El País Digital

Lunes
5 mayo
1997

Todo un mal carácter

JUAN JOSÉ MILLÁS

Perfil del Ejecutivo, que según el autor muestra un tono desabrido,
quizás debido a sus desavenencias conyugales con Jordi Pujol


(LOREDANO).
Hay personas que en lugar de ventilar los problemas con el cónyuge durante el desayuno, a pie de microondas, como debe ser, se los lleva a la oficina y le hace pagar por ellos al primero con el que se tropieza esa mañana en la máquina del café. Este Gobierno se casó con CiU creyendo que daba un braguetazo por el que valía la pena aguantar los rulos y la bata guateada de Pujol, pero ahora desvía sus broncas conyugales al contribuyente sospechoso e insumiso por el simple hecho de llevar una vida familiar feliz. Su concepción de España es la de un negociado desde cuya ventanilla se dispara a quemarropa contra todo el que no vaya forrado de pólizas o se niegue a recitar un sí, señor, en plan jaculatoria, antes de exponer su problema. De hecho, ya ha sustituido a tres mil altos cargos de la Administración que no doblaban el espinazo al paso de la jerarquía o que hacían gracias sobre los malos tratos que ésta recibía de su esposa. Y aseguran que no es más que el principio: la mera sospecha de desafección le inhabilita a uno a transitar por todas las zonas de la realidad donde el PP ha colocado la bota. Un lector de este periódico señalaba el otro día en una carta al director que llevar EL PAÍS debajo del brazo significa ahora lo que comprar Triunfo en otras épocas: devenir de súbito en alguien fusilable. Ha cambiado la tecnología de ejecutar, pero no el ansia de borrar del mapa al discrepante.

El primer rasgo de carácter, pues, que salta a la vista en este Gobierno, cuyo aniversario conmemoramos francamente sobrecogidos, es el rencor, que no sabemos de dónde le viene, aparte del malestar por un matrimonio humillante al que nadie le obligó y del que, personalmente al menos, obtiene pingües beneficios. Por lo demás, si nos fijamos en la nomenclatura de los miembros que componen su cuerpo místico, es fácil deducir que todos ellos tendrían que estar agradecidos, pues con el PP han regresado al poder político sujetos y sujetas cuya mera combinación onomástica resulta altamente tóxica para el entendimiento: ahí están, verbigracia, los Robles Fraga o los Fernández-Cuesta y Luca de Tena, por no citar a pesos pesados como Rafael Arias-Salgado, hijo del primer ministro de Información de Franco, o Margarita Mariscal de Gante, admiradora de Poyatos y sostén de Pascual Estevill, de la que se llegó a decir que pertenecía a una «prestigiosa familia de juristas»: en referencia, sin duda, al hecho de que su padre había pertenecido al Tribunal de Orden Público. Una composición cualitativa, en fin, llena de contraindicaciones y efectos laterales cuya mera lectura pone los cabellos de punta al usuario más templado.

Total, que los padres de estos señores y señoras nos fastidiaron la juventud y los hijos han decidido amargarnos la madurez. Todo ello, insistimos, por culpa de un rasgo de carácter, el rencor, que han incorporado sin ningún motivo a su personalidad. Detentaron durante 40 años unos privilegios de los que tuvieron que apearse por incompetentes, más que por demócratas, y ahora que se les ha devuelto el poder tras arreglarles el IPC, el INI, el NIF, el PIB, la OTAN, el divorcio, el aborto y el Quinto Centenario, todavía continúan cabreados como si la historia les debiera algo. No valoran que los mismos a quienes el papá de la actual ministra de Justicia metía en la cárcel les hayan resuelto la vida con estas reconversiones industriales para las que ellos estaban incapacitados, o unas reformas laborales tan salvajes que cualquier cosa que ahora firmen los sindicatos ha de parecer una conquista de los trabajadores. Quieren más, quieren que media España continúe siendo fusilable, y en ello están. Pero ¿qué les pasa, aparte de no ser felices en su unión de hecho o de contrahecho con Pujol, ni en sus escarceos sexuales con Arzalluz, ni siquiera en sus orgías con Anguita, entre cuyas sábanas han dado rienda suelta a sus apetitos de control informativo más desordenados? Lo quieren todo: las regalías características de un matrimonio sin amor y la aceptación unánime y exclamatoria de una gestión política realizada con la estrechez de miras con la que se lleva un negociado de Correos. Para el Gobierno del PP, el poder es la capacidad de hacer daño, y eso -¡manda huevos!-, a pesar de tener en sus filas a gentes tan piadosas como Trillo, Tocino o Loyola de Palacio, obligadas por confesión religiosa a amar al prójimo.

Pero sería injusto no mencionar que, fuera de este rasgo de carácter, posee también el cuerpo del PP una capacidad notable para desmitificar las cosas más solemnes. Recordemos, por ejemplo, a su cabeza más visible, Aznar, jugando sobre un tanque con una gorra militar, lo que para el Ejército es como si se hubiera puesto a hacer bromas con el solideo en una visita al Papa. A lo mejor, sus asesores han intentado explicárselo, pero es difícil que lo entienda, porque no hizo la mili, o quizá porque le puede su perfil iconoclasta: el mismo que le llevó a declarar hace algún tiempo, tras entrevistarse con Clinton diez minutos en una sala de paso del aeropuerto de Barajas, que durante ese tiempo habían dado un repaso a la situación mundial. Qué forma más brillante de desmitificar la situación mundial, la presidencia estadounidense y a sí mismo. Sin duda, es esta aparente falta de respeto hacia las instituciones más injustificadamente en cumbradas la que ha atraído hacia su partido el voto de algunos sectores marginales que carecían de un vehículo de expresión propia en el Parlamento.

Y aunque esa labor de integración es en sí misma encomiable, lo cierto es que se ha llevado a cabo practicando un sentido del humor, para qué nos vamos a engañar, un tanto cuartelero (nostalgia, quizá, de no haber servido a la patria). De ahí que no haya sido comprendido por los sectores de la población más respetuosos con las formas. De manera que quienes aplauden a este Gobierno por iconoclasta censuran, sin embargo, su unión interesada con Pujol, así como sus revolcones utilitarios con el resto del arco, mientras que quienes aprueban estas prácticas venéreas por considerarlas políticamente correctas no pueden soportar la soltura con la que trata las cosas más sagradas. Pensemos en la indignación de los obispos, pongamos por caso, frente a la unión civil de Cascos, realizada con publicidad y boato, que para la Iglesia constituye una forma continuada de adulterio. Es muy difícil dar satisfacción a las necesidades siempre complejas del cuerpo electoral con un cuerpo

místico tan imprevisible, más preocupado, por ejemplo, por la socialización del fútbol que por la universalización de la enseñanza.

Lo que demuestra que una personalidad con tantos registros al final no logra contentar a nadie. De ahí que el cuerpo social, casado electoralmente con el PP, qué le vamos a hacer, continúe mostrándose frío en las encuestas. Lo que desde el punto de vista de los endocrinos de Génova resulta incomprensible.

-Tiene usted el déficit estupendamente -dice el facultativo observando la radiografía al trasluz-. Y no sólo el déficit, sino la inflación, y la renta per cápita, y el crecimiento bruto, sobre todo el crecimiento bruto. Vuelve usted a ser un valor seguro, como cuando Solchaga anunciaba por ahí que España era el mejor sitio del mundo para hacerse rico jugando a la Bolsa, incluso a la bolsa del escroto. ¿De qué se queja, pues, hombre de Dios?

-De acuerdo, doctor, pero estoy triste, no le veo sentido a abandonar la cama cada día. Hay algo en mí que no funciona, a pesar de lo que digan los análisis y las radiografías.

Lo mismo, en fin, que les sucede a aquellos individuos que tras contabilizar una mujer maravillosa, unos hijos encantadores, un trabajo de lujo, dos perros, una moto y una casa con piscina en la sierra, sacan la pistola del cajón y se dan un tiro en la boca porque están deprimidos.

Así es como se muestra el cuerpo electoral en las encuestas, deprimido, quizá porque el cuerpo místico del Gobierno no ha dado aún con sus zonas erógenas. Se cree que todo es inflación o tipos de interés, y no: hay otras cosas en la vida que el rencor, sin duda, no le deja ver. Lo malo es que cuando aparca el rencor para reírse un poco no consigue ir más allá del registro intelectual de Los Morancos, tan apreciados por la cadena gubernamental.

En fin, en fin, todo un mal carácter.

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