FRANCISCO GÓMEZ NADAL,
Managua
![]() vibraciones satánicas y rock siniestro. |
Rancheras, boleros, merengue, marimbas... Ésa es la música que se escucha en los pocos locales nocturnos que hay en Managua. El rock sólo tiene cabida en dos discotecas frecuentadas por los hijos del exilio que se criaron en Miami durante la década en la que gobernó el sandinismo. Nadie habla de rock, no hay publicaciones especializadas y conseguir un compacto de Aerosmith es una aventura urbana para los pocos que pueden pagar los 20 dólares que cuesta (una cuarta parte del salario medio).
Las múltiples iglesias evangélicas que proliferan en el país desde hace siete años hablan de satanismo y acusan a los acordes del rock de provocar el suicidio de decenas de adolescentes. Por si le faltaba algo al minoritario estilo musical, varios sectores de la sociedad lo relacionan directamente con la drogadicción y con la promiscuidad sexual. «Sus mensajes van en contra de los valores tradicionales que han hecho de Nicaragua una patria decente y creyente», decía a través de una emisora religiosa un radiopredicador.
Eso era así hasta esta semana. Ahora solamente se habla de rock. El 1 de junio se celebró el concierto Dos generaciones 97, un certamen que une a los viejos rockeros nicas con los más novatos del gremio. Todo iba bien, el pabellón del colegio La Salle estaba a reventar y los chavalos disfrutaban con las versiones de grupos extranjeros y con los pocos temas originales que se pudieron escuchar.
El problema lo creó involuntariamente Ariel Bravo, el vocalista de la banda Dr Doolittle. Salió al escenario con una bandera blanquiazul, la de Nicaragua, la levantó y soltó un largo discurso nacionalista reivindicando el rock local y mandando a Miami a los que quisieran escuchar música gringa. Eso lo vieron los que estaban allí, pero no un joven periodista que al observar las fotos de Ariel agitando la bandera interpretó que se estaba humillando un «símbolo patrio».
Al día siguiente, la portada del periódico de mayor tirada en el país, El Nuevo Diario, titulaba «Grotesca imitación» y remarcaba «Patean la bandera nica para parecerse a rockeros gringos, burda imitación de la subcultura de Estados Unidos». Ahí se inició el revuelo. El debate comenzó en las páginas de los diarios. Se cruzaban editoriales entre aquellos que opinaban que el orgullo nacional había sido pisoteado y los que calificaban al periodista de retrógrado. En las emisoras de radio se abrió la comunicación para que los oyentes se pronunciaran y el debate degeneró en una discusión sobre si era lícito o no imitar «el estilo gringo».
Un inocente concierto de rock (el primero en los últimos seis meses) provocó un debate nacional y una crisis de identidad. La candela volvió a prenderse cuando el autor del artículo de El Nuevo Diario, un joven de 24 años, publicó una columna de opinión en la que pedía a los rockeros de Dr Doolittle que le agradecieran el favor de haberlos hecho famosos cuando eran «unos desconocidos absolutos». Por supuesto no reconocía el hecho de que él no llegó a asistir al concierto.
La polémica ha llegado a tal extremo que la Policía Nacional decidió investigar al cantante de rock. Ha citado a los periodistas y a los organizadores del concierto para comprobar si efectivamente había sido pisoteada la bandera. En ese caso la policía detendría a Ariel Bravo en base a un artículo del Código Penal nicaragüense (que data de principios del siglo XIX) en el que se prohíbe el uso de «los símbolos patrios» en actos públicos de manera ofensiva o irresponsable.
-«¿Por qué visten así, como si no fueran nicas?», preguntaba una oyente radiofónica refiriéndose a los aficionados al rock.
-Otro radioadicto contestó contundente: «Managua está inundada de mariachis y visten como mexicanos... ¿A usted le molesta?».
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