Viernes 11 de abril de 1997


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Editorial

Tendenciosa visión del pasado

La sociedad argentina asiste, desde hace algún tiempo, a diversos intentos, de diferente origen y con propósitos dispares, por reivindicar y revalorizar en la consideración colectiva ciertos hechos del pasado reciente.

La vocación por profundizar el conocimiento de los acontecimientos, las ideas y las aspiraciones que juxtapuestos van edificando su historia es lo que da forma a la experiencia de un pueblo. De que esa experiencia se vuelque después en conclusiones útiles y criterios éticos para sustentar una convivencia armónica; de que sepa extraer de allí ejemplos de dignidad para el futuro dependen la cohesión social, los principios solidarios y el carácter de una nación con identidad propia.

Para eso es imprescindible una valoración criteriosa, racional y tan objetiva como sea posible de los hechos, los protagonistas, las circunstancias y las relaciones causales que ligan unos con otros en la trama de la vida de un pueblo. Con una perspectiva temporal diferente, ésa es tarea de historiadores; pero los círculos dirigentes de la sociedad deben acometerla todos los días, como una imperiosa necesidad inmediata.

En los últimos tiempos ha habido una cierta profusión de opiniones lanzadas aquí y allá por personalidades con alguna repercusión pública, no con el propósito de profundizar el conocimiento objetivo del pasado cercano sino, más bien, como una forma de reivindicar figuras y episodios que veinte, veinticinco y hasta treinta años atrás agredieron violentamente al país, desencadenando lo que sin duda ha sido la etapa más trágica de la historia argentina en más de un siglo.

Algunas de esas voces pertenecen a algunos de los dirigentes más conspicuos de aquellas organizaciones que profesaron la violencia como único medio de relación con la sociedad, como Mario Firmenich, que muy suelto de cuerpo vino a decir que si en el país hay libertad hoy es porque en los años 70 otros lucharon. También ha habido expresiones reivindicatorias de los asaltantes del cuartel de La Tablada, ya bajo un gobierno democrático, y en buena parte de las evocaciones del golpe militar de 1976, tres semanas atrás, hubo expresiones de condena tan sólo para una de las partes que participó en aquella guerra despiadada; en esta misma visión reduccionista incurrieron también notorios profesionales del periodismo. Hasta lo que podría ser "por el ámbito en que se desarrollará" un intento serio de bucear en la historia, como es el estreno de una cátedra Che Guevara en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, ha sido presentado como la oportunidad para que diversos sectores de izquierda reflexionen sobre sus comportamientos y actitudes del pasado.

Existe, como se advierte, una cierta proporción de voces que alientan una interpretación despareja de los hechos y una valoración que mide con distinta vara a sus protagonistas, según el color político de los crímenes, las perversiones y los desatinos que hayan cometido. Es ética e intelectualmente imposible justificar las atrocidades de la represión con las infamias del terrorismo guerrillero; pero tampoco hay justificación alguna para quienes sembraron indiscriminadamente la muerte, cualesquiera hayan sido sus motivos.