MANUEL DÉLANO
, Santiago de Chile
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En Colonia Dignidad, idílica para algunos y tenebrosa para otros, una finca rural de 13.000 hectáreas situada en las proximidades de la cordillera de los Andes 400 kilómetros al sur de Santiago, viven 300 inmigrantes alemanes. Llegaron a Chile en 1961, convencidos por Schaefer de que se aproximaba la III Guerra Mundial. Venían, supuestamente, a buscar un lugar tranquilo donde formar un hogar para ayudar a niños huérfanos.
Schaefer, entonces prófugo de la justicia alemana por acusaciones de abuso de menores, se instaló en el campo chileno e hizo prosperar la Sociedad Benefactora Dignidad, más conocida como la Colonia Dignidad. Los 300 alemanes y cerca de 100 chilenos que trabajan en el lugar viven aislados, como una secta, sometidos a las rigurosas reglas de Schaefer, que pronto despertaron suspicacias: las personas viven en recintos separados por sexos y edades, trabajan sin cobrar salario alguno, se les prohíbe relacionarse como parejas, salvo que el jefe los autorice y sufren castigos físicos para el que vulnere estas normas. Los terrenos están cercados con alambradas y los colonos alemanes no tienen contacto con los chilenos, salvo a través de los vínculos comerciales de la sociedad, que elabora cecinas, productos agroindustriales y tiene un restaurante, un hospital y una escuela en su interior.
Durante el régimen militar, la Colonia Dignidad sirvió de centro de detención y torturas, y hay denuncias de muertes de prisioneros políticos en el lugar. En la democracia, el Gobierno del presidente Patricio Aylwin canceló la personalidad jurídica a la Colonia Dignidad, para impedirle disfrutar de los subsidios que el Estado concede a las organizaciones de beneficencia.
Pero la acusación central, tal como hace 30 años, es la de abusos contra menores. Cuatro familias de campesinos pobres de las localidades cercanas, que enviaron a sus hijos pequeños a la Colonia Dignidad, donde iban a recibir comida y educación, han logrado sacarlos del centro venciendo la oposición de los colonos alemanes y hoy denuncian abusos sexuales de Schaefer. El tío permanente, como le llaman los niños, los lava desnudos y, a los mayores, los ha sodomizado, según las denuncias. Un muchacho de 16 años admitió que Schaefer le había tocado mientras él se duchaba en el recinto de los colonos alemanes. H. V. V., de 15, dijo después que Schaefer «me bañaba, pero no a mí no más» y «me tocaba esta parte (los genitales)». Otro menor denunció que el jefe de la Colonia Dignidad le había arañado con sus uñas la zona genital.
Un juez especial, de la Corte de Apelaciones, solicitado por el Gobierno, investiga todas las causas contra Schaefer, y ha interrogado a numerosos testigos que culpan al líder de la secta. Pero éste tiene poderosos apoyos. Cuando la policía llegó a la finca para detenerlo en la madrugada del 30 de noviembre, la guardia, que incluye hombres armados, se alertó. A los pocos minutos, Schaefer, de 75 años, daba órdenes enérgicas en alemán a través de altavoces a sus colonos para evitar ser capturado. Un avión, en el que puede haber huido, despegó del aeródromo que tiene en su interior Colonia Dignidad, y aterrizó en un recinto del Ejército, sin que hasta ahora se haya dado una explicación. La policía se retiró con las manos vacías.
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