Raúl Jassen
Tercera de cinco partes
Publicado el 31 de marzo de 1966
Las informaciones sobre el secuestro del cadáver de Eva Duarte de Perón pues eso
fue, en realidad, la acción del gobierno "gorila" se fueron acumulando
paulatinamente; todo parecía un fantástico cuento de Oscar Wilde, pero sin
poesía.
Un mundo de alucinaciones surgían del fondo mismo de cada una de las versiones (muchas de las
cuales fueron confirmadas), alimentadas por la fantasía popular y echar a volar para formar un
extraño cortejo detrás de la figura de la que el pueblo argentino llamaba "la
Abanderada de la Revolución".
En los hogares más humildes de la República Argentina allí en la pobreza de las
casi chozas de la llamada la "villa miseria", que rodean a Buenos Aires, y en los ranchitos del
interior del país la imagen de Eva llegó a tener una vela constantemente encendida,
según la costumbre popular argentina que venera a los "santos".
Todo había sido vago e impreciso. Se sabía que los servicios de información del
Estado y de dos armas: Ejército y Marina (Aeronáutica se negó a participar en el
hecho) habían tenido a su cargo el "operativo desaparición", y comenzaron a
trascender algunos acontecimientos bochornosos, aunque esos tuvieron ratificación solamente
años más tarde.
En aquellos días en que mediaba el mes de noviembre de 1955, solamente se sabía que un
camión azul había transportado los restos mortales de Eva hasta una dependencia de la
Secretaría de Información de Estado, en la calle Sucre, en el porteño barrio de
Belgrano. Pero después de eso, ¿qué había ocurrido?
Lo que cuenta un sacerdote
El padre Virgilio Filippo es el párroco de la Basílica de la Inmaculada, la que
paradójicamente, está a unas pocas calles de distancia de Sucre. Este sacerdote, que
aún sigue en su puesto, habíase caracterizado por su fervoroso peronismo. Desde los
primeros instantes de la aparición del entonces coronel Juan Domingo Perón, el padre
participó rotundamente en su favor, respondiendo, así a sus ideales nacionalistas. Tantas
fueron las prédicas hechas por él que, en 1946, fue elegido miembro de la Cámara
de Diputados. Era la primera vez, en este siglo, que un sacerdote ocupaba una posición
política de tal naturaleza en Argentina.
Pues bien, pocos días después de haber sido robado el cadáver de Eva que estaba
depositado en la CGT, quizá el 22 de ese mes de noviembre de 1953, el reverendo Filippo
recibió una curiosa y dramática carta que, con permiso de su remitente (escudado en el
anónimo pues la misiva "debía" interpretarse como "la
confesión de un sacerdote") y del Episcopado, fue entregada a los periodistas.
En ella había algunos reveladores párrafos de la misma"Padre, yo, no soy enemigo
político suyo, no vacilo en recurrir a usted para confesarme. Lo hago así,
anónimamente, pues mi posición actual y en esto reconozco pecar de soberbia no me
permite hacerlo de otro modo; opino que estas cosas deben decirse cara a cara, pero no puedo hacerlo y
ello, por otra parte, nada agregaría a los desagradables hechos que voy a referirle y en los cuales
he tenido una participación directa..."
Tres días dando vuelta
A continuación, luego de confesar que ha participado en el secuestro del cadáver de
Eva Perón, el anónimo remitente añade: "El cuerpo estuvo tres días
dando vueltas por las calles de Buenos Aires. ¿A qué se debía ello? ¿Nadie
quería cargar con la tremenda responsabilidad de ordenar la incineración del mismo, ni
con la de arrojarlo al río?
"Un camarada de armas me contaba que Arámburu (el general que fue Presidente) tiembla
cada vez que piensa en ese asunto. Pero, evidentemente, él debe ser tomado como responsable
moral de todo esto. Lo que sé es que nosotros recibimos orden de tener guardado aquel cuerpo.
Ya no podíamos usar el camión que usamos la primera vez. El mismo pertenecía
a la Seccional Tercera de la Policía Federal y nosotros, con falsas credenciales, nos lo llevamos
del depósito central de la calle Azopardo, a poca distancia de la CGT.
"En realidad, solamente Coordinación Federal sabía algo de todo aquello en la
policía. Nos agenciamos, entonces, un camión utilizado para repartir hielo.
También lo robamos de la calle, haciendo "puente" con los cables de la
batería. En ese vehículo volvimos a cargar la caja donde estaban contenidos los restos de
Eva Perón. Y salimos del lugar donde estábamos.
"Fueron tres días terribles. Casi din dormir, mal comidos, sin bañarnos, en medio de
aquel calor de noviembre, recorrimos la ciudad varias veces. A ratos nos deteníamos en
algún café, tomábamos algo y luego volvíamos a partir. Lo peor es que,
como estábamos en representación de distintos servicios de información, ninguno
se atrevía a dejar aquella carga. De modo que dos debían viajar permanentemente en la
parte trasera, haciendo compañía al cadáver.
"¡No se imagina, padre, nuestro sufrimiento! Al menos, el que sentía yo.
Aparecía ante mí mismo como un tipo ruin, sin posibilidad alguna de redención,
Es cierto que, durante la primera noche, yo también me había emborrachado,
poseído por el odio hacia el peronismo. Pero después lo comprendí todo.
"Para abreviar, padre, y por si le puede resultar útil, debo decirle que, en la madrugada del
20, nosotros mismos bajamos aquella caja en el horno crematorio de la Chacarita (cementerio del oeste,
de Buenos Aires), sacamos el cuerpo de Eva Perón y lo arrojamos a su interior. No me
quedé allí hasta el final. Me marché en seguida. Otros los tres restantes, pues
éramos cuatro, se quedaron hasta que nada quedó de aquello..."
La carta proseguía. Era muy extensa. Estaba referida a la situación espiritual de su
firmante ("Un jefe de la Marina de Guerra", según había puesto al calce) y no
tiene el resto mayor interés periodístico.
La publicación de esa misiva, aunque retaceada por los naturales compromisos de la prensa
comercial, provocó un verdadero escándalo. Muchos la creyeron apócrifa y
entonces el episcopado, respaldó al padre Filippo, a pesar de las diferencias con respecto a la
apreciación de los hechos políticos que lo separaban de algunas jerarquías del
mismo.
¿El verdadero destino?
Sin embargo, el autor de estas notas está en la obligación de puntualizar que duda
mucho de cuanto se contaba en aquella carta que, por otra parte, pudo haber sido escrita para provocar la
desviación de la verdad.
Ya se ha dicho, al principio de esta serie, que el haber investigado la desaparición del
cadáver de Eva Perón, le acarreó al periodista la persecución policiaca y
su posterior encarcelamiento, durante tres meses, en dependencias de Coordinación Federal. Nada
de esto hubiera ocurrido de no haber logrado el esclarecimiento de los sucesos y so posterior
divulgación. Aunque la misma fue restringida, pues la revista "Mayoría", en
la cual se publicó el resultado de aquellas investigaciones, fue apresuradamente secuestrada por el
gobierno al día siguiente a su parición.
Por lo que pudo averiguar el cronista, el cuerpo de Eva Perón fue sacado de la calle Sucre en el
mismo camión azul en el cual había sido transportado desde la sede C.G.T. Los cuatro
hombres señalados los coroneles Arandía y Moere Koening y los capitanes de
navío Manrique y Favarón tuvieron a su cargo la dicha misión. Recibieron orden
de ponerse en marcha y esperar novedades en la Secretaría de Marina, a las 10 horas de ese 17 de
noviembre de 1955. Llegado ese momento, les indicaron que, "bajo la responsabilidad de
ellos", debían circular por la ciudad hasta las 17 horas, en que tendrían nuevas
instrucciones, pero esta vez en la Secretaría de Guerra.
¿Qué pasaba? Simplemente que el gobierno, que a la sazón comenzaba a percatarse
de la magnitud del hecho producido, tan intempestivamente, no sabía qué rumbo tomar.
Aquel cadáver pesaba demasiado, y los "gorilas" comenzaban a sentir ese peso; tanto
sobre su acción política como sobre el alma de cada uno de ellos.
¿Qué pasaría, efectivamente, el día en que la desaparición del
cuerpo de Eva Perón se revelara al público? La situación de desconocimientos no
podría prolongarse por mucho tiempo más. Alguna vez, los dirigentes de la intervenida
CGT, se enterarían y, entonces sobrevendría el desastre...
Así, pues, aquellos cuatro hombres, con su trágica y yerta carga dando vueltas por la
inmensidad de Buenos Aires, eran como el símbolo de cuanto ocurría: eran como la
presencia de un terrible pecado. Y eran, para su mal, los testigos principales.
Tiempo después, el capitán Manrique confesaría que "Arámburu
tenía penado matarnos a los cuatro una vez producida la desaparición efectiva del
cuerpo". "Se nos presentaría ante la opinión pública como los
responsables de todo aquello, asesinados por los comandos peronistas. Si no se materializó la idea
fue, únicamente, en consideración a que los peronistas se "envalentonarían
y podrían pensar seriamente en liquidar a nuestra gente..."
Al fondo del Río
Pero tampoco tuvieron órdenes concretas ese mismo día, por lo cual debieron
aguardar hasta la mañana siguiente. El camión fue estacionado junto a la acera del Estado
de River Plate, en la avenida Figueroa Alcorta, donde pasó la noche con sus cuatro guardianes.
Por fin, con el nuevo día el 18 recibieron instrucciones precisas. Debían marchar a la zona
portuaria, a Dársena Sur, donde estaba el "D.T.1", de la Marina de Guerra, un
transporte fluvial. Habrían de subir a bordo del mismo con su carga, por supuesto que sin revelar
el contenido de aquella caja a nadie. Ni tan siquiera al comandante del buque. Con ella debían
seguir hasta la isla de Martín García, límite entre las aguas jurisdiccionales de
Argentina y Uruguay y base de apostamiento de la Marina del primero de los dos países citados.
"¿Cómo se enteró usted que Eva Perón fue echada al Río de
la Plata?" Esta pregunta se la formuló al periodista, ya preso en sus dependencias, el
omnipotente jefe de Coordinación Federal, coronel Schettini. El modo como fue hecha la
pregunta hizo concebir al cronista que había acertado plenamente en su información. Y
contestó: "Por supuesto que me amparo en el secreto profesional y, a menos que se me
torture, no diré nada sobre cómo obtuve la información. Pero le puedo decir que
conozco todos los pasos dados por aquellos cuatro hombres. Sé que llegaron a la Dársena
sur a las 10 de la mañana, y que, atendido por el comandante del "D.T.1",
capitán de navío, López de Vertorano, subieron personalmente la carga a bordo.
Se llevaron una sorpresa: ¡López Vertorano sabía en qué consistía
aquel "bulto"! Y así se lo dijo a los otros cuatro, que no querían creerlo. Pero
era bien cierto..."
"Prosiga usted", me dijo Schettini, sin inmutarse y en tono amenazador. "Eso ya lo
leí en su nota".
"¿Entonces para qué le seguiré hablando? Todo cuanto sé es que el
cuerpo de Eva Perón, una vez llegado a Martín García, y en la misma noche, fue
embarcado por una lancha y llevado al medio del río donde, sujetado con algunos pesos (creo que
piedra de granito, fue arrojado... ¿Me equivoco coronel?"
Schettini no contestó nada. Llamó a un oficial de guardia y dijo; señalando a su
detenido, es decir, a mí:
"Lléveselo al calabozo! ¡Ya aprenderá a no ser insolente..!"
Y así concluyó aquella conversación. Durante años, este reportero estuvo
convencido de que, efectivamente, el cuerpo de Eva Perón dormía en el lecho del
Río de la Plata. Pero el año pasado, una confesión espontánea del ex
Presidente Frondizi volvió a sembrar de dudas su espíritu...
***Fin de la Tercera Parte***