Tema del momento
La campaña política y la plenitud del voto soberano
Por Dr. Raymundo A. Rodríguez Barrera
A medida que se acerca el 16 de marzo, fecha en que hemos de concurrir todos los salvadoreños mayores de 18 años a elegir diputados a la Asamblea Legislativa y concejos municipales para los 264 municipios de la República, los partidos contendientes están por terminar de sacar todas sus cartas políticas de campaña, sin que el pueblo elector pueda visualizar ofertas programáticas para un verdadero trabajo legislativo de los próximos tres años ni para un razonable y práctico gobierno municipal que entusiasme y motive; la presente campaña electoral más bien ha parecido un festival de corridos de música plagiada, acompañada de eslóganes chocarreros y desgastados, que evidencia una falta de ingenio y de creatividad.
Pero bien, así son las cosas en nuestro querido país. No obstante los vacíos y ausencia de conceptos motivadores de la campaña, creemos que el pueblo salvadoreño se preparará para votar el 16 de marzo, movido por esa consciencia de participación que le caracteriza y porque está conocedor que el ejercicio de los derechos políticos son parte de su historia y porque, además, percibe en las interioridades de su ser ético que para poder reclamar después, es preciso que hoy elija, que seleccione, que escoja a sus futuras autoridades.
El hombre común salvadoreño, aun cuando a menudo aparenta tener una tendencia a desentenderse de las cosas serias y formales, tiene una percepción innata muy suya que le hace reaccionar a última hora, para dar respuesta oportuna a todas esas cosas que le conciernen como persona, como ciudadano, como patriota y como ser vinculado a la República y al porvenir de la Patria.
Por ello es que creemos que esta vez el pueblo concurrirá masivamente a ejercer el sufragio y que el voto que emita favorecerá a aquellos candidatos que por su trayectoria de desempeño personal y profesional auguren un trabajo razonable en sus funciones públicas, futuras. Por otra parte, existen signos inequívocos de que el pueblo salvadoreño ha empezado a tomar consciencia de la importancia que tiene para la población civil el conocimiento de sus derechos, la trascendencia cívica de un honesto ejercicio de éstos, y que el cumplimiento de los deberes ciudadanos fortalece la convivencia democrática; por ello creemos que es oportuno hacerle algunas reflexiones sobre la plenitud del voto soberano, sobre el respeto que tanto el ciudadano como tal, como los partidos y candidatos, así como los organismos gubernamentales deben guardar hacia el voto popular.
El voto se conceptualiza como el ejercicio material de ejercer el derecho de sufragio y de cumplir con la obligación cívica de sufragar en una elección de autoridades o gobernantes, y tiene su fundamento en el hecho de que en toda democracia, el poder soberano del pueblo y que éste mediante el voto elige a sus representantes en quienes delega aquel poder para que ejerza, buscando las conveniencias mayoritarias, el bien común, la convivencia pacífica, la gobernabilidad sustentada, el desarrollo económico y social, y la perennidad de las instituciones republicanas.
El voto, por tanto, es la expresión con mayor significación que tiene todo pueblo de dar a conocer su voluntad soberana y de exigir que se la respete y a que se la tenga como tal. Como consecuencia de esto, tanto los partidos políticos, con sus candidatos, como los organismos estatales electorales, como los demás funcionarios y autoridades de gobierno, deben guardar un reverente y explícito respeto por esa voluntad popular expresada a través del voto; respeto que debe evidenciarse desde los inicios de toda campaña política, teniendo el cuidado de no ofrecer opciones engañosas, planteamientos programáticos insostenibles, soluciones aventuradas u ofertas revestidas de la más desvergonzada demagogia.
El respeto por el voto, por el ciudadano votante y por la Ley que le reconoce y protege, evidencia el arraigo y respeto que se tenga por la democracia participativa del un pueblo. La democracia se fortalece y dignifica con la confianza que motiva al ciudadano a concurrir a votar, particularmente en estos países nuestros en donde ir a votar significa estar dispuestos a sufrir las inclemencias locativas, las eventuales improvisaciones del evento, la tediosa búsqueda del padrón correspondiente y a veces hasta tener que aceptar con toda la paciencia del mundo los errores técnicos de la mecanización desacertada.
Por lo demás, debemos enfatizar que ese respeto reverente que debe merecer el voto y el ciudadano votante, debe trascender el momento de la junta electoral, y continuar consistente en el ejercicio de las funciones públicas de los funcionarios que fueron beneficiados con el mismo, en el sentido de guardar lealtad y fidelidad a aquella voluntad soberana expresada por el pueblo.
Cuando el funcionario o gobernante surgido de una elección popular se aparta de sus promesas y reniega de los blasones idealísticos con los que motiva a sus votantes, solamente genera desencantos, frustraciones e incredibilidad, causando daño, a veces insuperable, al ideal democrático, a la gobernabilidad y a la paz social. Pensamos que esta vez, no obstante los desafueros y vacíos que ha tenido la campaña política, tanto gobernantes como gobernados visualizaremos en el andar de los próximos años un futuro próspero en libertades, en justicia verdadera, en paz y en bienestar para todos.