El Diario de Hoy, 19 de marzo de 1997
Productores consternados con resultado electoral
Con toda lógica los sectores productivos salvadoreños ven con gran inquietud los resultados de las elecciones y el avance político logrado por los comunistas, al considerar que ello puede dar al traste con la difícil aunque evidente recuperación económica iniciada desde que estalló la paz. Venimos dando tumbos pero se ha crecido, pese al enorme costo de los acuerdos y que para una familia promedio equivale a arrastrar una deuda de sesenta o setenta mil colones.
No hay señales de que los comunistas agrupados en el FMLN tengan una verdadera comprensión sobre las realidades económicas del mundo actual, sobre los problemas del desarrollo, o sobre el significado de la globalización. O si las entienden, que les importe. En su 'agenda legislativa', como lo hemos señalado con cierto detalle, se vuelve a fórmulas en boga hace cuarenta y cincuenta años, que fracasaron en mejorar los niveles de vida de los pueblos donde fueron aplicadas.
Aquí mismo, en El Salvador, los ensayos dirigistas, incluyendo la reforma agraria, la estatización del sistema financiero, los controles de precios y la regulación de la economía, no alcanzaron sus objetivos, y para desgracia general, hundieron al país en la bancarrota. Empero hay una esencial diferencia entre lo que entonces se hizo y los sistemas impuestos por los comunistas en Europa Oriental: los democristianos no imaginaron, ni habrían deseado, causar un descalabro tan profundo con sus políticas; de seguro que fueron sorprendidos y atrapados por su propio esquema.
Por el contrario, los movimientos comunistas se nutren de la miseria, manipulándola para conseguir sus fines. Los viajeros que se sorprenden de las ÒcolasÓ frente a las tiendas en Cuba - los alimentos son muy escasos y hay que esperar turnos para recibirlos -, terminan por darse cuenta de que la carestía es una forma de domesticar a los pobladores. El que se pasa varias horas al día esperando que le entreguen su libra de arroz, no queda con ganas de participar en manifestaciones, sabiendo que el primer castigo es quedarse sin su ración.
Desde esta perspectiva, no hay reparo de parte de los cabecillas rojos en que las empresas se vayan al diablo, que se incremente el desempleo, que se paralicen las inversiones y que eventualmente colapse la economía. Entonces se dan las condiciones objetivas (o subjetivas, nunca estuvimos muy claros con esa clase de retórica) 'para la revolución'. Traducido al simple castellano, quiere decir que un número suficiente de individuos enloquecen y se lanzan a incendiar una nación.
Los empresarios consternados a los que nos referimos piensan en sus inversiones y sus beneficios. Pero más les aflige la situación que puedan afrontar sus empleados, sus ejecutivos y las familias que dependen de esos puestos de trabajo. Cuando los comunistas dinamitaban fábricas en los Años Ochenta, era patente que muy por encima de las pérdidas materiales sufridas se lloró la suerte de tanta buena gente que perdió su sustento y salió huyendo; ninguna de estas familias se trasladó a Morazán o a Chalatenango para vivir en los territorios liberados, sino que salieron hacia Estados Unidos, Canadá, Australia, Italia, México y Costa Rica. Sin embargo, no por eso los rojos dejaron de destruir empresas.
Hasta el momento los cabecillas del FMLN no han renunciado a su marxismo ni a la violencia. Ni siquiera a los arsenales escondidos o a los 'comandos urbanos'; en cambio, cogieron camino a Corea del Norte 'en misión comercial'.
Si van a ser deliberantes, acaten el Orden de Derecho
Queda la promesa del FMLN de promocionar una Asamblea deliberante y concertante, lo que significa acatar tanto las reglas de la razón, como los principios en que se fundamenta un Orden de Derecho. Esa es la aspiración de cualquier ciudadano honesto, pues es imposible perfeccionar y preservar la democracia partiendo de posturas anacrónicas o rayanas en lo delincuencial. Lo que toca a todos los partidos ahora no es buscar enemigos externos, sino aceptar que sus principales antagonistas suelen estar en su propio seno.