Martes 06 de Mayo de 1997

Veinte Años Después, Clinton Volvió a México

* EZP le dio la Bienvenida y Estrecharon sus Manos en Antropología

* Me Gustaría Conocer Tulum por su Cercanía con el mar, Confesó

RENATO DAVALOS, MIGUEL CASTILLO Y GERMAN CONTRERAS

Bill Clinton avanzó con lentitud en el mármol de la Sala Mexica del Museo de Antropología, adonde volvía 20 años después, y se asombró con los glifos, los rostros, la cosmogonía azteca de la Piedra del Sol y con la mirada de los dioses del México prehispánico. En la maqueta del Templo Mayor preguntó por el tiempo de su construcción y la simbología histórica pasó por el tamiz de la política.

- Tardó ciento cincuenta años -le contestó Felipe Solís, director del museo.

-En la Edad Media, las catedrales góticas tardaron un siglo en construirse, pero la diferencia aquí es que se trató de un proyecto histórico y de la idea de un pueblo -reconoció.

Al pie de esa síntesis del mundo mexica, Ernesto Zedillo se acercó al Presidente estadunidense y le externó su congratulación por el primer encuentro de ambos en México. Habían transcurrido casi dos décadas de que otro demócrata estuvo en el país y era la primera estadía de un Presidente de Estados Unidos ante la piedra monumental en esa sala.

En el 62, Kennedy y López Mateos posaron para la misma fotografía en el Museo de Moneda, pues Antropología se construyó dos años después.

La noche del domingo la Casa Blanca y Los Pinos acordaron la visita de Clinton al museo, del que el propio López Mateos dijera cuando se proyectó su construcción, que tenía que ser de tal dimensión que cada mexicano que lo visitara saliera orgulloso de su nacionalidad.

Se programó una comida allí, aunque terminó siendo la sede del primer apretón de manos y un recorrido previsto de 40 minutos pero duró dos horas.

La falda de serpientes de la Coatlicue y aquella explicación mexica en torno de la corteza del mundo poblada de esos reptiles, también asombró al habitante de la Casa Blanca que pareció olvidar el escándalo llamado Whitewater, Paula Jones, desvíos de fondos o fotografías comprometedoras.

-Lo siento, llegué tarde -dijo, y mostró el par de bastones ceñidos a sus brazos desde aquel accidente que incluso le orilló a posponer la visita a México prevista para el 10 y 11 de abril pasado.

Tardó dos minutos en descender de la limusina e internarse en el museo. Zedillo hizo una explicación general del significado cultural del calendario entre el murmullo de obturadores. Cuando ambos habían evocado la fotografía de hace más de tres décadas, alguien le gritó a Clinton: ¿Qué aprendió?

-Acerca del calendario -dijo indicando con un manipuleo familiar del bastón.

El Mandatario mexicano llegó poco antes de la 19 horas y Clinton cruzó el umbral de la sala a las 19.18. Le esperó a afuera de la sala y luego en el interior hasta su aproximación para el saludo y el intercambio de sonrisas.

Empezaba un encuentro determinado en las últimas semanas por las fricciones. El narcotráfico y la inmigración, las leyes protestadas y los escándalos por las detenciones de militares, por las solicitudes y las respuestas, por los lenguajes esquizofrénicos y una mirada a Latinoamérica hasta después las elecciones y frente otras que se aproximan.

Rafael Tovar y de Teresa recibió a Clinton en una de las entradas laterales de la sala, después de la parafernalia de la seguridad del Servicio Secreto y las dobles limusinas, los dobles helicópteros y el convoy de casi una veintena de vehículos.

Clinton concurrió a su primer encuentro con Zedillo en el comienzo de la primera mirada al subcontinente desde que llegó hace 52 meses, a la Casa Blanca.

-Me gustaría conocer Tulum por su cercanía con el mar -confesó a Zedillo.

Las gruesas piernas de las figuras femeninas huastecas merecieron la comparación clintoniana con las mujeres de Rubens y el paraguas en el corazón del museo; alabó el logro técnico por el basamento en una columna.

En un recorrido paralelo, el Canciller Gurría y el asesor presidencial Luis Téllez condujeron a Thomas McLarty y a Sandy Berger por los caminos de la historia cultural mexicana.

Preguntó detalles de cada una de las piezas, quiso profundizar en su significado estético o religioso. Rememoró su visita en los setenta, cuando aspiraba a la gubernatura de Arkansas, que se extendió por la sala Maya, Olmeca y Tolteca.

También traslució un aire de emoción frente al significado histórico del hilo conductor en la historia del México antiguo y el de hoy. De las continuidades en el tiempo.

Cuando pasó junto al luchador olmeca y las monumentales cabezas, se acordó de la relevancia de que piezas de esta colección estuvieran en Washington hace poco tiempo.

Aunque también se permitió comparaciones con el milenarismo de otras culturas como la china y recibió de Tovar y de Teresa la vasija maya de plata, el libro cultural prehispánico y otro más sobre los mexicas.

-Compartiré esto con mi esposa dentro de un rato. Ella también está profundamente interesada. Se los enseñaré aprovechando que ella vendrá mañana (hoy) por la tarde.

La habían colocado varias sillas para que durante el recorrido descansara la rodilla, aunque no las utilizó. Apenas había llegado al hangar presidencial y luego al Campo Marte con los cientos de agentes del Servicio Secreto y los 180 integrantes de la comitiva de prensa.

No pudo ocultar su sorpresa frente al prodigio que es la réplica del penacho de Moctezuma, cuyo original está en una vitrina vienesa, o frente a la Piedra de Tizoc, en honor del séptimo tlatoani, o ante la cabeza y brazos mutilados de la Yolotlicue, la diosa de la tierra.

También se detuvo en la hilera de mujeres cihuateteo, aquellas que murieron en el parto que aparecían en las tinieblas.

La explicaron el alcance de la piedra de los soles de los toltecas, los chac mol mayas, la reproducción de la tumba de Palenque o de los murales de Bonampak y los dinteles y arcos del postclásico.

A las 21.20 volvió a subir a la limusina. Desde el interior comiendo cacahuates saludó a unos cuantos que esperaron entre las suburban del Servicio Secreto que revivió la parafernalia del convoy de casi una veintena de vehículos rumbo al hotel Presidente.

LA LLEGADA

Dificultosamente Clinton descendió por la escalerilla, apoyado en dos muletas y el barandal, para tocar suelo mexicano. Eso sí, la cabeza erguida. La cabellera de William Jefferson Clinton -apenas hace unos meses rubia, hoy encanecida- resaltaba sobre la cabeza del Canciller José Angel Gurría cuando éste lo acompañaba en su caminata hacia la valla de Guardias Presidenciales. Ya usaba las dos muletas.

El demócrata Clinton pisó el asfalto frente al hangar presidencial el 5 de mayo. Faltaban diez para las 19 horas. A las 18:30 en punto había llegado el avión azul y blanco del gobierno de Estados Unidos, marcado con el número 29000.

Ya lo esperaban cinco helicópteros de la Infantería de Marina estadunidense. Tres de transporte de tropas, artillados, y dos de pasajeros. Uno de éstos lo llevaría al Campo Marte minutos después. Los restantes volarían cerca en funciones "de apoyo", según dijeron voceros de la embajada del país vecino.

También lo aguardaban una decena de agentes estadunidenses, vestidos de negro, con armas de alto poder y binoculares, apostados en las azoteas de los edificios administrativos del hangar.

EL HOTEL

El azul oscuro, el verde olivo y el negro -de agentes preventivos, soldados y miembros del FBI- tiñeron desde hace 48 horas los alrededores del Altar a la Patria, el Auditorio Nacional y el hotel Presidente Intercontinental, en la zona del histórico Chapultepec. Ahí, donde los Niños Héroes defendieron al país hace justamente siglo y medio de las fuerzas invasoras estadunidenses, ahora se montó un fuerte dispositivo de seguridad. El "ambiente de guerra" en esa extensa área, tuvo hoy un motivo muy diferente al de 1847: la visita de William Clinton a México.

Alrededor de dos mil elementos de la secretaría de Seguridad Pública, coordinados con el Estado Mayor Presidencial, vigilan "de cerca" desde el domingo pasado -y lo harán hasta mañana- todo movimiento de transeúntes, automovilistas, comensales, ya sea a pie o a bordo de camionetas, patrullas, motocicletas y demás vehículos como un autobús de la ex Ruta Cien, habilitado como transporte de granaderos.

Especialmente se les detecta a lo largo de Paseo de la Reforma, desde El Angel hasta la calle de Campos Eliseos, donde se ubica el Hotel Presidente Intercontinental, y al cual anoche -después de múltiples falsos avisos desorientadores- arribó al fin, a las 21:25 horas.

En ese lugar, donde desde el domingo se hospeda la secretaria del Departamento de Estado Madeleine Albright, para inaugurar ayer, junto con el Canciller José Angel Gurría, la Reunión Binacional, todo el día fue de versiones distintas sobre a qué hora y por qué lado del hotel -Reforma o Campos Eliseos- llegaría Clinton.

Desde la puerta de Campos Eliseos se apreciaba una vigilancia "nunca antes vista" en el interior del Presidente Intercontinental. Entre tanto, agentes de civil en camionetas Suburban color negro y verde; integrantes del Estado Mayor con el clásico distintivo, y elementos de policía y tránsito -en unas 18 motocicletas estacionadas-"recorrían visualmente" la explanada y el vestíbulo del inmueble, y "desnudaban con los ojos" a cualquiera que se aproximaba a la entrada del hotel.

Desde muy temprano fue notorio el reforzamiento de la seguridad. Por lo menos unas diez cuadras a la redonda tuvieron circulación vehicular restringida, lo que por cierto ocasionó inconformidad y protestas de los vecinos de Polanco; además, en ambos accesos del hotel fueron colocados arcos detectores de metales. Aparatos portátiles para el mismo fin, mostraban sin ningún recato decenas de agentes del cuerpo de seguridad personal del Mandatario estadunidense.

Alrededor de las 3 de la tarde, por el vestíbulo del centro de hospedaje merodeaban rubios, altos y corpulentos agentes del FBI. Con perros pastor alemán revisaban nerviosos y alertas el área de elevadores, debajo de los tapetes y por encima y dentro de los sillones del vestíbulo, para cerciorarse de que nada extraño existía.

Unas tres horas después -cuando al hangar presidencial llegaba el Ejecutivo estadunidense- se inició en el hotel el movimiento más intenso, el ir y venir constante, pero sólo quizá para "despistar al enemigo", porque Bill Clinton llegaría hasta las 21:30 al inmueble a descansar, después de visitar el Campo Marte y el Museo Nacional de Antropología e Historia.

A las 20:10 el vocero de la Casa Blanca, Michael McCurry, ingresó solitario, sin guardias, sonriente y muy fresco, al hotel adonde más tarde arribaría su jefe. "Ya llegó su jefe de prensa, no creo que tarde Clinton", comentó un colega, pero la espera sería larga.

Clientes del restaurante Karisma, situado exactamente frente al hotel, observaban azorados -'desde barrera de primera fila"- cada uno de los detalles del inusitado dispositivo de seguridad. También llamaba su atención los miembros del Ejército Mexicano que, discretamente, asomaban de manera constante hacia a la calle, desde lo alto de varios edificios contiguos, para inmediatamente ocultarse de las miradas curiosas.

La escultura de un indio oaxaqueño, propio de la "Danza de la Pluma", cuyo autor es Víctor Gutiérrez, así como una "chapulín" semimonumental, símbolo de Chapultepec -ambos ubicados en la pequeña explanada del lado de Campos Eliseos-, eran igualmentes testigos, aunque mudos, de todo lo que ahí acontecía.

Al fin, por el acceso de Paseo de la Reforma, apareció la comitiva del Presidente estadunidense. En la limusina negra placas 800 002 llegaba el Mandatario de la nación más poderosa del orbe.

Bajó del vehículo y con su inseparable sonrisa a flor de labios, saludó a distancia a ` botones', miembros del Estado Mayor Presidencial y elementos de su cuerpo de seguridad, que lo esperaban expectantes.

En cuestión de segundos ingresó al vestíbulo, saludó de mano a una que otra persona que ahí lo recibió y casi de inmediato se dirigió a su habitación, a pernoctar, por primera vez en su vida, en la habitación de un hotel de la ciudad de México: el Presidente Intercontinental.