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Tilcara se viste de fiesta al ritmo de Lucifer
El resultado de tradiciones y estilos de vida se funde en una celebración que impulsa a olvidar carencias y dolor
TILCARA.- Durante una semana y bajo los auspicios del mismísimo Diablo, Jujuy se transforma en un paraíso terrenal. Es que el sábado comenzó el Carnaval, que inundó con todo su vigor pagano la vida de la provincia. A diferencia de lo que ocurre en otras regiones del país, en Jujuy, y sobre todo en la Quebrada, el carnaval es el resultado de tradiciones y estilos de vida que hunden sus raíces en tiempos precolombinos. De allí que, por detrás de los bailes y los cantos que por estos días sacuden a los jujeños, se distinga un color religioso tan bello y sublime como cualquiera de los cerros de la región.
Aquí, en Tilcara, una ciudad con 3000 habitantes que ostenta con orgullo el hecho de ser la capital arqueológica de la provincia, el carnaval jujeño se deja ver en todo su esplendor y profundidad. El sábado por la tarde, los lugareños dejaron sus casas y sus paseos por la plaza principal, se acercaron a cualquiera de los cinco mojones de piedra donde, a partir de las cinco, tuvo lugar el "desentierro del diablo".
A la hora señalada, un pequeño muñeco con la consabida figura de Lucifer fue sacado de un escondite cercano al mojón. A partir de allí, el diablo sale de juerga por toda la ciudad, bailando a la par de cientos de vecinos y una colorida comparsa, que con sus disfraces de espejos, lentejuelas, cascabeles y máscaras bailan y animan a la multitud. Una banda bien pertrechada con instrumentos de viento y percusión es la encargada de proveer al pueblo de carnavalitos, cuecas y guahynos cada tarde, durante toda la semana. Vuelan serpentinas, la gente se tira talco y harina, mientras suena la banda, algunos se agrupan en pequeñas rondas para cantar coplas. Unas glorifican la tierra. Otras honran a Dios. La mayoría habla de las penas y alegrías de los coyas.
En las pedregosas calles empinadas se comparte la bebida y la música. Los vecinos enemistados olvidan sus rencores y hacen borrón y cuenta nueva. Hay quienes abren las puertas de sus hogares durante toda una tarde (bien provistos de tragos y comida) a aquel que quiera pasar. Como dice Armando Alvarez, locutor radial y sesudo intelectual de Tilcara, "el carnaval es reconciliación, es volver a la armonía".
Volver a la armonía con el prójimo. Y con la tierra. Antes de desenterrar al diablo, la gente se acerca al mojón y echa vino, chicha (elaborada con maíz o maní y alcohol). Así agradecen a la Pachamama, la Madre Tierra, todo lo que les ha dado durante el año: salud, amistad, la fertilidad del suelo y del ganado.
La Pachamama es figura central en esta historia, lo que no es de extrañar cuando se piensa que la gran mayoría de los tilcareños son pequeños agricultores y ganaderos. Ahora es tiempo de cosecha de la papa, la fruta, y las treinta variedades de maíz. Es, además, la época en que los corderos, cabras y vacas llegan el apogeo del engorde. En agosto, la Pachamama tendrá su propia fiesta, cuando recomiencen las ceremonias en su nombre.
En cuanto al Diablo, el de Tilcara, no se acerca mucho al personaje siniestro que presenta la escatología cristiana. El de aquí es más bien amigable, entrador y permisivo, una figura generosa que durante una semana al año sale del ultramundo para hacerle un guiño a todo el pueblo y dejar que se entregue a la alegría. Por eso él también recibe vino.
"El carnaval es como un recreo. Nos endiablamos un poco y, con esa misma fe y tradición llegamos a Semana Santa", dice Hugo Calizaya, quien integra una de las comparsas "Los caprichos". El domingo el Diablo volverá a su mundo subterráneo, en medio de lamentos y lágrimas.
Al igual que Calizaya, en Semana Santa cientos de tilcareños cubrirán a pie los 30 kilómetros que separan la ciudad de Abra de Punta Corral, un cerro a 3500 metros sobre el nivel del mar. Allí, en una capilla aguarda la imagen de la Virgen María, que será llevada en andas por los devotos peregrinos hacia Tilcara. En Pascua, la algarabía carnavalesca cederá su puesto al dolor y a la pena.