El País Digital
Miércoles
23 abril
1997 - Nº 355

El Ejército de Perú libera a los rehenes de la embajada y mata a los secuestradores

LAURA PUERTAS , Lima
Decenas de soldados de unidades de élite del Ejército de Perú asaltaron anoche -primera hora de la tarde en Lima- la Embajada de Japón en la capital peruana y liberaron a 71 de los 72 rehenes que permanecían en poder de los miembros del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) desde el pasado 17 de diciembre. Todos los secuestradores -catorce, según los datos oficiales- murieron en el asalto. El presidente Alberto Fujimori confirmó que uno de los rehenes, el juez peruano Carlos Giusti, y dos de los militares que intervinieron fallecieron en la operación, perfectamente planificada.


Miembros del Ejército peruano protegen al ministro
de Exteriores peruano, Francisco Tudela (Reuter).
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Varios rehenes consiguieron salir del recinto diplomático en medio del humo de las bombas y de un intenso tiroteo. Otros, heridos, fueron recogidos en camillas.

El presidente peruano, Alberto Fujimori, vestido con pantalones y botas militares y chaleco antibalas, dirigió personalmente las acciones desde las proximidades del recinto diplomático. Concluido el asalto, Fujimori se paseó victorioso entre sus soldados, que lo aclamaron jubilosamente. El primer ministro japonés, Ryutaro Hashimoto, lamentó la pérdida de vidas en el asalto, pero agradeció la actuación de Fujimori.

El asalto se inició a las 15.15 horas de Perú -de noche en España-, cuando los secuestradores estaban jugando al fútbol, según fuentes policiales citadas por la televisión. Un primer grupo de 15 soldados equipados con máscaras antigás abrió con explosivos varios boquetes en el techo de la embajada desde los que dispararon y penetraron en el interior del recinto. Otros militares entraron por un túnel construido hace varias semanas. Inmediatamente, y en medio de enormes columnas de humo y de intensos intercambios de disparos, parece que los secuestradores dispararon a las piernas a varios de los retenidos, mientras los soldados herían a muerte a todos los secuestradores.

Uno de los primeros rehenes que salió del recinto fue el ministro peruano de Exteriores, Francisco Tudela, quien estaba herido en una pierna. También abandonó rápidamente el lugar el embajador japonés en Lima, Morihisha Aoki.

Media hora después de que se iniciara la operación relámpago, que duró menos de cuarenta minutos, varios soldados encaramados a la terraza de la embajada enarbolaron sus armas y gritaron de júbilo ante lo que parecía una victoria rápida e inesperadamente fácil.

Los primeros datos que se filtraron daban cuenta de que, además de un rehén y dos soldados, los catorce miembros del comando del MRTA habían perecido en la acción ordenada por Fujimori.

Una fuente allegada al Gobierno peruano declaró a la agencia Efe que «no hay nada oficial sobre la suerte de los rehenes», pero subrayó que «en las operaciones de rescate, según las normas de procedimiento militares, no se toman prisioneros». Parecía la primera explicación pseudooficial a la muerte del comandante Evaristo y sus compañeros de comando.

El único rehén muerto fue el vocal primero de la Corte Suprema Carlos Giusti, un magistrado de reconocida trayectoria y con una carrera impecable.

A las 15.15 de la tarde (22.15, hora peninsular española) fuertes detonaciones rompieron la calma del barrio residencial limeño de San Isidro. Ese fue el inicio de la espectacular operación que terminó con el cautiverio de 126 días. Terminado el asalto, el presidente Fujimori llegó a la residencia nipona. Allí se abrazó con los rehenes liberados y felicitó al comando de élite del Ejército que se encargó del rescate. El himno nacional peruano, interpretado a pleno pulmón por tropas y rehenes liberados, fue el broche de oro de la operación de rescate.

Tras 25 minutos de disparos, detonaciones y de confusión, una veintena de rehenes comenzaron a salir, agachados, por el techo de la residencia, flanqueados por los soldados en uniforme de combate. Poco después, los rehenes fueron situándose a un lado de la residencia, tras unos árboles. Todavía confundidos por la situación, allí mismo se abrazaban, como si no pudieran creer que el final de la pesadilla había por fin llegado.

Uno de los primeros rehenes identificados fue el comandante general de la Marina, Luis Giampettri, y el general de la policía y ex jefe de la Dincote, Luis Domínguez. Luego se pudo ver a los ex ministros Dante Córdova y a varios rehenes japonés. Humaredas, explosiones, sangre y decenas de militares fuertemente armados formaban parte de la escena que sorprendió a todos.

Luego hizo su aparición en escena el presidente Fujimori, quien orgulloso y como un general triunfante penetró por la puerta principal de la residencia en mangas de camisa y con chaleco antibalas, y junto a rehenes y militares, que dieron vivas por lo que consideraron una operación exitosa.

Dos autobuses transportaron a los rehenes liberados hasta el hospital de la Policía donde los familiares esperaban ansiosos el momento del esperado reencuentro con sus seres queridos. Muchos de ellos, con la barba crecida, eran prácticamente irreconocibles.

Hasta nueve soldados fueron retirados de la residencia japonesa en camilla. Algunos parecían heridos de gravedad. Fujimori confirmó posteriormente que había dos militares muertos. También una docena de rehenes salió en camilla, con heridas en las piernas y abdomen. Uno de ellos era el ministro peruano de Exteriores, Francisco Tudela, que fue operado de una fractura en la pierna y se encuentra en «buen estado», según informó el diputado peruano Rafael Rey.

El embajador japonés, Morihisa Aoki, resultó ileso. Junto con él salieron cuatro funcionarios de la embajada nipona en Lima. En la víspera, EL PAÍS pudo hablar con un grupo de mujeres de los cautivos y su preocupación por el desenlace de la crisis era evidente. Y es que las negociaciones se habían empantanado, tras la negativa de Fujimori a liberar a un sólo emerretista. Por su parte, el MRTA continuaba exigiendo la liberación de un grupo significativo de sus compañeros sentenciados por terrorismo.

El fin de la crisis llega en momentos de crisis política y de un ambiente enrarecido por acusaciones contra siniestras actividades de los servicios de espionaje militares que van desde la tortura sistemática hasta el asesinato contra sus propios miembros. Algunas de las denuncias tienen visos de verosimilitud y han abierto una crisis política en medio de la cual renunciaron, la semana pasada, el ministro del Interior y el jefe de la Policía.

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