendido a estar sobrerrepresentados entre los dirigentes de la organización armada clandestina. Durante los años setenta, sin embargo, 7 de cada 10 terroristas procedían de localidades pequeñas y medianas, mientras que en la actualidad el 60% de ellos ha nacido en áreas urbanas y metropolitanas, donde menor es la vigencia de los atributos primordiales más íntimamente relacionados con la cultura vasca tradicional. De hecho, los miembros de ETA reclutados en los últimos 15 años provienen en su mayoría de un entorno lingüístico donde menos del 10% de la población se expresa correctamente en euskera. Por el contrario, el contingente más numeroso de quienes se convirtieron en militantes durante la década de los setenta, coincidiendo con la fase final de la dictadura y los albores de la transición, procedía de zonas en que la tasa de vascohablantes superaba al 60%. No en vano, si entonces eran 6 de cada 10 los etarras que disponían de ambos apellidos autóctonos, entre los captados desde la segunda mitad de los años ochenta se han invertido los datos, de manera que, aproximadamente, el 60% carece ahora de apellidos autóctonos o tiene solamente uno.

Algunos de estos etarras, hijos de inmigrantes pero residentes en zonas donde la implantación del nacionalismo vasco radical es intensa, se vieron acuciados durante su adolescencia por afirmar una fuerte identidad colectiva en la que reconocerse a sí mismos y ser reconocidos por los demás.

Radicalismo urbano

Por último, interesa observar que se han registrado cambios muy relevantes respecto a la ocupación ejercida por los terroristas en el momento de su captación, según distintos estadios temporales de la militancia. Lo cual puede ser relacionado tanto con transformaciones ocurridas en la estructura social vasca como, sobre todo, con alteraciones en el potencial de movilización etarra. Mientras que la mitad de quienes se incorporaron a la organización terrorista entre el inicio de los años setenta y el comienzo de la transición democrática eran obreros especializados de la industria y los servicios, éstos apenas constituyen un 16% de los militantes que han sido reclutados desde el inicio de los años ochenta. Los etarras extraídos de las clases trabajadoras han ido perdiendo peso en favor de quienes provienen de las nuevas clases medias. En cambio, si en aquel primer periodo el porcentaje de estudiantes constatables entre los terroristas recién incorporados era del 5%, el subgrupo correspondiente a dicha categoría constituye ahora el grueso de las captaciones registradas durante esta última fase, alcanzando el 33% del total. Son, sobre todo, estudiantes de enseñanzas no universitarias.

En definitiva, el perfil sociológico de quienes han ingresado en ETA a lo largo de la última década coincide, en gran medida, con la caracterización del radicalismo juvenil y urbano, sumido en una crisis normativa, actualmente observable en la mayor parte de los países europeos. Un radicalismo que, en nuestros días, suele manifestar el descontento a través de movimientos totalitarios de orientación neonazi, pero que en la tierra de los vascos canaliza su agresividad desbaratadora a través de la oferta articulada de violencia que proporciona ETA. A este segmento de activistas se añaden, en la actual composición interna de la muy mermada organización terrorista, otros dos especialmente significativos, en los que cabe ubicar a la mayor parte de los miembros, ya estén en prisión o fuera de ella. Por una parte, el de quienes se convirtieron en militantes durante los años de la transición democrática, cuando las expectativas políticas del nacionalismo vasco radical eran muy elevadas y hasta se consideraba verosímil que la insurgencia violenta culminara con éxito, debido a lo cual se encuentran desorientados, aunque todavía sumisos al férreo control de la organización. Por otra, el de los actuales dirigentes y otros terroristas notables, particularmente interesados en asegurar el mantenimiento y la viabilidad del grupo armado, pues de ello depende, en buena medida, no tanto el logro de determinados objetivos políticos como la satisfacción de sus propias ambiciones y necesidades personales.

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