El País Digital
Jueves
24 abril
1997 - Nº 356

'César' Fujimori

El presidente recupera la gloria de hombre duro que aplauden los peruanos

J. J. A. , Lima

Fujimori habla por un transmisor
en la embajada japonesa (Ap).
Nada dispuesta la gran mayoría de los peruanos a la clemencia con el terrorismo, el golpetazo asestado al Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) devuelve al presidente Alberto Fujimori la perdida gloria. Subido en un estribo del autobús que conducía a los rehenes liberados al Hospital Militar, gritando, crecido, «¡Perú es libre, Perú es libre!», el jefe de gobierno no cabía en sí de gozo porque resuelve satisfactoriamente la crisis más grave de su mandato, y lo hace en términos aplaudidos por el grueso de sus compatriotas. La audacia de Fujimori -también demostrada en episodios políticos poco edificantes, el más notable de los cuales fue el autogolpe de 1992-, se puso nuevamente de manifiesto al ejecutar, y asumir los costes, de una operación castrense de alto riego. De haber fracasado, se hubiera enfrentado a una crisis de consecuencias imprevisibles y sus ambiciones de reelección quedaban seriamente comprometidas.

Entre otras razones, el golpe de hace cinco años fue popular porque permitió a Fujimori dotarse de mecanismos jurídicos y militares para combatir sin contemplaciones al maoísta Sendero Luminoso y al MRTA. Que algunos de los resortes aplicados en aquella cruenta lucha fueran de dudosa legimitidad, cuando no denunciables, no incomodó a los peruanos porque eran mucho más insufribles los diarios cortes de energía eléctrica y las bombas plantadas en Lima por las fanatizadas huestes de Abimael Guzmán que las imputaciones sobre vulneración de derechos humanos en las razias castrenses por Ayacucho u otras canteras sublevadas. En aquel Estado amenazado por la desintegración, se hacía imposible establecer un programa estable de recuperación económica.

Instalado en una constitucionalidad a la medida, Fujimori abatió la hiperinflación, encarceló al presidente Gonzalo, cabeza de Sendero, capturó después a Víctor Polay Campos, fundador del MRTA, obligó a la desbandada de las columnas restantes, y ganó las elecciones. La toma de la residencia del embajador japonés en Lima desasosegó otra vez a la sociedad peruana, regresaron los fantasmas del pasado y envenenó políticamente el ambiente pues coincidió con un creciente descontento social, consecuencia de los masivos despidos y costes de una apertura económica que ordenó las cuentas macroeconómicas, pero no llega los bolsillos de la mayoría. Las encuestas registraron una caída de popularidad del 70% al 30%.

Fujimori nunca estuvo dispuesto a ceder, sabedor de que con ello traicionada uno de los activos más aprecidos de su biografía política, el autoritarismo, y se corría el riesgo de sentar un peligroso precedente. Mañana, otro comando de Sendero Luminoso tomaba rehenes y se volvía a las mismas. Ya le costó ofrecer a Cerpa Cartolini refugio en Cuba, probablemente con un millonario rescate japonés, pero en ningún momento estuvo dispuesto a la liberación de los presos del MRTA. Nunca hubo un acercamiento de posiciones porque también el Comandante Evaristo iba a por todas. Termina satisfactoriamente para los intereses generales una crisis muy difícil para Fujimori porque además de ponerle contra las cuerdas, tuvo a su hermano Pedro entre los rehenes. Quienes le tenían por un hombre sin entrañas le vieron llorar cuando informó sobre la muerte de un rehén y dos oficiales. También lloran las familias de los catorce miembros de MRTA, que anuncia represalias.

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