Medellín, domingo 16 de febrero de 1997
¿Hasta cuándo van a seguir Colombia y Venezuela enzarzados en mutuas recriminaciones por los repetidos y constantes incidentes que se presentan en su conflictiva frontera? Casi no hay mes del año en que, como reacción a algún ataque de la guerrilla colombiana en el territorio vecino, o porque se perpetró el secuestro de un ciudadano venezolano en la zona, miembros de la Guardia Nacional de ese país no acudan a una retalación, sea disparando contra las canoas que transitan por aguas limítrofes, sea incursionando en nuestro país, en un claro amago de violación de soberanía, además de cometer abusos y arbitrariedades con campesinos nuestros.
Dos hechos recientes han caldeado nuevamente el de por sí tenso clima de las relaciones entre los dos países en asuntos fronterizos. En Arauquita, a principios de febrero, fue baleada por la Guardia de Venezuela una embarcación que navegaba por el río Arauca, con el trágico saldo de la muerte de un niño de tres años y varios heridos. Días más tarde, según denuncias que fueron expresamente corroboradas por el Comandante del Ejército de Colombia, general Manuel José Bonett, uniformados venezolanos incursionaron en una vereda de Cúcuta y maltrataron a varios campesinos, en lo que él no ha dudado en calificar como una violación de la soberanía nacional. Como siempre ha ocurrido, el gobierno venezolano ha negado tales acusaciones y llevando, como es su costumbre, el agua a su molino, ha dado unas explicaciones que no convencen ni justifican esas actuaciones.
Así las cosas, se está viviendo un ambiente de inculpaciones mutuas en el que no faltan, sobre todo de parte de nuestros vecinos, expresiones y calificaciones ofensivas que para nada contribuyen a apaciguar los ánimos. Situaciones de esta naturaleza deben manejarse dentro de los exactos límites de un lenguaje diplomático y a nivel de cancillería, evitando que militares o funcionarios oficiales se vayan de la lengua y le echen más leña al fuego. Porque definitivamente lo que se está demostrando, además de la no superada tensión fronteriza, es que más que soluciones de fondo lo que se mantiene vivo es un estado de mala vecindad que desdice de ambas naciones. Diera la impresión de que, por prejuicios o por otra clase de intereses, ya que el tema colombiano es siempre un plato apetitoso para algunos políticos venezolanos, Colombia y Venezuela no están en condiciones de dirimir en forma amistosa y seria los conflictos que surgen en la extensa frontera que comparten.
Reconocemos que ha habido, por parte de nuestro país, una mayor contundencia para denunciar los incidentes fronterizos. En años anteriores nuestra cancillería era más apática, más pasiva. Por parte de Venezuela, sin embargo, ha habido demasiada primariedad, demasiada reacción imprudente y, sobre todo, se mantiene la inaceptable y descortés tendencia a echarle la culpa de todo a Colombia. Es un principio de convivencia humana que, cuando dos vecinos se pelean y se hostigan, ambos tienen parte de culpabilidad. Por eso, hay que replantear el tono y el lenguaje con que se está manejando este incómodo e interminable problema. No creemos que Colombia y Venezuela lleguen nunca a la locura de una confrontación bélica, pero tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe y, sobre todo, estos actos de mala vecindad dañan los esfuerzos integracionistas a los que, por vocación y destino, están llamados los dos países hermanos.
Es un error del gobierno de Venezuela interpretar las incursiones de la guerrilla colombiana como un agravio del gobierno colombiano. Una cosa es Colombia y otra, muy distinta, la subversión que nos golpea y que, por contagio y cercanía, puede afectar al país vecino. Si el argumento venezolano fuera válido, también podríamos decir, aunque pareciera absurdo sólo insinuarlo, que el hecho de que un teniente de la Guardia Nacional de ese país hubiera desertado y se hubiera pasado a engrosar las filas de la guerrilla colombiana, es un acto de mala voluntad por parte del país vecino. Es cierto que la presencia subversiva en la zona limítrofe debe enfrentarse de forma conjunta, pero siempre sin lesionar las soberanías. El tema de la "persecución en caliente", que tanto halaga a Venezuela, está por fuera de toda consideración y no puede permitirse que, a la chita callando, militares venezolanos, así sea motu proprio, se nos metan en la casa.
Juzgamos que el tema de los incidentes fronterizos debe tratarse con mayor madurez. Recordamos que cuando el actual ministro de Defensa, Guillermo Alberto González, asumió su anterior cargo de embajador en Caracas, habló de adelantar una diplomacia preventiva, más que curativa, para obviar los conflictos en la frontera. Esa debe ser la tónica. Y si los dos países vecinos no se entienden, mejor que seguir en un ofensivo diálogo de sordos, acudir a una tercería, sea de la OEA, sea de países amigos, para que haya un toque de neutralidad y de menos pasión al momento de estudiar las denuncias de violación de soberanía. La actual esgrima de declaraciones apresuradas no está sirviendo para nada.
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