LUDMILA VINOGRADOFF
, Caracas
Sus padres son obreros con muy pocos recursos económicos que habitan una pequeña vivienda en el pueblo de Cúpira, de 5.000 habitantes, situado en la costa oriental de Venezuela, a 200 kilómetros de Caracas. En medio de su pobreza y marginalidad, la comunidad de Cúpira tiene una orquesta sinfónica llamada Don Pedro Gual. El grupo está integrado por 70 muchachos.
«Mis hermanos se burlaban de mí cuando comencé a tocar por primera vez a los ocho años. Me decían: 'Parece un sapito tocando', y salían corriendo de la casa», recuerda Karelis al demostrar que ahora toca bien desde el himno nacional hasta el Alma llanera y el Aleluya. Hace tres años, una niña de su edad, compañera de juegos, que tocaba un instrumento de viento , la motivó para que entrara en la orquesta infantil.
Los resultados fueron tan asombrosos en tan corto espacio de tiempo que hasta su hermana mayor quiere seguir sus pasos musicales. «Pero ella está muy vieja para eso. Tiene 16 años, y yo le estoy enseñando». No tiene tiempo para jugar con las muñecas. Su vida ha cambiado. «Cuando sea grande quiero ser músico y tocar la guitarra eléctrica», añade.
Ejército de músicos
Como Karelis hay un ejército de 110.000 muchachos que se está formando bajo la batuta de las orquestas sinfónicas infantiles y juveniles, que funcionan como disciplinas electivas dentro de la educación formal. Los alumnos de siete a 12 años de las escuelas y colegios van a la infantil, y los liceístas de 13 años en adelante pueden incorporarse a la juvenil sin abandonar sus clases escolares tradicionales.
En todo el país existen 144 núcleos establecidos de las orquestas juveniles, 54 de las infantiles y 1.500 corales que integran la llamada Fundación de Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela (FESNOJIV), adscrita al Ministerio de la Familia, cuyo secretario ejecutivo es Igor Lanz.
«Los niveles musicales de los 110.000 jóvenes son muy elevados», afirma Lanz al mostrar sus grabaciones de Chaikovski, la Quinta sinfonía de Beethoven y el Gloria o Las cuatro estaciones, de Vivaldi.
La fundación presta asistencia técnica y organizativa a todas las escuelas públicas que quieran incorporarse al sistema musical. Las asociaciones de vecinos, de padres y representantes, ayuntamientos y gobernaciones colaboran al facilitar los locales e instrumentos musicales para el funcionamiento de sus orquestas locales. Desde las poblaciones de indígenas, las zonas marginadas, hasta las urbanas, sin distinción de clase social, tienen oportunidad de formar musicalmente a la llamada generación de relevo.
La carrera musical de los alumnos aventajados ha dado puestos de trabajo a muchos de ellos en el extranjero. Entre otros destacan la primera viola de Gustavo Mújica en la Orquesta de Toulouse, la flauta de Jorge Granado en Nueva York, José Vicente Torres en Bélgica, Ana Beatriz en la Sinfónica Nacional de Portugal y el primer oboe de Jaime Martínez en la de Bilbao.
La FESNOJIV tiene tantos objetivos como integrantes en su programa nacional. Además de la formación académica musical, en la que se despiertan los talentos dormidos -el semillero de los genios-, la creación de un público consumidor cultivado y que se desarrolla la inteligencia de los alumnos para las materias de conceptos abstractos, como el lenguaje, las matemáticas y la geometría analítica, también mejora la sociedad.
«Esto es un proyecto social que se vale de la música como herramienta o arma para el rescate de los niños y jóvenes, alejarlos del ocio estéril y evitar que caigan en las drogas y en la delincuencia», apunta Igor Lanz. El programa está concebido para la tolerancia y la paz, es decir, hacer una sociedad mejor educada y pacífica. «Los muchachos aprenden un arte, la disciplina, la autoestima, a trabajar en grupo, en armonía, a escuchar y disfrutar de la recompensa y el reconocimiento de lo que han hecho», agrega Lanz al mencionar los premios ganados en la Unesco y la Organización de Estados Americanos (OEA).
El método original venezolano de enseñar primero la práctica y luego la teoría, que ahora va a ser aplicado desde las guarderías de los bebés, está siendo copiado por México, Chile, Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Perú, El Salvador y las islas del Caribe. Dentro de poco, esta iniciativa proyecta establecer un sistema mundial de orquestas juveniles.
Mejor que un partido político o una religión
L. V.
, Caracas
Hasta el día de hoy, 400.000 jóvenes han pasado por las orquestas sinfónicas. «Cuando uno los ve por la calle con los maletines de los instrumentos, inmediatamente surge admiración, confianza y solidaridad, aunque no se conozcan personalmente. Actúan como si fueran militantes de una organización. Mejor que la de un partido político o que llevaran un emblema religioso», afirma el instructor audiovisual Jesús Ignacio Pérez Perazzo.
No obstante su éxito social, el programa musical corre el riesgo de estancarse. «Existe mucha demanda, pero, por la crisis presupuestaria, nos hemos visto obligados a recortar las oportunidades para tantos jóvenes interesados. Trabajamos con las uñas, pero seguimos adelante», señala Pérez Perazzo.
© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid
A Karelis Corona Magallanes, de 11 años, se le ha abierto un mundo ancho desde que aprendió a tocar el violín. Además de asegurarse un futuro prometedor, descubrió que podía aplacar la violencia familiar siendo la más pequeña de sus cuatro hermanos. «Cuando se ponen a pelear, empiezo a tocar mi violín, y se tranquilizan escuchándome», asegura la niña con una pasmosa seriedad.
La idea de crear una orquesta de pequeños intérpretes nació hace 22 años, cuando su fundador, José Antonio Abreu, organista, compositor, economista y matemático, se dio cuenta de que la Orquesta Sinfónica de Venezuela, integrada mayoritariamente por viejos emigrantes europeos, no tenía una generación de relevo. Así, con 11 muchachos se decidió crear la orquesta juvenil, extendiendo su participación a todo el país.