Sábado 22 de febrero de 1997


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Tres caras de una sola Eva Perón

Dos versiones teatrales contrastan con el film.


Vi dos versiones teatrales de "Evita". Una en Broadway, con Patti LuPone, a fines del decenio del `70, y, a comienzos de los 80, otra en Madrid (la mejor) con una memorable Paloma San Basilio. El lunes último asistí al preestreno en Buenos Aires del film de Alan Parker. Me aburrí muchísimo.

Parker dirigió excelentes películas, entre ellas, "Expreso de medianoche", "Fama", "Bugsy Malone", "The Wall". ¿Qué le pasó esta vez? Por un lado, creo, al filmar en el país original de la protagonista y en algunos de los lugares auténticos donde ésta vivió, debe de haber sentido el peso de la mirada argentina, que cedía espacios a cambio de fidelidad (a qué, o a quién, ya se verá).

Por el otro, sufrió las exigencias de una superproducción costosa, con ínfulas de colosal, y la presencia de una diva caprichosa, Madonna.

La superposición de dos mujeres tan fuertes, mejor dicho, su aparente fusión en una sola, puede infundir pánico hasta en un realizador tan equilibrado como Parker.

De ahí, tal vez, que el film sea tan frío, tan distante. Se lo ve, se lo siente cauteloso, pulcro, nada inspirado, nunca a la altura de las pasiones que animaron a la Eva Perón que conocimos.

En esa noche de preestreno, dos cosas me llamaron particularmente la atención.

Primero: la cuasi ovación del público cuando los Botton Tap terminaron el minishow de introducción (suerte de resumen coreográfico del argumento), no se reprodujo, por cierto, al final del film, tras dos horas y cuarto de canciones ininterrumpidas. Procedimiento éste capaz de extenuar al espectador mejor dispuesto, y que nos retrotrae a una estética del "musical" en cine ya obsoleto hace por lo menos un cuarto de siglo.

Segundo (y más importante): en el teatro, la célebre escena del balcón de la Casa Rosada, cuando la protagonista entona una de las canciones más bellas en los anales de la comedia musical, "No llores por mí, Argentina", requiere tan sólo un telón de fondo con una pintura del histórico edificio y un palco de los comúnmente usados en ceremonias públicas. Nada más: y la magia de la música, la voz de la cantante, el opulento vestido de Fath, el peinado característicos, eso es todo.

En la película, la misma escena, filmada en el lugar real del hecho supuesto, resulta chata, sin vida. Hasta el ángulo elegido por la cámara para mostrar una panorámica sesgada del palacio y la encrucijada de Rivadavia y 25 de Mayo, luce mezquino.

¿Por qué?

Arriesgo una respuesta: al tratarse de una fantasía musical sobre una circunstancia vivida, sí, pero filtrada hoy por la leyenda y la nostalgia, toda pretensión de realismo socava la emoción, acusa con trazos excesivos lo que pertenece, más bien, al dominio del ensueño poético.

No hubo, en la realidad histórica, una situación similar: pero esa escena de la ópera original resume y sintetiza, con excepcional fuerza dramática, las muchas veces en que Evita se asomó desde ese balcón, o desde otros, ofrendándose a la adoración de sus fieles, hasta aquella última, desolada arenga de despedida, cuando terminó refugiándose, literalmente deshecha, en los brazos del hombre que le había permitido concretar el sueño de Cenicienta.

Tras lo cual, es justo reconocer el esfuerzo de autenticidad puesto en la producción, el acierto de elegir a Budapest (más precisamente, la zona céntrica de Pest, tan parecida, por la edificación, al centro gubernativo y bancario de Buenos Aires) como escenario de algunas secuencias que hubiera resultado difícil o enojoso filmar en nuestra capital: la riqueza de ornamentación y vestuario.

Madonna sale airosa del mayor desafío interpretativo que afrontó hasta ahora (aunque no puede abandonar su propio personaje por mucho tiempo) y Antonio Banderas saca a flote, a fuerza de puro oficio, el estrafalario personaje del Che (nada que ver, aclaremos, con Ernesto Guevara, tal como lo sugirió, con descarado oportunismo, la ópera original), algo así como el coro de la tragedia antigua visto por un productor de Broadway.

Otro rasgo curioso: confieso no recordar los nombres de los actores que en el teatro hacían de Perón, tanto en Nueva York como en Madrid. El papel, es verdad, resulta opaco, desdibujado en una penumbra muy alejada de la realidad histórica. Me temo que pase lo mismo con el inmenso Jonathan Pryce, en el film. Y no es culpa de él.

Por Ernesto Schoo


Dos rivales de la política unidos por Eva Perón

De película: el justicialista Antonio Cafiero y el radical Federico Storani aceptaron ir juntos al estreno de "Evita"; el boicot de Ruckauf y la vigencia de Eva Perón son algunos de los temas que analizaron con La Nación.

Uno es peronista y otro es radical. Uno conoció a Eva Perón y el otro sólo se acercó a ella desde libros e historias resaltadas por sus pares. Uno ama a la figura de Eva y el otro la respeta. Ninguno había visto la película de Alan Parker. Pero sí la ópera en que se basó el film. El senador Antonio Cafiero y el diputado Federico Storani compartieron, invitados por La Nación, el estreno de la película que reeditó la polémica sobre mujer de Juan Perón. Y además, debatieron sobre ella.

Distendidos y con buena predisposición para la función, y el intercambio de opiniones, los rivales políticos en el Congreso, se sentaron juntos en la fila 20 del cine América, y postergaron sus disensos políticos para coincidir en que la película no les gustó demasiado. Pero fundamentalmente, en que la figura de Eva Perón sigue vigente: "Aún existen las desigualdades sociales", aseguraron.

Con medialunas, masas y cafés de por medio, los protagonistas provocaron la curiosidad de los que en otras mesas del bar Cinema (pleno Santa Fe y Callao), miraban a los políticos que sonreían y hablan tan amigablemente, como ellos.

Luego de la función, tanto Storani como Cafiero estaban ansiosos por hablar. Es más: casi no hicieron falta las preguntas. Las palabras eran disparadores de una conversación más que espontánea.

-¿Cuál es la primera sensación que les produjo la película?

-Cafiero: Los argentinos estamos divididos en dos bandos: los que la amamos y los que la respetan. Es decir, aquel gorilismo extremo que me tocó vivir en los años 40 o 50, hoy desapareció. No hay argentino, como es el caso de Fredy (por Storani), que no se incline por lo menos con respeto, hacia Evita. -Storani: Las expresiones de odio hoy son absolutamente marginales. El tiempo alimenta el mito. Pero hay respeto. Y sobre todo la valoración de un momento histórico transformador. Recuerdo algo que me quedó grabado: muchas personas decían que una cosa era Perón y otra era Evita. No quiero descalificar a Perón, pero me llamaba la atención cómo se intentaba rescatar la figura de ella.

-Pero ¿qué les pareció el film de Parker?

-Cafiero: Salvando "No llores por mí Argentina", que es maravillosa, el resto de la música es absolutamente prescindible.

-Storani: La primera parte me pareció mala, cansadora; una caricatura. Madonna actúa de Madonna y no del personaje y por lo tanto tiene una sensualidad distinta de la que podía tener Evita, que también era una mujer sensual...

-Cafiero: (interrumpe) No estás equivocado, perdoname...

-Storani: Está bien, vos la conociste.

-Cafiero: Sí, claro y Evita no era una mujer sensual.

-Storani: Pero el mito, algunas fotos y algunas expresiones hablaban de que era una mujer sensual más refinada y con estilo. Por eso, la primera parte de la película no me parece importante. Rescato sí las escenas que logran conmover, como las dos salidas al balcón de Madonna. Ahí actúa de Evita y logra el personaje, además de cantar muy bien.

-¿Qué piensa usted senador? -Cafiero: Yo que conocí a Evita y que la traté, no me siento identificado por el personaje que hace Madonna. Ella está queriendo vender una versión de Evita que no es la real, la interpreta como una actriz que representaba un papel que no sentía. Evita no era una artista. Cuando asumió el rol que le tocó en la vida, eso la consumió, ésa era su verdadera esencia.

-¿Coinciden con el boicot que propuso Ruckauf?

-Storani: Debería haberla visto para opinar. Me parece muy primitivo condenarla de antemano, me parece propio de la inquisición.

-Cafiero: Es una reacción sana, pero que no comparto. Lo trascendente es que el Congreso ya voto, en 1986, erigir un monumento a Evita. Lo curioso es que esa ley nunca se reglamentó. Días pasados le pedí a Menem que firme el decreto reglamentario para construirlo. Y ese monumento es el mejor testimonio frente a la película. Propongo como lugar el lugar de la vieja residencia (Agüero y Libertador). Ahora no sé si Fernando De la Rúa lo va a apoyar....

-Storani: (risas): No especulo, pero vamos a cumplir la ley. Evita es un personaje histórico ya incorporado a a la Argentina y hay que respetarlo.

-¿Qué les pareció el tratamiento de la historia?

-Cafiero: Trato de no expresarme como peronista porque comprendo que, en homenaje a una pasión política, no tengo que desatender los aspectos artísticos culturales que están envueltos en la película. Como peronista creo que la historia está deformada en muchos aspectos. Evita ni remotamente tuvo el rol que le adjudica la película en el 17 de octubre, en esa época era desconocida. Parker no conoce la historia, su versión es bien gorila. Hace ver una violencia que no existió en la dimensión que se muestra.

-Evita aparece en la película como una mujer que utiliza a los hombres por poder...

-Cafiero: No me detengo en esos detalles. Me bastó con conocerla, nada más. La película tiene un profundo prejuicio que hubiera agradado a nuestros enemigos de los años cuarenta. No esperaba rigor histórico, pero es una versión menos gorila que la de la ópera, que es escandalosa.

-Storani: Olvidemos que somos argentinos, miremosla como un extranjero más. Creo que no tiene que ser un balance negativo, porque es un mito con sus virtudes y sus defectos. -¿Por qué suponen que Evita vuelve?

-Storani: Creo que hay una brutal carencia de valores y de pasión en este mundo light, superficial. Y una mujer que es capaz de hacer las cosas con toda la pasión y la entrega, como Evita, me parece absolutamente rescatable. Lo que más admiran los ingleses, de hecho, es esa forma de calentarse de los latinos.

-Cafiero: Me pregunto si no es una revancha inglesa. Porque más allá de los errores, el gobierno peronista rompió con una tradición de sujeción al imperio británico.

-Storani: Digamos que el primero que rompió con los ingleses fue Irigoyen...

-Cafiero: Bueno...

-Storani: No. Es que es así. Si no parece que la historia empezó con el peronismo. Además, no me parece que los ingleses queden tan bien como los representantes de la oligarquía, no creo que sea una virtud para rescatar de los británicos.

-Una espectadora dijo que esta Evita le había gustado más porque no le tenía tanto miedo como a la verdadera. ¿qué opinan de eso?

-Cafiero: Le tendría miedo si Evita viviera...

-Storani: Me parece que en la película no se pone en duda la voluntad de ella por cambiar algunas cosas y el choque con el sistema. Ahí están las dos caras: la voluntad del cambio y la de hacerlo en el marco de las instituciones. Rescato los conceptos que están vigentes en el debate argentino -Cafiero: Esta polémica seguirá vigente mientras haya desigualdad y pobreza, polémica que ella resolvió con su intuición y su coraje.

-Pero, en definitiva, hablamos de Evita y no de la película...

-Cafiero: Es que fue una mujer absolutamente original e inédita. Evita era apasionada y ella se llamaba a sí misma fanática. No es, como se intenta decir, una pasión por el poder, por el lujo, por los honores, sino por la gente a la que ella creía privada de sus derechos. No hizo demagogia. A Evita comprendieron después.

-Entonces, ¿sigue viva?

-Cafiero: En este mundo light donde no hay creencias ni valores, el recordar a alguien que se jugó y que no tuvo dudas, es algo que todavía llama la atención.

-Storani: Evita tiene vigencia porque todavía existen desigualdades.

-Cafiero: Coincido con eso. Evita se ganó su lugar entre los argentinos. Los que no la aman no tienen obligación de hacerlo; los que la respetan, creen que fue una mujer excepcional con sus defectos y sus aciertos.

Paola Juárez