Raúl Jassen, reportaje de la Agencia FIEL, exclusivo para Excélsior
Primera de cinco partes
Publicado el 30 de marzo de 1966
La mujer pudo ver en los muros de su alcoba una sombra furtiva que se deslizaba a su lado e íbase dibujando, lentamente, gracias a un tenue haz de luz proveniente del exterior. Hacía un calor insoportable, húmedo y pegajoso y ella estaba semidesnuda. Instintivamente, aún antes de extender la mano hacia el apagador de la lámpara, se cubrió con las sábanas.
La sombra, que continuaba precipitándose sobre ella, alzó un brazo y entonces se proyectó trágico juego
chinesco al partir de una pistola. Dominando el miedo, aquella mujer encendió la lamparilla. La sombra
desapareció y en su lugar se encontró con un hombre, de carne y hueso, que mirando hacia el fondo de la
nada, le apuntaba con su arma.
Quiso gritar, pero de su garganta salió apenas un apagado sonido gutural. Con todo, pudo después
hacerlo. La servidumbre recuerda aquel largo grito que interrumpió su sueño: ¡no tires..!
El disparo rasgó el silencio de la noche, sobre aquella cama, la mujer ya no era más que un cuerpo sin
vida. La bala le había atravesado el corazón. Ahora iba a dar trabajo a los peritos de la policía y la
justicia... La muerta era la esposa del coronel Arandia, y éste, el asesino.
El hecho había ocurrido en la ciudad de San Miguel de Tucumán, capital de la provincia argentina del
mismo nombre, la mayor productora de caña de azúcar del país. La fecha 22 de febrero de 1956, durante
el verano tropical de aquella zona.
Pero no intervino la policía. Tampoco los organismos de seguridad. Y, antes bien, el gobierno se
preocupó hondamente porque el asunto pasara inadvertido. Tenía una buena razón para ello: el asesino
era el propio interventor federal de la provincia, el hombre que ejercía indiscriminadamente el poder en
ella.
El robo del cadáver de Eva
El coronel Arandia fue uno de los encargados de la "operación" planeada por los funcionarios del
régimen gorila para secuestrar el cadáver de Eva Perón, custodiado por la Confederación General del
Trabajo, y eliminarlo "del modo más conveniente". Este suceso tuvo lugar en la madrugada del 16 de
noviembre de 1955.
Desde esa fecha, Arandia comenzó a padecer alucinaciones. El mismo se encargó de contar a sus amigos
el modo como se hicieron cargo del cadáver, y lo ocurrido aquella madrugada en que un pequeño grupo
de personas, llevadas por el odio, vejaran el cuerpo de una mujer muerta tres años atrás. Designado
posteriormente gobernador-delegado por el Poder Ejecutivo Federal en actividad, el coronel Arandia
comenzó a enfrentarse con su conciencia.
En numerosas ocasiones trascendió que solía despertarse en medio de sus agitados sueños gritando:
¡Basta!, ¡basta! Por ese camino llegó a imaginarse a Eva Perón presente en cada momento de sus días. En
infinidad de ocasiones, durante las noches, abandonaba su residencia y se dirigía, en automóvil, a gran
velocidad hacia los cerros próximos a la ciudad, o salía a campo abierto, "Iba a olvidar", decía a los
suyos.
"Cuando maté a mi mujer", declaró ante el juez militar, "yo tiraba contra un fantasma cuyo rostro era el
de Eva Perón".
Pero no fue condenado. La justicia no hubo de intervenir más que en esa ocasión. Una mañana, antes de
que finalizara ese mismo mes de febrero, Arandía se vació de un balazo la sien derecha. Más no se había
dado muerte a sí mismo. A él le mató un cadáver. Un cadáver que pesa trágicamente en la vida política
contemporánea de Argentina y que se yergue como una dura amenaza para cualquiera que gobierne el
país: Eva Perón.
Lo han demostrado así, recientemente, en Buenos Aires, los diputados integrantes del bloque justicialista
del Congreso Nacional. Al exigir la formación de una comisión investigadora, encargada de encontrar el
cuerpo desaparecido de Evita, desataron una verdadera ofensiva de todos los sectores gorilas, y el
ministro del Interior, doctor Palmero, tuvo que realizar arduas gestiones para evitar que la oposición
apoyando la demanda del justicialismo lo sometiera a un debate sobre el caso, Ricardo Balbín, jefe del
partido radical del pueblo, dijo a un periodista de la revista "Leoplán"; "Luego de la renuncia de
Onganía, el cadáver de Eva Perón nos ha puesto en un trance muy duro".
Misterio semiaclarado
Históricamente hablando, el caso de Eva Perón es solamente comparable, en Argentina, al del brigadier Juan Manuel de Rosas jefe supremo de la Confederación de 1828 y 1852 , cuyo cuerpo no puede descansar en su patria por una ley especial del Congreso. Esto hizo decir al historiador Enrique Guerrero que, "en Argentina" los muertos mandan más que los vivos.
Pero, particularmente por la forma en que se llevó a efecto la desaparición del cuerpo de la que llamaba la
"Abanderada de los Humildes", por todo cuanto de macabro y de intolerancia tuvo el hecho en sí mismo,
puede afirmarse que lo sucedido después de su muerte a Eva Perón, no había ocurrido anteriormente, en
ninguna parte del mundo. Al menos, del mundo que gusta llamarse civilizado.
Muy pocas personas saben, tanto en Argentina como fuera de ella, cuál ha sido la suerte corrida por aquel
cuerpo, embalsamado por el español doctor Ara en 1952, después de los cuarenta y cinco días que
duraron los funerales, contra la expresa voluntad de la madre de Eva, quien hubiera preferido sepultarla
en el cementerio de Junin, localidad de la provincia de Buenos Aires, de donde provenía la familia. La
idea de embalsamar el cuerpo de la ilustre mujer partió de ella misma expresada en su testamento que se
sabía símbolo de la Revolución Justicialista.
Los que participaron en el robo del cadáver
Quien esto escribe debió soportar la persecución de la policía argentina en 1957, año en que se realizó una investigación (la más completa hecha hasta entonces) con el objeto de documentar debidamente el modo como se habían retirado los restos de Eva Perón, de la CGT, y su destino posterior. Fue una misión puramente periodística desprovista de toda otra finalidad que no fuese la de aclarar un "caso" que apasiona a millones de hombres y mujeres, no tan sólo de Argentina, sino de América del Sur y también de Europa.
Y no otra sigue siendo su voluntad: no descansar hasta que se conozca la verdad. En aquella oportunidad,
el periodista consiguió entrevistar a diversas personas y tomar contacto con algunos de los hombres a
cuyo cargo estuvo el secuestro y traslado de los restos mortales. Los responsables directos de la operación
fueron el general Quranta (jefe de la Secretaría de Informaciones de Estado: SIDE), los coroneles
Arandia y Moor Koening designados por el Servicio de Inteligencia del Ejército: SIE), y los capitanes de
navío Francisco Manrique (a la sazón jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación) y Gustavo
Favarón (del Servicio de Informaciones Navales: SIN).
Incidentalmente, participaron el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, el tristemente célebre
Desiderio Fernández Suárez quien en la noche del 9 de junio de 1956 "fusiló", por su cuenta y riesgo a
10 trabajadores peronistas y el director de Coordinación Federal, de la Policía Federal Argentina, coronel
Schettini. De entre ellos más adelante se verá hay uno que también ha perdido la razón desde aquel
penoso suceso y se ha entregado a una vida deplorable y humillante.
El secuestro
¿Qué hicieron aquellos hombres entre la media noche del 15 y la madrugada del 16 de noviembre del año 1955?
"Alrededor de las once y media de la noche vi detenerse un camión: me pareció que de color azul, ante la
puerta principal bajaron cuatro hombres, uno de los cuales venía al volante. Yo estaba, como de
costumbre, detrás de las ventanas que dan a la calle Azopardo. Cuando llamaron a la puerta, bajé para
saber de qué se trataba. Dijeron que eran de la Policía Federal y mostraron su documentación. Querían
hacer un cateo. Como en aquella época podía pasar cualquier cosa en las horas menos previsibles, les
franqueé la entrada. Enseguida me esposaron y me llevaron a una habitación, donde fui encerrado con
llave y sin luz. Al día siguiente, cuando me encontraron, me enteré que el cuerpo de Eva Perón ya no
estaba en la casa..."
Estas declaraciones, en su momento, le costaron la cárcel de tres meses a Isidro Fernández, uno de los
serenos de la CGT. El periodista las reprodujo textualmente, con la debida autorización del interesado; un
trabajador de sesenta y cinco años que no quiso esconderse del anonimato.
Los peronistas, integrantes de la llamada "Resistencia", mantenían un control continuo sobre la sede de la
Confederación del Trabajo. Se habían enterado mediante un ex ministro del general Lonardi (primer jefe
del gobierno antiperonista, que fue derrocado el 13 de noviembre), que Arámburu y Rojas tramaban algo
con el cadáver de Eva Perón.
Una venganza política permitió, así, el conocimiento del hecho. En aquel entonces aún no habían
concluido los trabajos de albañilería en el monumental edificio de la Fundación de Ayuda Social hoy
transformada en Facultad de Ingeniería , cuyos fondos daban frente a la C.G.T.
Instalados entre los andamios y las verdaderas montañas de arena y cal, los integrantes de un comando de
la "Resistencia", también asistieron a la llegada del camión azul (efectivamente, era de color y pertenecía
a la Policía Federal); "alrededor de las tres de la mañana vimos salir a los cuatro hombres con mucha
dificultad , un cajón alargado. Entonces no dudamos de que, efectivamente, retiraban el cuerpo de Eva
Perón...
Esta declaración corresponde a uno de los peronistas agazapados en el edificio de la Fundación y que,
posteriormente, fue condenado, por el Plan Conintes, a 30 años de cárcel: César Villaurrutia, un
muchacho de alrededor de 20 años, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires.
"Seguimos al camión cuando se puso en marcha. Al principio se metió por algunas calles céntricas. Pero
después retomó la Avenida del Libertador, y a gran velocidad, tomó la dirección de Belgrano. Cuando
pasamos por las barrancas, doblaron a la izquierda y continuaron por la calle Juramento. Nosotros les
seguíamos lo más cerca posible. Pero, como no queríamos ser descubiertos, íbamos a menos velocidad
que ellos. Así fue como, en una de las vueltas, los perdimos de vista. Desesperados, "inspeccionamos" el
barrio casi calle por calle. Al fin, como a las cinco de la mañana, encontramos al camión azul. Estaba
detenido en la calle Sucre, cerca del río, ante una casa de aspecto lujoso. Con todas las precauciones del
caso, nos acercamos al lugar: había luz en la casa y ésta se asomaba a través, de las ventanas.
Arrastrándose, pegado a la pared, uno de los nuestros llegó hasta el camión y consiguió abrir sus puertas
posteriores. ¡El cajón ya no estaba allí...!"
****Fin de la primera parte****