El País Digital
Miércoles
2 julio
1997 - Nº 425

Lluvia de ceniza y cierre del aeropuerto mexicano por la erupción del Popocatépetl

MAITE RICO, México
La alarma cundió en la tarde del lunes en el valle de México después de que el volcán Popocatéptl, situado a 60 kilómetros de la capital mexicana, registrara la actividad más intensa desde 1925. Siete movimientos sísmicos precedieron a una «exhalación» de grava y arena que formó una hongo gris de 10.000 metros de altura y 50 kilómetros de diámetro. Un manto de ceniza cubrió la capital y el aeropuerto tuvo que suspender sus actividades por falta de visibilidad. Las poblaciones más cercanas al volcán, en las que viven 100.000 personas, están preparadas para una eventual evacuación.

Eran las nueve de la noche, hora local, cuando sobre la Ciudad de México empezó a llover. Caían gotas espesas, terrosas. El lodo empezó a agolparse en las aceras y en los cristales de los vehículos. En los barrios del sur y del este, los más afectados, la brisa traía un olor a campo quemado. Los ojos y la nariz ardían. En la calle cundió el miedo. Se buscaban las explicaciones: o bien alguna fábrica había explotado, o bien el fin del mundo se venía encima, y, para colmo, justo antes de la elección de alcalde el próximo domingo.

El fenómeno era, de hecho, consecuencia de un enorme estornudo del Popo, de 5.452 metros de altura. El volcán empezó en diciembre de 1994 a desperezarse de un prolongado letargo. Con los primeros temblores, que comenzaron a media tarde, los servicios de protección civil se movilizaron. Las autoridades de los Estados de Puebla y Morelos decretaron la alerta roja. Las campanas de los poblados situados en las faldas del volcán repicaron para anunciar a los habitantes que se reunieran, listos para una evacuación. No hacía falta. La mayoría se había reunido ya en las iglesias a rezar y a pedirle a Don Gregorio, como llaman al volcán, que cesara en su enojo.

Los vecinos de Santiago Xalitzintla, tan sólo a 12 kilómetros del cráter, tuvieron que abandonar sus casas ante la llegada de una estruendosa avalancha de lodo y piedras producto del derretimiento del glaciar que cubre la ladera noroeste del volcán. Éste es, dicen los expertos, el mayor peligro que entraña una erupción del Popocatépetl. Un sobrecalentamiento del volcán podría fundir el hielo y generar el llamado lahar, una caída masiva de agua y piedras que arrastra todo cuanto queda en su camino. Esto fue lo que sucedió en noviembre de 1985 en el volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, que dejó 23.000 muertos.

El Popo, no obstante, se encuentra bajo permanente estado de vigilancia. Una comisión de sismólogos, vulcanólogos y expertos en protección civil vive enchufada al centro de seguimiento de la actividad del volcán. Y son ellos quienes controlan el semáforo de alerta, que entrada la noche volvió a la luz amarilla ante el progresivo descenso de la actividad del volcán. La vigilancia, pese a todo, se ha extremado. En la madrugada se produjo una nueva emisión de gases y dos temblores de escasa magnitud.

La capital vuelve poco a poco a la normalidad. El aeropuerto de la Ciudad de México, que suspendió sus actividades a las nueve de la noche del lunes por falta de visibilidad, entró de nuevo en funcionamiento en la mañana de ayer. Desde hace varios meses, las rutas aéreas han sufrido modificaciones debido a las enormes emisiones de dióxido de azufre, que afectan a los motores de los aviones.

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