MANUEL DÉLANO
, Santiago de Chile
Los Gobiernos de los países limítrofes no han expresado oficialmente temor de que las compras chilenas (más por su avanzada tecnología que por su cantidad) generen un desequilibrio que induzca a una carrera armamentista. El domingo, entrevistado por el diario La Época, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea argentina, Rubén Montenegro, de visita en el país, pidió «no buscar perturbaciones donde no las hay. No se puede hablar de carrera armamentista de parte de Chile». E informó a su vez que Argentina desea modernizar su fuerza aérea, especialmente sus aviones Mirage: «No creo que eso provoque algún tipo de inquietud» en el Ejército chileno.
Pero el resquemor, en algún grado, existe. En febrero, el diputado argentino Erman González, ex ministro de Defensa del presidente Carlos Menem y miembro de las comisiones de Defensa y Relaciones Exteriores del Congreso, advirtió al matutino La Nación que el deseo chileno de comprar aviones F-16 «no deja de inquietar». Y aadió: «Dar un paso adelante en estas adquisiciones y generar desequilibrios en la región amenaza la tranquilidad, no digo la seguridad, de cada uno de los pueblos vecinos». La preocupación, reconoció sin embargo, ha bajado un tanto por la explicación oficial de que Chile sólo está sustituyendo su material antiguo.
En Bolivia, el senador Valentín Abecia, del Partido Movimiento Nacionalista Revolucionario, advirtió de la incongruencia de «adquirir armas cuando se habla de integración regional». Según dijo Abecia a La Tercera, nadie sabe «para qué se está armando Chile» y ello está generando «comentarios desfavorables».
En una reunión con expertos en defensa, a finales de febrero, el embajador argentino en Santiago, Eduardo Iglesias, les preguntó si los militares estaban impulsando a Chile hacia una actitud más agresiva. Uno de los comensales, asesor del Ministerio de Defensa, le replicó que lo que pasa es que hoy los chilenos dicen en público lo que piensan en privado. «Siempre hemos adquirido armas», continuó, «pero queremos que sepan lo que estamos comprando, porque es una medida de confianza».
Los nuevos submarinos han acabado de acentuar la desconfianza. Desechando las alternativas que le ofrecieron los modelos sueco, británico y alemán, el Gobierno chileno eligió definitivamente comprar dos submarinos del tipo Scorpene para sustituir a dos unidades ya obsoletas. Las naves no navegan todavía por el mundo, pero están siendo construidas por el consorcio franco-español DCNI-Bazán, y podrán ser incorporadas a la flota local en los próximos cinco años, en una adquisición que las autoridades consideran como un proceso de renovación de armamento.
El ministro de Defensa Edmundo Pérez, que esta semana cumple un programa de visitas en Italia y España que incluye los astilleros Bazán, advirtió que la decisión no está adoptada por completo.
Aunque declinó referirse al coste de la adquisición, ésta es cercana a los 450 millones de dólares, según ha trascendido, un valor similar a la construcción de la central hidroeléctrica Pangue, levantada sobre el caudaloso Biobío e inaugurada en enero. Aunque Chile mantiene cuatro submarinos, el mismo número que Argentina y dos menos que Perú, con esta adquisición incorpora dos nuevas unidades equipadas con la tecnología naval más avanzada que habrá en el Cono Sur.
No es la única compra en el portafolio criollo. La Fuerza Aérea de Chile busca renovar sus anticuados aviones A-37. Un candidato acecha con vigor, aunque su venta requiere de una aprobación especial de la Casa Blanca, por la prohibición de proporcionar armas con tecnología avanzada a Latinoamérica que impuso la Administración Carter cuando los atropellos a los derechos humanos eran cotidianos en esta zona del mundo: el caza estadounidense F-16, un aparato que en combate se impondría con facilidad a los de los países vecinos.
Las autoridades chilenas niegan categóricamente que estén empeñadas en un programa armamentista. En esta materia, sí hay consenso entre civiles y militares. Y con la asociación del país al Mercosur y su política de búsqueda de mercados, han cambiado las concepciones de la defensa. Argentina, con la que Chile estuvo al borde de una guerra en 1978 por diferencias limítrofes, será el principal abastecedor de gas de Santiago. Así, las relaciones económicas están modificando las ideas de la seguridad nacional.
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Por primera vez en muchos años, Chile tiene recursos para comprar armas. Con la economía más vigorosa de la región, considerada el tigre latinoamericano, un crecimiento del 7,2% el año pasado y un sorprendente superávit fiscal, Chile, según estadísticas internacionales que las autoridades rebaten, es el país que más gasta de América Latina en armas: un 3,5% de su Producto Interior Bruto (PIB). La reciente adquisición de dos nuevos submarinos ilustra el panorama y hace levantar las cejas a sus vecinos, que ven con preocupación un hipotético rearme en la zona.