JUAN ARIAS
Pues bien, si hay un tema que hoy toca de cerca a las familias y a los ciudadanos en general es qué futuro les espera a sus hijos. ¿Puede negarse que es ésa una de sus mayores preocupaciones? Ahora bien, hacer profecías al viento es fácil. Hay ya no pocos gurus que se han lanzado a hipotizar cómo va a ser el nuevo siglo que se nos avecina. Fernando Savater, con buen sentido común, ha subrayado que este siglo, en realidad, acabó el día en que se derrumbó el Muro de Berlín. Que no hay fechas mágicas en el curso de la historia.
¿Pero cómo saber, por ejemplo, la forma que tomará la sociedad española dentro de quince o veinte años? Hay un modo bastante acertado de imaginarlo: sabiendo lo que hoy piensan de los problemas más vitales y acuciantes ese millón y medio de jóvenes que se está formando en nuestras 54 universidades españolas, porque de sus filas va a salir, con toda certeza, la mayoría de los líderes que gestionarán nuestra sociedad futura y muy concretamente la universidad misma, cuyo relevo en la docencia tomarán en sus manos.
Ahora, por primera vez, con la encuesta realizada por este diario, las familias españolas podrán tener una visión con carácter científico de lo que piensan sobre las cosas de la vida sus hijos universitarios. Es importante para las familias que tantas veces se quejan de no saber qué piensan sus hijos. Pero creo que es importante también para el colectivo de los universitarios mismos, ya que por primera vez pueden saber qué idea de la sociedad y del mundo tienen no sólo ellos individualmente, sino sus otros compañeros.
Sin duda, antes de esta encuesta, existían muchos estereotipos sobre cómo son y cómo piensan nuestros estudiantes universitarios. No pocos analistas habían anticipado juicios drásticos y apodícticos: son pasotas, derrotistas, insolidarios, pesimistas, infelices.
Pues bien, de un primer análisis de la encuesta lo que aparece claro es que, sin que les falte espíritu crítico -ya que este colectivo cree mayoritariamente, por ejemplo, que nuestra sociedad es "injusta", que la Iglesia Católica es "anacrónica", que la universidad no se preocupa bastante de injertarles en el mundo del trabajo-, se revelan, sin embargo, poco derrotistas. La mayoría cree, por ejemplo, que España mejora; aprecian el "ambiente" que se vive en la universidad, casi todos volverían a escoger la carrera que están haciendo, ven con buenos ojos y como positiva para España su inserción en la Comunidad Europea, puntúan positivamente la generación de sus padres, y lo que mayor seguridad les produce es la confianza en sí mismos y en su preparación.
Alguno podrá decir que publicar que los jóvenes no se sienten infelices, ni derrotados, que no odian a sus padres, que la mayoría sigue creyendo en Dios, no es una noticia, porque no se trata de "malas" noticias, que son las que debe brindar un periódico. Pero ¿quién ha dicho que sólo lo catastrófico y negativo es noticia? Deberíamos preguntárselo a los lectores, a las familias, quienes estoy seguro acogerán por lo menos con igual interés la noticia de esta radiografía de sus hijos universitarios que muchas de las noticias "explosivas" con las que solemos salpicar sus desayunos cotidianos.
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