El Diario Hoy, Viernes 11 de abril de 1997

La mujer y el poder

Por Enrique Valle Andrade

"El poder no es para la mujer", en el Ecuador solo estaría disponible para los hombres, quienes no son proclives a ceder espacios que puedan ser ocupados por personajes destacados del sexo femenino. Esta parece ser la conclusión que se extrae de las amargas reflexiones de la señora Rosalía Arteaga y de algunas de sus decepcionadas expresiones emitidas como corolario de su frustrado intento de quedarse en el poder luego de las intensas jornadas callejeras del pasado febrero. No se le habría permitido asumir la Presidencia por ser mujer, ni se le perdonó sus culpas por esta misma razón. A sus afirmaciones no les ha faltado el respaldo de valiosas exponentes de cierto sector del feminismo ecuatoriano, que siempre ha creído encontrar la huella masculina en todo acto dirigido a abortar los logros y triunfos de las mujeres inteligentes de este país. ¿Es cierto todo esto?
A estas alturas de la vida la experiencia no nos permitiría negar que el ascenso de la mujer en una cultura tan machista como la nuestra es siempre producto de un tenaz y esforzado proceso en el que ella tiene que luchar codo a codo con los hombres, muchas veces superando escollos y celadas para poder escalar posiciones en la vida. Para conseguirlo ha invadido los centros de educación de todos
los niveles y ha desarrollado facultades intelectuales que anteriores generaciones de su sexo no pudieron aprovechar porque una deficiente estructura social no se lo permitió. Hoy en día es diferente: la que se queda atrás, confinada al reducto de lo doméstico, se queda porque su falta de entereza no le permite superar las adversidades que otras sí logran vencer.
En el caso particular de la doctora Arteaga no parece que en su corto y exitoso trayecto por la escena política le hubieran surgido al paso los tenebrosos fantasmas del machismo resentido para oponerle barreras y construirle peligrosas trampas; muy por el contrario, se nos ocurre que fueron políticos varones, quienes por aprovechar utilitariamente su talento y su encanto personal pusieron a su disposición las mejores oportunidades para que ella logre sacar ventaja sobre otros contendores en la carrera hacia el poder. Lamentablemente, su obsesión por alcanzarlo alguna vez la condujo a juntarse con el menos indicado de estos varones. Tan mala compañía, que la opinión pública del Ecuador no ha logrado digerir la justificación de la doctora Arteaga por este desafortunado enlace contenida en la frase: "Creí que había cambiado y fui engañada". Explicación digerible viniendo de un ingenuo pero jamás aceptable en alguien que ha demostrado ser tan astuto y sagaz como la vicepresidenta.
No resulta aceptable entonces la repetición de la vieja y disonante cantaleta del machismo egoísta para explicar el pesaroso desenlace de la carrera política de la segunda mandataria. Más justo y sensato sería atribuirlo a sus propios errores y a sus evidentes fallas de cálculo, producto de la obnubilación que a ratos genera la cercanía del poder.
En política, los espacios se conquistan a base de inteligencia, tenacidad, audacia y ambición, y de todo ello ha hecho derroche doña Rosalía; pero se mantienen solo a base de credibilidad. Cuando ésta se esfuma, esos espacios se hacen más pequeños o desaparecen, cualquiera sea el sexo del político que pierde la confianza del pueblo.