PILAR LOZANO
, Bogotá
![]() guardia en Urabá (AP). |
El año pasado, la cifra fue de un miembro de la UP asesinado cada dos días. Este año no han hecho o no han querido actualizar la macabra estadística. Sólo está claro que los candidatos en las zonas de control paramilitar están aterrorizados, todos han sido amenazados. Y el temor es general: cualquier colombiano, de cualquier condición, tiene claro que las elecciones que se avecinan -regionales en octubre y presidenciales en marzo del próximo año- van a ser las más violentas de la violenta historia política de este país.
«Vamos a participar en donde nos dejen. Los informes que tenemos son realmente angustiosos», dijo a EL PAÍS Quiroga. Y rápidamente hizo un recorrido por el mapa electoral colombiano. En el norte hay zonas completamente controladas por fuerzas paramilitares. En la provincia de Córdoba, por ejemplo, la Unión Patriótica no puede tener una sede fija y la Corriente de Renovación Socialista, fracción del Ejército de Liberación Nacional, que pasó a ser partido político tras renunciar a la lucha armada y firmar un acuerdo con el Gobierno, tuvo que renunciar a participar en la contienda electoral, pues sus dos candidatos a corporaciones públicas fueron asesinados. Los concejales que tenían en la provincia de Sucre corrieron igual suerte.
Ejército impasible
«Mi angustia es grande, hace poco regresé del Magdalena Medio (rica región ganadera y agrícola en el centro del país) y en Puerto Wilches, por dar un solo ejemplo, los paramilitares llegaron el pasado 9 de julio. Están allí, a pocos pasos de la policía, y no pasa nada», continúa Quiroga. No es ella la única que habla de esta paradoja. Cualquiera que salga de las grandes ciudades se puede encontrar con que los paramilitares hacen retenes, vienen o van, y todo a pocos pasos de los comandos militares.
Pero el temor no es patrimonio de los partidos de la oposición de izquierda. Lo sienten también miembros de los partidos tradicionales, liberal y conservador. En la sureña provincia de Guaviare, por ejemplo, expulsaron a los liberales. La culpable de todo es la polarización a la que se ha llegado por la guerra entre paramilitares y guerrilla y que ha desgarrado el país.
Según un informe de la revista Semana, 622 de los 1.062 municipios colombianos tienen influencia guerrillera. Los paramilitares la tienen en 450. Los dos grupos han anunciado ya, y lo están cumpliendo, que no dejarán ningún espacio para que sus enemigos hagan campaña política. Para los paramilitares, los enemigos son la UP, el partido comunista, los movimientos cívicos y de izquierda a los que señalan como colaboradores de la guerrilla. Para la guerrilla, son todos los políticos tradicionales que consideran corruptos o cercanos a los paramilitares. Ambos grupos armados parecen tener claro que su influencia seguirá siendo incompleta si no se toman las administraciones municipales.
La táctica de la guerrilla -sobre todo en la provincia de Antioquía- ha sido la de secuestrar alcaldes y candidatos. Les exigen que se pronuncien contra los paramilitares y contra las Convivir -cooperativas de seguridad-, organizaciones legales que, según el Gobierno, cumplen una función de apoyo a las fuerzas militares y, según otros -la Iglesia y las organizaciones de derechos humanos-, no son más que la legalización de los grupos paramilitares.
«Si yo salgo a hablar públicamente en contra de los paramilitares y de las Convivir, estoy diciendo el color y el tamaño de mi ataúd, porque los otros me van a señalar como auxiliador de la guerrilla», dijo un político antioqueño. Es común que otros digan que cosas como éstas les obligan a pensarlo dos veces antes de aspirar a algún cargo público. Algunos políticos -entre ellos, el alcalde de Ituango- ya fueron ejecutados por la guerrilla. Este año, cinco alcaldes han sido asesinados y 12 han renunciado por amenazas.
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«En el Caquetá, provincia amazónica, la gente que no está en el partido comunista o en el liberal no tiene quién le defienda. Y si llegan a adquirir algún tipo de poder, son asesinados. En la Guajira (en el norte del país), los paramilitares están haciendo o incidiendo en la política; en Antioquía, las Convivir han significado la desaparición de dirigentes sindicales y sociales. En Urabá (zona ganadera en el Caribe), la UP no puede participar en las elecciones», afirma Jiménez.
Las amenazas no han tocado únicamente a los aspirantes a cargos públicos. En el Putumayo, al sur del país, la Registraduría, órgano electoral, envió funcionarios para llevar a cabo el proceso de inscripción. Cinco de ellos tuvieron que regresar porque las amenazas les impidieron cumplir con su trabajo. La situación es tan grave que la directora en Colombia de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la española Almudena Mazarrasa, expidió un comunicado en el que se «condena enérgicamente la escalada de amenazas y atentados contra los representantes electos y candidatos que se preparan a participar en el próximo proceso electoral».
P. L.
, Bogotá
Hace pocos días, durante la entrega del informe que anualmente realiza la Comisión Andina de Juristas sobre la situación de los derechos humanos en Colombia, los dirigentes de las más reconocidas organizaciones no gubernamentales del país estuvieron de acuerdo en mostrar el mismo desaliento frente al futuro. Se insistió en el incontenible avance paramilitar, sin que el Gobierno haga nada para evitarlo. Se habló de la absoluta polarización a la que ha llegado el país: quien no hable a favor de los paramilitares o de las cooperativas de seguridad, las Convivir, queda automáticamente del lado de la guerrilla.
«No queremos ni imaginar lo que va a venir», fue el comentario general. Todos coincidieron también en que la situación se ha agudizado a medida que se acercan las elecciones. Según este informe, más del 60% de los crímenes políticos cometidos el año pasado en Colombia se atribuyen a los grupos paramilitares. No es difícil prever que la cifra de este año va a ser mucho mayor. Sólo la última acción paramilitar se cobró la vida de 30 campesinos en la población de Mapiripán, en la provincia de Meta.
Los maestros, perseguidos
«En este país no hay derecho a pensar», dijo a este diario Tarsicio Mora, de la Federación Nacional de Educadores Fecode. Los maestros han sido otro de los sectores duramente golpeados por el paramilitarismo. A través de un paro, iniciado hace dos días, y con la publicación de un aviso fúnebre en los grandes periódicos del país con los nombres de los 24 maestros asesinados este año, han querido llamar la atención sobre la aberrante situación en que se encuentran. En este momento hay 200 maestros amenazados en toda Colombia.
Un punto álgido en este debate sobre derechos humanos ha sido el de las Convivir. En este momento hay 600, y se espera que el número se duplique a finales de año. El Ejército y un amplio sector político las defiende como legítimo derecho a la defensa. Almudena Mazarrasa se sumó a la controversia. La comisionada pidió, como ya lo han hecho otras 15 ONG, que se considere la posibilidad de revocar el decreto que las creó. De inmediato se levantaron muchas voces en su contra, entre ellas la del presidente del Comité de Víctimas de la Guerrilla, que pidió, en carta dirigida a la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, que Mazarrasa sea retirada de su cargo.
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