EL PAIS DIGITAL
Transformación socialista
Persistir en transformar el socialismo, frente a la incitación y compulsión a que lo abandonemos, parece, más que un acto de fe, una locura. En esa decisión, sin embargo, hay mucho de lo primero y poco de lo segundo. Las razones están en lo que significó y significa la obra de la revolución para la inmensa mayoría del pueblo cubano. En primer lugar, la reafirmación de su identidad nacional, y en segundo lugar, la solución de problemas sociales acumulados por más de medio siglo y la creación sistemática de oportunidades para las nuevas generaciones de cubanos que nacieron después del triunfo revolucionario. Con la desaparición del socialismo europeo hubo que ajustar la economía nacional y familiar a menos de la cuarta parte de lo que disponía en 1990. Es en la capacidad ya hoy demostrada para soportar semejante ajuste y revertir la situación en sólo cuatro años (América Latina, con todos los recursos financieros a su disposición con los que no ha contado Cuba, demoró ocho) donde se evidencia la ventaja de haber optado por transformar el socialismo. Esa transformación se hace desde el poder y para mantener el poder socialista, sobre la base de una amplia concertación social asentada en un liderazgo político indiscutido y bajo la concepción de un desarrollo planificado de la economía. El reconocimiento de otras formas de propiedad, además de la propiedad estatal, así como la eliminación del monopolio estatal sobre el comercio exterior y la apertura de la economía al capital extranjero, constituyen elementos fundamentales de la transformación del socialismo cubano. No es ésta una «liberalización» del sector externo tal cual está a la moda desde la propuesta neoliberal, sino un proceso discrecional que rompe con conceptos establecidos en el anterior modelo de economía socialista centralizada. La transformación del aparato estatal, que no sólo concierne a la reducción del mismo (de más de 50 ministerios y organismos antes de abril de 1994, el Decreto-Ley 147 los redujo a 32), sino también al cambio en sus funciones. Esos cambios conducen a una mayor descentralización en la toma de decisiones y a una mejor adecuación del aparato estatal a las condiciones en que se desarrolla la vida del país. La apertura de nuevos espacios al mercado es otro de los cambios en el sentido de transformar el socialismo cubano en un sistema en donde eficiencia y eficacia logren combinarse adecuadamente y produzcan un resultado satisfactorio. Tienen, como todos los fenómenos económicos, su lado bueno y su lado malo. El primero, asociado a su contribución a la mejoría del funcionamiento macroeconómico y al estímulo individual que significan estos espacios alternativos como forma de hacer efectivo el ingreso personal, y el segundo, fundamentalmente asociado a las diferencias sociales, que se hacen más explícitas a partir de la existencia de estos mercados y a una cierta materialización del comportamiento personal. Ninguno de estos fenómenos resulta hoy un hecho totalmente conformado. No hay recetas elaboradas al respecto ni calzadas reales que conduzcan a esos objetivos. Sólo hacerlo, y corregir sobre la marcha los errores y desviaciones, en un proceso que por sus características endógenas y por el entorno en el cual ha de desenvolverse no puede ser lineal. Seis años después de haber iniciado este camino, la economía cubana se recupera de la crisis sufrida y cerró 1996 con un crecimiento alrededor del 7,8%. Ello, bajo el recrudecimiento del bloqueo norteamericano, que ostensiblemente contiene la afluencia de capital fresco al país, encarece su costo (a veces doblando los intereses que se deben pagar por los escasos créditos conseguidos), enrarece las oportunidades de renegociación de la deuda externa y dificulta sustancialmente el comercio exterior cubano. Mejora también el funcionamiento macroeconómico, se reduce el déficit fiscal (por debajo del 3%) y se consolida una tendencia moderada a la disminución de los precios en los mercados no estatales y una estabilidad a la baja de la tasa de cambio peso-dólar. La prueba más fehaciente del éxito es el mantenimiento de indicadores sociales incomparablemente mejores que los de cualquier país latinoamericano; una mortalidad infantil menor del 8 por 1.000 nacidos vivos, una esperanza de vida al nacer de 75 años, una cobertura de salud y educación que alcanza al 100% de los ciudadanos y del territorio nacional, con una tasa de alfabetización del 96% y 47 médicos y 67 enfermeras por 1.000 habitantes, y un sistema de seguridad social que no ha dejado abandonados a aquellos que dependen de él. Transformar el socialismo centralizado en socialismo con plan y mercado es algo más difícil que adoptar el camino del capitalismo. No hay, pues, ni recetas establecidas ni recetadores expertos. Cuba tiene hoy la triple ventaja de seguir existiendo como país independiente, de no haber renunciado al socialismo y de que el paradigma del socialismo europeo haya desaparecido. Existe, por tanto, la posibilidad de hacer el socialismo que mejor satisfaga nuestras aspiraciones. Transición al capitalismo subdesarrollado versus transformación socialista, éste podría ser el título del presente y futuro debate, que en síntesis reflejaría dos posiciones: la del escenario deseado por el exilio y la de los que amamos esta realidad irrenunciable que todavía hoy existe en un duelo constante con el asombro.
Juan Triana Cordoví es director del Centro de Estudios de la Economía Cubana, centro adscrito a la Universidad de La Habana.
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