CARLOS ARES
, Buenos Aires
A los 940 muertos durante el conflicto que se inició el 2 de abril de 1982 con la invasión de las tropas argentinas a las islas y se extendió hasta el 14 de junio de ese año, cuando las tropas inglesas recuperaron Puerto Argentino y se firmó el cese del fuego, Argentina debe sumar hasta ahora otros 200 muertos a los que se considera que, «de una u otra forma, han sido víctimas (suicidios) del llamado trastorno por estrés postraumático o trauma de guerra », según el informe de los centros zonales que reúnen y asisten a los veteranos de guerra.
Las Fuerzas Armadas argentinas, después de los primeros años tras la derrota y el fin de la dictadura militar que por entonces padecía el país, lograron identificar a 21.687 veteranos de guerra, de los que 3.716 reciben atención por distintos grados de invalidez. Los centros de veteranos de la provincia de Buenos Aires, que representan a unos 6.000 ex combatientes de la región, comprobaron que el 90% «no tuvo nunca ningún tipo de control o asistencia médica». Por los testimonios de la mayoría saben también que «no tienen vivienda propia ni trabajo fijo».
El Ministerio de Salud de Buenos Aires, la provincia más importante del país, quiso realizar su propia encuesta, y de 500 formularios que envió sólo recibió 151 a vuelta de correo. Según esa consulta, la mayoría de los veteranos no reciben ninguna asistencia médica ni psiquiátrica, no tienen trabajo, más de la mitad tienen problemas físicos o mentales y ni siquiera saben que se realiza ahora -15 años más tarde- un «programa de recuperación» a cargo de dos expertos norteamericanos, el licenciado en Ciencias Médicas Bruce Wesbster, veterano de la guerra de Corea, y Garry Craig, ex combatiente en Vietnam.
En una entrevista concedida al diario La Nación, que se edita en Buenos Aires, Craig aseguró que «muchos veteranos norteamericanos viven marginados, lejos de sus familias y de los amigos. No se sienten respetados. Allá o aquí, el sufrimiento de los veteranos es el mismo».
Quince años después de la guerra, los testimonios de los veteranos de las Malvinas confirman la hondura del drama que aún les agobia. En el libro titulado Partes de guerra, que se distribuye esta semana en Buenos Aires, los sociólogos Graciela Speranza y Fernando Cittadini reconstruyeron el conflicto con retazos de cientos de entrevistas realizadas a oficiales y soldados.
Uno de ellos, Gustavo Pedemonte, en el epílogo del libro recuerda: «Así y todo, cuando empezaron a subir los ingleses, nosotros les hicimos frente. Les gritábamos: '¡Viva la patria, vengan hijos de puta, los vamos a ma
tar!'. Y de repente se me murieron tres de los que estaban conmigo en el pozo. Y después, otros tres. ¿Cómo no iba a enfermar? ¿Cómo no me iba a sentir como me sentía cuando volví? Y aún hoy, que nadie nos reconoce, tenemos que seguir peleando, pues los libros te cuentan una historia y los diarios te cuentan otra en cada aniversario... y entonces pienso: ¿Y yo, qué, que estuve allí? ¿Para esto vi morir a mis compañeros?».
El ex general Leopoldo Fortunato Galtieri, que encabezaba la Junta Militar de la dictadura de 1982 y ordenó la invasión de las islas Malvinas el 2 de abril, sufre a su vez las consecuencias de la adicción al alcohol que ya padecía entonces y vive en reclusión casi perpetua en su piso de Buenos Aires. Esta semana el Gobierno le ha rechazado nuevamente el reclamo de una pensión que, según Galtieri, debía corresponderle por ley tras ejercer la presidencia de la nación durante la dictadura.
El Gobierno consideró que, tal como le había contestado ya en otra ocasión al exgeneral Jorge Videla, ninguno de los dos había ejercido el cargo de presidente de la nación «con el alcance que a esta magistratura le atribuye la Constitución». A su vez, la justicia española ha reclamado la captura internacional de Galtieri para someterle a proceso por la desaparición de cuatro ciudadanos españoles cuando el general era el jefe del II Cuerpo del Ejército de Tierra, con base en Rosario.
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Quince años más tarde, la guerra que sostuvieron Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las islas Malvinas, situadas en el océano Atlántico, 550 kilómetros al este de la costa patagónica argentina, continúa causando bajas entre los ex combatientes del Ejército argentino, que en su mayoría eran entonces soldados rasos y fueron enviados con equipamiento precario y sin instrucción a servir de carne de cañón.