El País Digital
Martes
8 julio
1997 - Nº 431

México pone fin a siete décadas de autoritarismo

MAITE RICO, México
México ha decidido poner un alto a siete décadas de autoritarismo. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) vio ayer desmoronarse la hegemonía que ha sustentado desde 1929 al perder, según los resultados provisionales de las elecciones del domingo, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. La oposición le ha arrebatado, además, otros dos importantes trofeos: la izquierda, con Cuauhtémoc Cárdenas al frente, ha arrollado en los comicios a la alcaldía de la Ciudad de México, mientras el conservador Partido de Acción Nacional (PAN) ha ganado el Gobierno del Estado de Nuevo León. Unas simples «elecciones de medio término», previstas para renovar parcialmente el Poder Legislativo, se han convertido en un episodio histórico.


Partidarios de Cárdenas muestran
su satisfacción por el triunfo (Reuter/AP).
De la noche a la mañana, el PRI ha perdido su condición de apisonadora en la Cámara baja y ha visto cómo la oposición crecía de forma inusitada. El reparto de los votos, según el escrutinio provisional del Instituto Federal Electoral, es el siguiente: el partido oficial logra un 38,2%, el PAN, un 27,31% y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), un 25,22%.

La consecuencia esencial es que la Cámara de Diputados dejará de ser la correa de transmisión de las decisiones del presidente, para convertirse en el campo de juego de la negociación política en temas clave, como el presupuesto del Estado, la fiscalización del gasto o la investigación de casos de corrupción. «A partir de ahora empezará a funcionar en México el sistema previsto en la Constitución: una república representativa y democrática», afirmaba Porfirio Muñoz Ledo, veterano dirigente del PRD.

Felipe Calderón, el joven presidente del PAN, calificó los resultados de «hecho sin precedente». «Con esta nueva configuración de la Cámara terminan 60 años de impunidad en el manejo de la contabilidad nacional, de imposición de presupuestos, de centralismo en la aplicación de las partidas presupuestales y de unilateralidad en las decisiones». El partido conservador propuso de inmediato un pacto entre el Gobierno y las fuerzas políticas para garantizar la gobernabilidad.

Castigo popular

Los negros pronósticos del PRI se han cumplido puntualmente. La población mexicana, golpeada por la crisis económica que estalló en 1994, optó por castigar a un partido minado por los escándalos, las divisiones y el desgaste. Y lo pudo hacer porque por primera vez los comicios se organizaron con limpieza.

Si en algún lugar ha quedado patente esa reacción ha sido en la Ciudad de México, cuyos habitantes aprovecharon la oportunidad de elegir a su jefe de Gobierno (llamado regente) para darle un sonoro revés al PRI. El triunfo de Cárdenas fue arrollador. Con el 80% de los votos escrutados, el candidato perredista había logrado casi el 48%, seguido de lejos por el priísta Alfredo del Mazo, con un 25%, y del conservador Carlos Castillo Peraza, que con un 16% de los votos descendió a un penoso tercer lugar después de encabezar las preferencias en enero pasado.

La beligerancia mostrada por Cárdenas en estos diez años frente al PRI, partido en el que militó hasta 1987, le ha rendido buenos frutos ahora que la formación en el poder tiene que apechugar con una crisis económica que ha afectado dramáticamente al nivel de vida de la población. Si bien el líder perredista, que asumirá el cargo el 5 de diciembre, asegura que el triunfo se debe al programa del PRD, varios analistas consideran que el avance del partido se explica, básicamente, por el arrastre de la figura de Cárdenas. «Los votos a Cárdenas son un apoyo condicionado, destinado a poner coto al poder del Gobierno», afirma el historiador Enrique Krauze. «El PRD no puede cantar victoria. La gente votó más por Cárdenas como un caudillo que como el dirigente de un partido estructurado y con una oferta política moderna».

El descalabro sufrido en el Distrito Federal por el PAN, que en los últimos años ha ido ganando elecciones estatales y municipales hasta gobernar directamente a una tercera parte de los mexicanos, se compensó con un importante avance fuera de la capital. De los seis Estados que estaban en juego en las elecciones, la formación conservadora ha logrado ya el triunfo en Nuevo León, el industrioso Estado fronterizo con EE UU, y en Querétaro.

Las reacciones a los primeros resultados fueron inmediatas y todas reflejaron un clima de apertura y moderación desconocido hasta ahora. Los perdedores reconocieron rápidamente a los ganadores y las felicitaciones y los buenos deseos se entrecruzaron sin acritud.

El presidente de la República, Ernesto Zedillo, fue sin duda uno de los grandes triunfadores al afianzar su imagen de artífice de la reforma política. A pesar de los pésimos resultados de su partido, el mandatario mostró su satisfacción por el buen desarrollo de los comicios. «Este 6 de julio«, dijo en un mensaje a la nación, «México ha dado el paso irreversible, definitivo e histórico hacia la normalidad democrática».

Zedillo felicitó a Cárdenas por su triunfo en la capital federal y le garantizó «la indeclinable voluntad del Gobierno de establecer una relación de colaboración respetuosa». La intervención del presidente causó un profundo enojo en el PAN, que le recriminó la omisión de las victorias conservadoras. La dirigencia panista dio varias hipótesis para explicar esta «parcialidad», entre ellas la propia «preferencia electoral» de Zedillo, «que posiblemente», dijo Calderón, «haya votado por el ingeniero (Cárdenas) al cual externa hoy su reconocimiento».

El PAN retomaba así una de las acusaciones que ha lanzado contra el PRI en esta campaña: su apoyo camuflado a un ex priísta, Cárdenas, para contener el constante ascenso de la formación conservadora de cara a las elecciones presidenciales del 2000. La campaña para el cargo, por cierto, empieza desde hoy.

El látigo del poder

FERNANDO ORGAMBIDES
Cerca de 10 años han pasado desde que Cuauhtémoc Cárdenas, al frente de una formación de izquierdas, irrumpiera en el entonces podrido sistema electoral mexicano e hiciera ver que, pese a tener el viento en contra, en el país existían otras formas de querer hacer política diferentes al PRI. Pero no pudo llevar a cabo su proyecto porque su victoria en las elecciones presidenciales de 1988 nunca llegó a ser oficial. El fraude lo impidió.

Desde entonces Cárdenas ha sido el látigo del PRI, siempre escorado hacia la izquierda y, a veces, rozando lo prohibido. Estuvo al lado de los petroleros incendiarios que acampaban en el Zócalo, viajó a la selva Lacandona a entrevistarse con el enmascarado Marcos y sus indios hambrientos, y denunció públicamente como corrupto -cuando nadie se atrevía a hacerlo- a Raúl Salinas de Gortari, el hermano del presidente que le robó las elecciones.

Aupado por un grupo de intelectuales que después le abandonó, volvió a presentarse a las elecciones presidenciales de 1994. El fracaso fue tan estrepitoso que nadie en aquellas fechas volvía a apostar por este ingeniero de 63 años, casado con una descendiente de refugiados españoles e hijo del mítico general mexicano que nacionalizó el petróleo: Lázaro Cárdenas.

Si algo delata a Cárdenas es su empecinamiento, fruto probablemente de su orgullo mestizo. Y ese defecto, o tal vez virtud, es el que le ha empujado en su nueva aventura electoral, ya consumada con su victoria en las elecciones a regente de la Ciudad de México, una metrópoli de 17 millones de habitantes donde se concentra el poder político del país, gran parte de la fuerza económica nacional y el mundo intelectual. O sea: un Estado dentro de otro Estado.

Desde posiciones de izquierdas, en la mayoría de las ocasiones bastante intransigente, y sobre un organización política -el Partido de la Revolución Democrática (PRD)- que, pese a su juventud, sufre no sólo guerras de baronías sino grandes contradicciones ideológicas, Cárdenas ha llegado al poder mediante el voto mayoritario.

Estos tres años que quedan para las presidenciales del 2000, que son las verdaderas elecciones de México, van a ser decisivos para comprobar si Cárdenas y la fuerza política que le sostiene no sólo saben hacer oposición sino también gobernar con el mismo ahínco y en cohabitación con ese primer poder que es la actual Presidencia de la República. De lograrlo, no le haría ya más falta el látigo para conseguir su próximo objetivo.

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