Revista Electrónica Bilingüe Nº 12 Febrero 1997
Las relaciones con Colombia constituyen la primera prioridad de la política exterior de Venezuela. No hay ningún otro aspecto que tenga su jerarquía, ni que ofrezca tan diversa gama de problemas y posibilidades, de riesgos y promesas. Una reflexión sobre el asunto no sólo debe partir del hecho histórico o geográfico. Puede ser fatigante hablar de la historia y de los singulares vínculos que la historia ha tejido entre un país y otro: puede ser fatigante quizás para quienes no reparan en la profundidad de esos vínculos y de sus implicaciones. Como si la historia fuera poco, la geografía añade circunstancias tales que la palabra interdependencia seguramente sea la más adecuada para describir la red de intereses comunes que genera. Si las relaciones con Colombia son nuestra primera prioridad es justamente por todo esto: porque nada de lo que ocurra allá o aquí puede sernos indiferente a unos y otros.
Este fin de siglo de las relaciones colombo-venezolanas está signado por algunas paradojas. Mientras el proceso de integración binacional o regional da demostraciones categóricas de ser una fuente de desarrollo equitativo, otros factores conspiran contra el dinamismo de ese proceso, y contra el bienestar que, sin duda, promete. Los nuestros son dos países en crisis de gobernabilidad, de división y confrontación permanente de los liderazgos, de cuestionamiento severo de las instituciones, y los propios Estados dan muestras de debilidad y de incapacidad para afrontar problemas de tanta perversidad como el narcotráfico y la violencia desatada en sus diversas modalidades, desde la guerrillera hasta la común. Mientras cometamos el error de pensar (o de no pensar, porque este es un problema de "no pensar") que los problemas de allá tienen que ser resueltos solamente allá y los de aquí solamente aquí, iremos despejándole el camino a la ley de la selva que ya amenaza con tomar las ciudades.
La debilidad de los Estados y su incapacidad para enfrentar y resolver problemas de tanta incidencia y de tantas implicaciones en el comportamiento de la sociedad debería ser el punto de partida de una revisión de las relaciones colombo-venezolanas, y de una toma de conciencia sobre la necesidad de asumir una responsabilidad cada vez más urgente en un enfoque realista de la complejidad de esas relaciones. Quizás en la mesa de negociaciones ningún dignatario se sienta atraído por la idea de reconocer algo tan inverosímil (o inelegante) como la "debilidad" o la "incapacidad" del Estado que representa. Pero esta es la realidad que asedia a los dignatarios de Colombia y de Venezuela que se sientan en la mesa redonda a repasar la agenda de nuestras perplejidades. Están condenados, evidentemente, a un ejercicio desusado de modestia. Reconocer esta circunstancia podría convertirse en un estímulo para el trabajo bien concertado, en el reconocimiento de que los desafíos no pueden asumirse sino mediante una acción bien y legítimamente coincidente. Conviene darse algunos golpes de pecho comenzando por reconocer que los pecadores no están a un sólo lado de la frontera y que el delito, del grado que sea y de la entidad que fuere, tiene inevitablemente una connotación también binacional. Si alguien ignora las fronteras es el delito y el delincuente. Mientras los Estados las respetan,aquel la ignora. Mientras los Estados las magnifican, sus adversarios las borran, y aquí está otra debilidad de los Estados: el delincuente termina disfrutando de un endemoniado "derecho de asilo".
Conviene pensar que hay dos instancias en las relaciones colombo-venezolanas: la binacional y la regional o multilateral. Con la entrada en vigencia del Protocolo de Trujillo, con la Comunidad Andina se ampliarán de manera considerable los horizontes de la integración y del intercambio comercial, como también el flujo de inversiones en un sentido y en otro y quizás se despeje un poco el camino para el intercambio en el mundo de la cultura, de la ciencia y de las ideas, o sea del mutuo conocimiento y reconocimiento. La relación binacional es compleja y particularmente sensible. Un país tiene prioridades que no son las del otro. Quizás sea lógico también que haya coincidencias. La inseguridad en las fronteras no sólo atenta contra las personas, atenta igualmente contra los Estados y ninguno puede lavarse las manos porque nadie le va a lavar la cara. Hay diversas cuestiones por resolver o por continuar en su estudio. La delimitación de las áreas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela tiene posibilidades de percibirse con visión y sensibilidad de futuro. Como país "aguas abajo", Venezuela está interesada en la preservación de las cuencas hidrográficas. Pensar que Colombia no lo esté porque es país "aguas arriba" sería absurdo: la naturaleza cobra siempre por igual. El enigma está en los líderes.