El País Digital
Miércoles
21 mayo
1997 - Nº 383

Las Madres de Mayo acusan de cómplice de torturas al nuncio durante la dictadura militar

JUAN JESÚS ÁZNAREZ, Buenos Aires
Una delegación de las Madres de Plaza de Mayo, encabezada por Hebe de Bonafini y Marta Badillo, ha presentado en Roma una denuncia judicial contra monseñor Pío Laghi, ex nuncio de la Santa Sede en Argentina, a quien imputan complicidad activa con los crímenes y violaciones de los derechos humanos perpetrados por la última dictadura castrense (1973-1976). La dos dirigentes de la agrupación de familiares de los más de 10.000 desaparecidos en aquel salvaje periodo registraron la denuncia ante la secretaría privada de Juan Pablo II.

El comportamiento de la Iglesia en aquellos años todavía es motivo de controversia y división en sus propias filas, y muchos prelados admiten que la jerarquía eclesiástica pudo haber hecho mucho más para evitar el terrorismo de Estado. Otros justifican la mano dura y la picana contra la subversión y el comunismo ateo. En la Iglesia hubo de todo: curas de barrio asesinados, capellanes castrenses que asistieron a los verdugos en los potros de las cárceles clandestinas, obispos comprometidos con los más débiles o atormentados por los problemas de conciencia, y una mayoría instalada en la pasividad o en la cobardía.

Justo Laguna, obispo de Morón, asumió entonces la difícil misión de entrevistarse con los comandantes para tratar de salvar vidas. «Creo que debimos haber denunciado con nombres y apellidos las cosas que pasaban, haber armado un escándalo bien gordo», declaró en una ocasión a este corresponsal en su casa provincial.

También conoció al cardenal Laghi. «Nadie está enteramente libre de omisiones. Y tampoco yo, y me arrepiento profundamente. Pero pese a lo que se ha dicho, el nuncio Pío Laghi es un hombre excepcional. Recuerdo que cuando jugó a tenis con Massera (uno de los triunviros de las juntas militares más denunciados) se lo eché en cara. Esto no ayuda». Laguna destaca que pudo salvar a una persona porque Laghi le facilitó un visado de entrada en Venezuela. Las Madres de Plaza de Mayo, sin embargo, le acusan de cosas terribles. «Participó en decisiones sobre las prisioneras embarazadas, que planteaban a sus guardias el dilema sobre si torturarlas o violarlas. 'Que ellas elijan', fue el consejo de Pío Laghi, con el resultado de que primero las torturaban y, cuando ya no aguantaban, las violaban», afirmaron en conferencia de prensa Hebe de Bonafini, Marta Badillo, y Sergio Schoklender.

La Curia argentina ha debatido intensamente la conducta de sus miembros durante la dictadura y qué se pudo hacer cuando trascendían las barbaridades. Ha reconocido los errores cometidos, pero no con la contundencia exigida por los familiares de los desaparecidos. «Hubo en aquel periodo muchos sacerdotes, obispos y monjas que trabajaban junto a nuestros hijos y que fueron igualmente perseguidos y asesinados. La Iglesia nunca los defendió, nunca abrió la boca o protestó por ellos». El abogado Schoklender, que cumplió prisión al ser declarado culpable en un proceso abierto contra él y su hermano por parricidio, se sumó a las Madres de Plaza de Mayo, y ahora asesora en sus demandas judiciales. Según este letrado, monseñor Laghi es ciudadano italiano y puede ser juzgado por la justicia de su país «por delitos políticos cometidos en el exterior». El nuncio en Argentina entre 1974 y 1980 goza, sin embargo, de la inmunidad y fueros propios de su condición de cardenal, que únicamente pueden ser suspendidos por el Papa.

De acuerdo con la denuncia judicial, «colaboró activamente con la dictadura militar (...) y fue visto en los centros de detención clandestina. Se le consultaba si se debía dejar con vida o no a los prisioneros y se le pedía asesoramiento sobre la forma cristiana y piadosa de liquidarles».

La 'forma piadosa'

Las Madres, que destacaron la existencia de testigos contra Laghi, no olvidan la presencia de sacerdotes en la tripulación de los aviones que transportaban a los detenidos hacia el río de la Plata o el océano Atlántico. «Cuando Pío Laghi tomó la decisión sobre la forma piadosa empezaron a tirar a nuestros hijos, vivos todavía, al mar desde aviones. Y había sacerdotes que confortaban tanto a los aviadores como a los que habían dado el empujón final».

Además de admitir las culpas eclesiales, Justo Laguna llamó la atención sobre un problema de fondo. «También creo que este pobre país, con heridas tan fuertes, tiene un pecado capital: la indiferencia social. Acá, según la facción a la que pertenecía el ciudadano, se alegraban de los asesinatos». En las mazmorras donde se cometieron la mayoría, el sacerdote Virgilio Yorio recibió una lección de caridad cristiana. «Usted es un cura idealista, un místico», le explicó uno de sus carceleros. «Cristo habla de los pobres, pero cuando usted lo hace habla de los pobres de espíritu. Usted hizo una interpretación materialista de eso y se ha ido a vivir con los pobres materialmente». El camino era otro: «En la Argentina los pobres de espíritu son los ricos, y usted, en adelante, deberá dedicarse a ayudar a los ricos, que son los que realmente están necesitados espiritualmente».

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