PILAR LOZANO,
Cartagena del Chairá
«Hoy, 15 de junio, ante Colombia y el mundo, las FARC han cumplido», gritó Joaquín, el comandante del Frente Sur de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia frente a los 70 soldados que seguían siendo sus rehenes. Minutos antes, en rigurosa formación, estos mismos soldados le habían dado un saludo militar. Cuando el comandante ordenó romper filas, el soldado Otoniel Ochoa dejó en libertad a un loro con el que llegó por la mañana a Cartagena del Chairá. «Él me acompañó durante todo mi cautiverio, y ahora, como yo, quedará en libertad», dijo mientras lo instaba a volar.
Uno de los 70 soldados liberados ayer por las FARC es abrazado por su madre (AP).
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A las dos de la tarde, cuatro horas después de lo previsto, los 70 rehenes entraron en la plaza principal de esta población. Antes de que alguien lo pudiera evitar todo se convirtió en una confusión de lágrimas y abrazos. «¡Hijo mío, al fin!», «Es como si volvieras a nacer», «No lo puedo creer», se escuchaba como en un solo sollozo. Cuando alguien logró restablecer el orden volvió el silencio, roto por el himno de Colombia y por el de las FARC.
«Compañeros de las FARC, por la patria, la tierra y el pan», cantaron al unísono los guerrilleros que controlaban el acto. Después, en una breve oración por la paz, monseñor Luis Augusto Castro, uno de los que más hizo por este final feliz, pidió tolerancia y abogó porque las semillas de paz sembradas hoy den sus frutos.
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Pero el espectáculo se lo robó sin duda el comandante Joaquín, quien de pie frente a la bandera de la organización guerrillera, habló durante 20 minutos con un discurso que fue retransmitido en directo por radio y televisión a todo el país. Habló de un gobierno débil, entregado a las Fuerzas Armadas.
Los primeros soldados llegaron a esta población a orillas del río Caguán a las 8.30 de la mañana. «Esto es algo muy hermoso», fue lo primero que se le ocurrió decir a Rubén Bolaños, uno de ellos. «Luchamos hasta el final, no nos rendimos», soltó enseguida, recordando aquel 30 de agosto pasado en que lo sorprendió la guerrilla en la base militar de Las Delicias, la más grave derrota sufrida por el Ejército. «Estuvimos en el Putumayo (una provincia más al Sur), nos llevaron luego al Ecuador», contaban por retazos algunos soldados a través de las pequeñas ventanas de los helicópteros a los periodistas. Con frases hilvanadas se supo que durante los 10 meses de cautiverio los militares estuvieron divididos en pequeños grupos y que sólo en la noche del sábado se volvieron a reunir en un cambuche (campamento) preparado por la guerrilla muy cerca de esta población.
«El sábado fue el día clave», explicó el sacerdote Jorge Martínez, miembro de la Comisión de Conciliación que ha mediado en la liberación. A bordo de un helicóptero blanco, Martínez estuvo a la cabeza de la operación que recogió, de acuerdo con planos dados por los guerrilleros, a los soldados que estaban en distintos frentes. «Estamos muy contentos», dijo a este diario José Noé Ríos, quien llevó la batuta del Gobierno en esta negociación, mientras esperaba la llegada de los últimos soldados. «Es la primera vez en la historia colombiana que se realiza un acuerdo con las FARC y se cumple». Y efectivamente, el minucioso plan se cumplió, con la salvedad de unas horas de retraso, tal como estaba programado. Desde las diez de la noche del sábado empezó la toma guerrillera a Cartagena del Chairá. Varios compañeros llegaron en canoas por el río y, en grupos de 10 hombres, realizaron rondas de vigilancia con vehículos todoterreno. El ambiente de optimismo reinaba también entre el grupo de observadores internacionales, entre ellos el embajador de España, Yago Pico de Coaña, y de otros cuatro países europeos. Para todos ellos resulta indiscutible la importancia del hecho. Al terminar el acto en la plaza los soldados, para sellar su paso a la libertad, firmaron uno a uno un acta frente a los delegados de la Cruz Roja Internacional. Esa misma organización fue la encargada de transportar a los militares liberados y a sus madres a la base de Larandia, cerca de la capital provincial, donde el alto mando militar, con música y pancartas, les dio la bienvenida.
Aquí, en Cartagena del Chairá, pasada ya la histórica jornada, quedará una sombra de temor. «No queremos que los helicópteros, que en estos días son portadores de vida, humanitarismo y esperanza, vengan después como mensajeros de terror y muerte», les dijo el alcalde, Víctor Oimé, a los observadores.
El mayor éxito de las FARC
P. L.
, Cartagena del Chairá
No hay duda: la entrega de los 60 soldados y 10 infantes de marina que estaban en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el grupo guerrillero más grande del país, parte en dos la historia del conflicto armado en Colombia. Es, además la primera vez en cinco años que las FARC y el Gobierno comparten mesa. La sensación que se sintió ayer en Cartagena del Chairá es que políticamente las FARC ganaron mucho terreno. «Son cosas de la guerra. Somos dos ejércitos enfrentados en una lucha de clases», dijo un guerrillero que aparecía orgulloso, dueño de la situación.
¿Ha entregado el Gobierno demasiado? A esta pregunta contestaron con un no todos los que ayer presenciaron la entrega, y se contagiaron de la indescriptible emoción de las 70 humildes madres que, después de diez meses de doloroso y largo peregrinar, dieron un abrazo infinito a sus hijos. Desde lejos, las cosas se analizan con más frialdad. Para muchos fue una gran humillación para las Fuerzas Armadas, un precio muy alto para un Gobierno débil como el de Ernesto Samper. El ex consejero para la paz Jesús Bejarano declaró: «Lo que hubo no fue una negociación, fue una entrega».
Desde el comienzo la guerrilla tenía la sartén por el mango. Su intención fue siempre clara: explotar políticamente el triunfo militar de la toma de la base militar de Las Delicias, la mayor derrota que ha sufrido el Ejército y que dejó 31 muertos y 60 retenidos. ¿Es lo ocurrido ayer un precedente para buscar la paz o es, por el contrario, la antesala de la agudización de la guerra? Es hoy el gran interrogante abierto. «A partir del reconocimiento de las partes en conflicto, se sientan las bases para que la negociación ocurra», dijo Augusto Ramírez O’Campo, miembro de la Comisión de Conciliación.
Para muchos analistas, el verdadero objetivo de la guerrilla era lograr que se le otorgara estatuto de beligerancia. Muchos creen que con la entrega de los militares las FARC han alcanzado más de lo que jamás habían hecho en 40 años de combates en la montaña: se mostraron como una fuerza política irregular y lograron sacudirse la imagen de narcoguerrilleros. «Mal que nos pese, las guerrillas en Colombia, aunque actúen de forma delincuencial, son organizaciones político-militares con las que el país tendrá que enfrentar tarde o temprano un proceso de solución negociada al conflicto armado», dijo Alfredo Rangel, ex asesor de seguridad nacional.
El análisis no es sencillo. Lo cierto es que de ahora en adelante, en caso de que haya cualquier proceso de paz, las FARC podrán utilizar un tono de voz más alto.
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